Volver más Maduro

A una semana de las elecciones en Venezuela, un repaso de lo ocurrido entre la actitud antidemocrática de la derecha y el apoyo de los líderes de la región. Otra vez Estados Unidos intenta meter la cola en lo que considera su “patio trasero”. Los desafíos que se presentan para el flamante presidente bolivariano.

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Foto: AFP / NA

Internacionales

Unidiversidad

Rodrigo Farías

Publicado el 24 DE ABRIL DE 2013

Parece algo ingenuo pensar que, si hubiera ganado Enrique Capriles las elecciones presidenciales de Venezuela por una diferencia de 1,8 por ciento, Estados Unidos habría rechazado su reconocimiento hasta que se produjera un recuento de votos.

 Seguramente, en caso de la victoria de un candidato afín a sus intereses, el país del norte habría tardado lo que se demoró en reconocer al “gobierno” de Pedro Carmona, quien accedió momentáneamente al poder a través de un golpe de Estado perpetrado en 2002 contra el constitucional y ya mítico líder venezolano, Hugo Chávez Frías.

Seguramente Estados Unidos, de haberse producido una situación inversa a la ocurrida en las pasadas elecciones venezolanas del  14 de abril del 2013, no habría demorado en brindar su aval al dirigente de derecha Enrique Capriles, quien recibió todos los guiños por parte de la embajada estadounidense para que continuara  su “lucha” por la impugnación de las elecciones, e indirectamente para propiciar mecanismos de desestabilización, ya no contra el gobierno electo sino contra el sistema democrático en sí .

Esta actitud en su política exterior,  demuestra una vez más la importancia que tiene la realidad política de Latinoamérica para los intereses de Estados Unidos. Tanto es así, que unos días después de las elecciones venezolanas, en algo que puede pensarse como un acto fallido, el secretario de Estado norteamericano John Kerry, definió sin eufemismos a Latinoamérica como el patio trasero de EEUU. “América Latina es nuestro patio trasero (...) tenemos que acercarnos de manera vigorosa”, advirtió Kerry, durante un discurso realizado ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de su país.

Más allá de las tentativas antidemocráticas de la derecha venezolana, en el transcurso de semana inmediata a las elecciones la comunidad internacional avaló el resultado que lo estableció a Nicolás Maduro como el nuevo presidente de Venezuela y el continuador de la revolución bolivariana comenzada por Hugo Chávez.



La política y la violencia

Capriles no solo es responsable de negar la derrota en el momento inmediato al concurso electoral, con las implicancias que este hecho tiene para un marco democrático, sino de haber instigado con esta actitud a que los sectores más reaccionarios ligados a su espacio produjeran un sinnúmero de desmanes que acabaron con la vida de ocho ciudadanos militantes del chavismo y con más de 60 heridos por agresiones. Una fiesta democrática arruinada por la intolerancia de una derecha que a las claras se resiste a aceptar la decisión de las urnas y que concluyó con un conjunto de muertes  que no hay que dudar en considerar como crimen político.

Muy otra fue la actitud, en relación al modo de conducirse de Capriles y la diplomacia estadounidense,  de la mayoría de los líderes regionales que promovieron de inmediato el reconocimiento del triunfo bolivariano sobre la derecha venezolana.

Un coro que fue conciso en el reconocimiento del nuevo gobierno constitucional y que luego se asentó, gracias a una rápida capacidad de reflejos que viene manteniendo en su funcionamiento, en una cumbre de emergencia de la Unasur realizada a fin de volcar una interpretación alternativa a las inquietudes que Estados Unidos estaba intentando inyectar al asunto.

Fue tan contundente el apoyo regional a los resultados de los comicios, que inclusive la Organización de Estados Americanos, en cierta discontinuidad con sus precedentes, en función del firme respaldo recibido por la mayoría de los líderes latinoamericanos, tuvo que reconocer la legitimidad de Maduro.

El presidente de la OEA, José Miguel Insulza, debió expresar su apoyo al candidato chavista electo, indicando que de ninguna manera alguien del organismo podría oponerse a la presidencia de Maduro. Más allá de las palabras proferidas por el dirigente, nadie olvida el papel pro imperialista, y en numerosas ocasiones antidemocrático, desempeñado por esta entidad durante la última década.

Perspectivas a futuro

El recién iniciado gobierno de Maduro debe enfrentar una serie importante de desafíos. Por una parte, levantar la pérdida inmediata de 700 mil votos que tuvo en esta elección con respecto a la anterior, cuando era el candidato a vicepresidente que secundaba a Hugo Chávez.

Seguramente, muchos deben ser los factores que influyeron para que esto fuera así: la falta de tiempo de instalación que tuvo su figura y lo precipitado de su candidatura, una fuerte devaluación de la moneda producida en los meses en que tuvo que reemplazar a Chávez y, por supuesto, la enorme sombra proyectada por la desaparición de una de las figuras más relevantes de la política regional y mundial de los últimos cien años. 

Otro de los desafíos del flamante presidente para estos próximos tiempos consiste principalmente en lograr restaurar la paz social. Es decir, establecer acciones  que requieren más maña que fuerza,  que logren incluir a ese 49 por ciento de los venezolanos –o a una parte de ese porcentaje- dentro del espectro de la revolución.

Su principal adversario, de la misma manera que ocurre a todos los gobiernos progresistas de la región, es el imaginario que han construido durante décadas los medios de comunicación privados en conjunción con una clase política alineada a los intereses continentales de potencias extranjeras.

La búsqueda de ampliación de la legitimidad siempre ha sido un derrotero más dificultoso que su pérdida. No hay por qué dudar de que, para Maduro, una ampliación de sus bases sea una cosa fácil de lograr. Seguramente los sectores que componen el antichavismo, que actualmente se convierten en antimadurismo, son amplios y diversos. En función de  ello, serán diferentes los canales de diálogo que se produzcan con cada uno de ellos, así como las estrategias y acciones a llevar a cabo.

De lo que no cabe duda es de que ese 51 por ciento de los venezolanos que lo llevó a la presidencia, no dudará en defender lo conseguido durante los 13 años de la revolución. En este sentido, el elegido por Hugo Chávez para que fuera su sucesor no comienza a construir desde cero. Por el contrario, parte de la mitad más uno, además de contar recursos invaluables en base a su proximidad con su predecesor, quien dejó a la posteridad, a disposición del pueblo y los mandatarios, numerosas enseñanzas en términos de conducción y gestión.