Convierten residuos de la yerba mate en bioaceite para reemplazar al petróleo y sus derivados
Es el resultado de un estudio de especialistas del Conicet Mendoza. El proceso, basado en pirólisis, aprovecha los desechos de la yerba mate para generar combustibles, plásticos y fragancias. Ya practican en una minirefinería creada para esos propósitos.
Investigadores del Conicet convierten la yerba usada en bioaceite para reemplazar al petróleo y sus derivados. Foto: Conicet
Presente en el 90 % de los hogares del país, el consumo de yerba mate no solo sigue siendo una costumbre profundamente arraigada en la vida cotidiana de argentinos y argentinas, sino que ahora también emerge como una posible aliada en la transición energética. En Mendoza, un grupo de científicos del Instituto de Biología Agrícola de Mendoza (IBAM, Conicet-UNCUYO) logró convertir la yerba usada en un bioaceite con valor comercial, lo que abre la puerta a la economía circular y a nuevas alternativas sostenibles para reemplazar a los combustibles fósiles.
El mate es mucho más que una bebida: es una ceremonia compartida, una pausa en el día y un símbolo de identidad nacional. Los datos lo refuerzan. Según el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM), entre enero y julio de 2025 las salidas de molinos hacia el mercado interno alcanzaron los 161,87 millones de kilogramos, lo que representa un crecimiento del 12 % respecto al mismo período de 2024. Este aumento muestra la magnitud que tiene el mate como símbolo cultural y social, pero también invita a repensar qué se puede hacer con los residuos que genera su consumo masivo. Millones de kilos de yerba usada que, en la mayoría de los casos, terminan en la basura o, en el mejor de los escenarios, en el compost. Sin embargo, ese material descartado podría tener un futuro mucho más prometedor para el país y el resto del mundo.
De la yerba al biocombustible
El investigador del Conicet Martín Palazzolo y su equipo en el IBAM lograron validar en laboratorio un proceso que convierte la yerba mate usada en bioaceite con potencial comercial. La clave es la pirólisis, una técnica de degradación térmica en ausencia de oxígeno que permite transformar biomasa en tres productos principales: un líquido (bioaceite), un sólido (biochar) y un gas combustible. “En condiciones controladas, la biomasa se descompone y siempre entrega esas tres fracciones. El gas puede alimentar el propio proceso, el biochar se evalúa como enmienda para suelos, y el líquido concentra una reserva de moléculas orgánicas de alto interés industrial”, explicó Palazzolo.
Presente en el 90% de los hogares del país, el consumo de yerba mate es una costumbre profundamente arraigada en la vida cotidiana de las y los argentinos. Foto: Pixabay.
El bioaceite obtenido reúne compuestos que la industria ya demanda y admite múltiples destinos: combustibles líquidos, precursores para plásticos, compuestos aromáticos o aditivos para alimentos. Para que funcione como combustible, el producto necesita pasar por una etapa de mejoramiento catalítico que retire el oxígeno, similar a la desulfuración del petróleo. “Si querés usarlo como combustible, tenés que sacar el oxígeno para que sea compatible con motores y estándares ambientales”, señaló el investigador. De hecho, ya practican en una minirefinería creada para tal propósito.
Esta pequeña plataforma tecnológica creada es muy versátil: permite separar fracciones del bioaceite y orientar su uso hacia la producción de materiales para electrónica, empaques biodegradables, fragancias o notas ahumadas para la industria alimentaria. Lo que antes era un simple residuo doméstico se convierte así en un insumo valioso con múltiples cadenas de valor.
Lograron validar en laboratorio un proceso que convierte la yerba mate usada en bioaceite con potencial comercial. Foto: Martín Palazzolo, Conicet.
Biorefinerías: el espejo verde del petróleo
El enfoque del IBAM replica la lógica de una refinería tradicional, pero aplicada a biomasa. En lugar de petróleo, utiliza residuos agroindustriales como materia prima. “Reconocemos valor en esas moléculas. Si las procesamos, podemos obtener insumos para combustibles, plásticos o fragancias. Aquí se parte de lo que queda en el mate, un material abundante que hoy suele terminar en la basura”, enfatizó el investigador.
Este trabajo, recientemente publicado en Waste Management, forma parte de una estrategia global conocida como biorefinerías, un modelo que busca sustituir gradualmente los recursos fósiles por materias primas renovables sin resignar calidad ni eficiencia. En palabras del investigador: “El petróleo es finito y deja una huella económica, social y ambiental difícil de sostener. El desafío es mantener —e incluso mejorar— la calidad de los productos cotidianos con materias primas renovables”.
El proyecto con yerba mate posconsumo se integró a una iniciativa más amplia sobre biomasas locales, en la que también se analizan otras fuentes como poda de vid y desechos rurales. La lógica es simple y poderosa: aprovechar residuos que hoy se queman o se descartan para generar energía, materiales y productos de valor agregado. “Más allá del bioaceite, la visión integral importa. La pirólisis ofrece una salida concreta para residuos agroindustriales que hoy se desaprovechan. Integrar gas, biochar y bioaceite a cadenas existentes —energía, agro y química— ayuda a cerrar ciclos y a usar mejor el agua, el suelo y la infraestructura”, agregó el científico.
El enfoque del IBAM replica la lógica de una refinería tradicional, pero aplicada a biomasa. Foto: Conicet.
De la ciencia al mercado: el desafío de escalar
Aunque el desarrollo mendocino ya obtuvo atención nacional e internacional y su validación en el laboratorio, el paso siguiente requiere inversión, alianzas y pruebas a escala piloto. “En Argentina todavía falta camino en biorefinerías. Pero hay espejos globales para acelerar la curva y adaptar tecnologías probadas en la industria del petróleo”, sostuvo Palazzolo y sumó: “La transformación industrial exige capital para adaptar tecnologías, construir plantas y estandarizar procesos, aunque parte del conocimiento adquirido en el refino del petróleo puede reutilizarse en esta nueva etapa”.
Palazzolo se pregunta lo que quiere saber el sector privado: ¿cuánto cuesta todo este proceso. “Hará falta capital para adaptar tecnologías, construir plantas y estandarizar procesos. Pero la buena noticia es que una parte sustancial del conocimiento acumulado en refino de este producto puede reutilizarse sobre biomasa, con ajustes. Eso acorta tiempos y facilita el cumplimiento de especificaciones”, dijo.
En este contexto, Mendoza se perfila como un nodo estratégico para el desarrollo de biotecnologías y energías limpias, gracias a la infraestructura científica del IBAM y a su experiencia en investigaciones aplicadas al agro y la industria. En palabras del propio Palazzolo: “No es hacer lo mismo de siempre: es invertir en tecnología para cambiar el resultado”.
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