Desconexión digital: ¿quiénes pueden escapar a la lógica de las redes sociales?
El mundo está dominado por la tecnología, que avanza a un ritmo nunca antes visto. ¿Es posible desconectar? ¿Quiénes pueden hacerlo? Roberto Stahringer, sociólogo y docente de la UNCUYO, nos ayuda a entender qué nos pasa como sociedad y cómo sobrevivir a la tiranía del like.
El celular domina el mundo y parece muy difícil pensar en cómo escapar de esa lógica. Foto: freepik.es
Una estrella del pop canta su mayor hit en el escenario principal de un festival. Miles de personas siguen esa presentación con el celular en la mano, grabando o transmitiendo en vivo en formato vertical. Quienes siguen ese show por redes sociales piensan, ‘¡¿cómo me lo voy a perder?!’. Dan like al video. Una persona de unos 50 años que llevó a su hijo a ver el espectáculo mira sin terminar de comprender la escena y piensa: ‘¿por qué graban lo que están mirando? ¿por qué registran lo mismo que todos al mismo tiempo? Una adolescente que también sigue el evento está en su habitación, comenta los posteos de quienes sí pudieron ir. No recibe ningún like. Se siente sola y piensa que, tal vez, sea saludable desconectar un poco.
¿Qué tan factible es, en el año 2025, tener una posibilidad certera de desconexión? En una era vertiginosa dominada por la tecnología, las redes sociales han ido reconfigurando nuestra vida social y consumos. Nuestra atención se ha convertido en una moneda de cambio que se valoriza año a año. En este contexto histórico desafiante, tener la posibilidad de “salirse” de ese círculo digital empezó a surgir como opción para quienes se sienten apabullados y perciben que afecta su salud, pero también esa desconexión tiene un costo, material y simbólico que solo puede afrontar un segmento de la sociedad. Entonces, surge una pregunta: ¿la desconexión es un lujo?
El “detox digital” del que se habla como tendencia pareciera enconder varios matices y un nivel de complejidad que merece un análisis más profundo. Por eso, hablamos con Roberto Stahringer, sociólogo, consultor y docente en la FCPyS de la UNCUYO. El especialista comienza diciendo que, primero, hay que diferenciar entre quienes pueden “optar” por esa desconexión y quienes, literalmente, sufren esa desconexión por falta de recursos. Incluso, quienes, con acceso precario a la tecnología, dependen de la conectividad, como el caso de trabajadores de reparto o el movimiento que se llamó “manteros digitales”.
Para avanzar, retrocedemos unos pasos, a los años de prepandemia. “Era un mundo que invitó, inicialmente, a suponer que lo virtual y lo material eran cosas distintas. Lo virtual era falso y lo material o experiencial era la realidad. Sin embargo, no hay realidad o ficción, es todo realidad, solo que una realidad se desmaterializa y la otra realidad es concreta y tangible, pero lo virtual, en síntesis, es real”, comenta.
Esta dinámica abre un juego sostenido entre las personas y el software, el “aparato”, la pantalla. Esta lógica, describe el sociólogo, se profundiza en un contexto de pandemia, continúa en la postpandemia y nos trae a la actualidad, con el aprendizaje “bestial” han tenido los algoritmos en torno a la captación de nuestra “atención”.
“Entonces —explica Stahringer—, se empieza a gestar un nuevo tipo de subjetividad que no creo que esté totalmente consolidada. Un sujeto que este modelo de producción, de red de sistemas y particularmente de redes sociales, que es un sujeto hiperconectado porque lo necesita hiperproductivo”. Este nuevo sujeto, indica, está impulsado a “generar contenido todo el tiempo. Si no está generando contenido, está generando tráfico, consumiendo información y generando volumen de tráfico de datos, por más que su consumo, inclusive, sea pasivo”.
Roberto Stahringer es, además de docente, titular de las consultora Sociolítica. Foto publicada por losandes.com.ar
Prohibido aburrirse
A la onda expansiva de las redes sociales se sumó una nueva explosión: los desarrollos de IA generativa. No hay duda, el mundo avanza a una velocidad inédita, por lo que no es nada simple acercar conclusiones sobre qué nos pasa como sociedad y como individuos con este nivel de cambios. De todas maneras, en esta marea hay personas que afinan la mirada y buscan conceptualizar qué está sucediendo.
Stahringer identifica en esta nueva subjetivación, al menos, dos problemas. Por un lado, la atomización y la autorreferencialidad del sujeto, con el triunfo del “yo” y, por el otro lado, la dificultad como sociedad de resolver problemas comunes. Para trabajar estas ideas, el consultor dice que, en su cátedra de Informática Social toman ideas de la argentina Paula Sibilia, que viene investigado hace varios años sobre los efectos de la vida digital.
En su libro “Yo me lo merezco. De la vieja hipocresía al nuevo cinismo”, Sibilia describe cómo el “suelo moral” que sostiene a una sociedad fue cambiando y ya en el siglo XXI se fue dejando de lado la idea “hipócrita” del consenso colectivo para sostener una sociedad, en un marco reglado y moderado. Hoy, el yo hipertrofiado, siempre en primer plano, estableció una nueva moralidad, un nuevo suelo moral del “yo merezquismo”, que permite que el individuo se autojustifique en sus demandas. Incluso, sin razón, por el simple hecho de "ser yo". Podemos opinar, incluso con agravios, sin arrepentimiento alguno, simplemente porque así lo considero.
Esta nueva subjetividad, agrega el sociólogo, genera además que “no podamos tolerar el aburrimiento”. Así, aparece la revalorización de la experiencia como concepto. “La mercancía es la experiencia”, subraya y remarca que el “cara a cara”, si bien ha comenzado a revalorizarse como una de las tantas formas de desconexión, no alcanza a zanjar la división de vivenciar algo con el cuerpo o a través de la pantalla. Hoy, como decimos en la introducción del texto, un evento social multitudinario o mínimo, se vive con el teléfono en la mano. Lo experiencial, entonces, también es medido, mercantilizado y filtrado por el algoritmo.
Claro, hay excepciones. Están quienes deciden aislarse del mundo digital, pero Stahringer remarca: “No considero, desde estos argumentos, que sea un lujo la desconexión, sino más bien una tendencia contracultural. Siempre hubo expresiones contraculturales que buscaron expresarse como contrahegemónica. ‘Si todo el mundo entra en la masa de las redes sociales, bueno, yo me desconecto’. Hay de todo, obviamente, pero la tendencia es que la gran mayoría no se puede salir de esa lógica de conexión, porque su vida o bien depende de la conexión en un sentido productivo, es decir, su laburo, o porque sus hábitos de consumo lo llevaron a eso y, hoy por hoy, es un adicto”.
¿Es posible alcanzar un detox digital en pleno siglo XXI? Foto: freepik.es
No, nadie se desconecta del todo
Mora Matassi, especializada en medios, tecnología y sociedad, ha investigado sobre los desafíos de la desconexión digital. Sostiene que muchas personas planean estrategias de desconexión por distintos motivos, de forma paulatina o con una ruptura rápida (desintalación de la app). Sin embargo, en Argentina, hay una aplicación que nos atraviesa: WhatsApp.
“Cuando les preguntás a las personas qué redes sociales usan (en Argentina), la primera respuesta en general es WhatsApp, y esto nos indica dos cosas. Primero, que las personas tienden a conceptualizar a WhatsApp como una red social y no como un instrumento de mensajería, de intercambio de información. Y segundo, que tiende a ser la más importante, lo que nos habla de la importancia que se le atribuye en nuestra cultura a la sociabilidad interpersonal y en grupo”, comenta la directora de la Licenciatura en Comunicación de Universidad de San Andrés.
Entonces, podemos proponernos hacer un “detox” de las redes socieles, desde las más virulentas, como X (ex Twitter), o las más adictivas, como TikTok, pero es prácticamente imposible romper relaciones con plataformas como WhatsApp (Meta), ya que implica un "alto costo", difícil de sostener en la vida cotidiana.
Cómo se sale (¿se sale?)
“Los Estados necesariamente deben involucrarse”, afirma el docente de la UNCUYO al analizar los retos que tenemos frente a la vida hiperconectada y puntualiza que deben “involucrarse en la lógica de poder”, porque disputan la producción de sentido con los gigantes como Meta, Google, Amazon y Apple, por nombrar los más conocidos. Entonces, dice el sociólogo, “los Estados tienen que intervenir en esos procesos de gestión” que tienen que ver con la educación y la administración de los costos y accesos a la conectividad.
Hay ejemplos a nivel global. Por un lado, China restringe la cantidad de horas que su población adolescente puede acceder al celular (en un régimen con otras restricciones). También hay países, como Australia, que directamente prohibió el uso de redes sociales para menores de 16 años. A su vez, miembros de la Unión Europea también regulan el acceso a redes sociales. Asimismo, diferentes países, sobre todo en el mundo occidental, que empiezan a legislar políticas de “bienestar digital” y ponen en debate cómo regular derecho a la desconexión.
El desafío es claro: algo hay que hacer, pero no hay tanta claridad a la hora de ordenar qué pasos seguir. Con mayor o menor regulación, con mayor o menor capacidad para desconectar, este cambio de paradigma afecta en todas las dimensiones.
Para Stahringer, no es nada menor cómo se fue reflejando el gran cambio que pasó del “querer ser” que exigía la modernidad al “querer estar” que demandan las redes sociales en el siglo XXI. “Hay poca densidad o poca masa crítica frente a estos procesos —afirma—. Si hubiese que pensar en algún lugar cómo salimos de esta situación, yo pensaría en que no se puede salir. Pero hay que jugar con eso, no hay que demonizarlo y hay que aprender a jugar con los balances y los equilibrios”.
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