“El pan no se tira”, un texto sobre el rugby y la violencia

El autor, Juan López, es escritor, corrector y trabaja en la Ediunc, la editorial de la UNCUYO.

"El pan no se tira", un texto sobre el rugby y la violencia

Sociedad

Unidiversidad

Juan López para Unidiversidad

Publicado el 23 DE ENERO DE 2020

“El pan no se tira”, notas sobre rugby y violencia

Jugué al rugby de los 12 a los 14 años. No importa en qué club ni importan los nombres. Es verdad que hay un culto de la fuerza, de la velocidad, de la potencia, que sería una combinación de velocidad y fuerza. Más atrás, pero no menos importante, está la inteligencia en el juego. Pero toda inteligencia en el rugby queda supeditada a la fuerza y a la velocidad. Digamos que la inteligencia, aunque aparece en tercer lugar, es imprescindible para ganar en este deporte. Es decir, con la fuerza bruta no se consigue nada. Entonces, en síntesis, para jugar al rugby, primero tenés que ser fuerte, luego, veloz, y en tercer lugar, inteligente. Y sin uno de estos tres componentes, no hay buen rugby. Es decir, si sos débil, lento o distraído, no te va a ir bien en este deporte.

Es verdad que en el ambiente del rugby predomina la clase media-alta, y si no tenés dinero, aspirás a tenerlo. Si jugás al rugby, difícilmente puedas ser indiferente a esta valoración de tener o pretender un buen nivel económico para pertenecer. Entre los mayores, no abundan los profesionales como abogados, médicos, arquitectos, aunque algunos hay. La mayoría son comerciantes, personas de negocios en general, bienes raíces, bancos, exportación e importación. Puedo equivocarme en esto último, porque estoy generalizando, digo lo que digo sobre la evidencia de lo que viví cuando jugué al rugby hace 45 años.

No fui bueno para el rugby, al punto que nunca marqué un try. Fui apenas un aceptable tackleador. Sí recuerdo que, en un entrenamiento, le hice comer un amague a un amigo jugador que se creía el mejor, y me miró como diciendo: «¿Cómo vos, que sos un desastre, me hiciste comer ese amague?». Que un inepto como yo le hiciera eso le resultó ofensivo.

Tuve que dejar de jugar al rugby por una arritmia cerebral que me impidió continuar realizando ejercicios aeróbicos exigentes.

Me gusta mucho ver rugby, pero por televisión. Entiendo el juego, con mis limitaciones, obviamente. Tengo buenos recuerdos, hice algunos amigos, que no conservo. También viví de cerca el elitismo y la superficialidad que predominan en el ambiente. Chicos y chicas bellas (algunas, jugadoras de hockey sobre césped) que se aparean (forman pares) para sostener, queriendo o no, el estatus. Tipos grandes que se nota que viven para tirar facha y que odian envejecer.

Pienso que el rugby no promueve necesariamente la violencia. En un partido de rugby oficial, la violencia suele ser castigada. Sí valen, como ya se explicó, la fuerza y la velocidad. La violencia se aprende en la familia, en la calle… Hay violencia en todos los deportes. Todos basan el éxito en algún tipo de penetración: la guinda cruza la línea contraria o atraviesa los palos de las haches; la pelota de básquet penetra el aro; la de fútbol, handball, etc., el arco; la de golf, el hoyo; los corredores atraviesan la línea de meta, y así. Ninguna de estas penetraciones es consentida: el arco, el aro, el hoyo, la línea de meta no gozan cuando son atravesados.

Deseo con todo mi corazón que los culpables del crimen de Fernando Báez y todos los que abusan, golpean y asesinan, sean rugbiers o no, reciban la condena que se merecen.

En un viaje de mi equipo para jugar contra un club de la Ciudad de Buenos Aires, en un almuerzo, de pronto, comenzaron a volar los bollos de pan. Ligué un panazo en la sien que me dejó mareado, y no recuerdo si alcancé a sumarme a la guerra. No es raro, en cualquier comida de jóvenes, que vuelen migas de pan para molestarse de manera liviana. No fue el caso. Los panes proyectiles quedaron tirados en el piso. Nadie los recogió, salvo seguramente los encargados de la limpieza. Yo era un pibe inocente en aquellos tiempos. Me contaron en ese momento que tirarse panes enteros en una comida del club era prácticamente un ritual. Me viene inmediatamente a la cabeza esa frase recurrente de la infancia, que escuché en mi casa muchas veces: «El pan no se tira».

J. L., enero de 2020

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