Furor posmundial en las infancias: canchitas de fútbol "explotadas", los nuevos superhéroes y la contracara del éxito

Unidiversidad rescata algunos testimonios de clubes mendocinos y analiza el fenómeno que se reflejó este año con escuelitas colapsadas, llenas de chicos y chicas ávidos de aprender a jugar a la pelota y de imitar a sus dos ídolos: Messi y Dibu, y con el legado de un entrenador cauto que defendió la idea de equipo. ¿Sería válido ese discurso si no traíamos la Copa?

Furor posmundial en las infancias: canchitas de fútbol "explotadas", los nuevos superhéroes y la contracara del éxito

Foto: Club de Fútbol UNCUYO, Unidiversidad

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Valeria Caselles

Publicado el 17 DE MARZO DE 2023

No hay manera de quitarle la camiseta del “Dibu” a Fausto. Ni sus botines, ni sus medias largas hasta la rodilla, ni su pantalón cortito y rojo, que no es el original, pero que gracias a la fiestita de fin de año logró reciclar y completar el atuendo del arquero y superhéroe, Emiliano Martínez.

Adora a Messi, se identifica con Julián Álvarez, se emociona con la emoción del “Fideo” Di María”, sabe cuánto mide y pesa Cristiano Ronaldo, intercambia figuritas repetidas y ordena su cuarto a cambio de un paquete de Paninis. Sabe quién ganó la Copa cada año, cómo son las banderas y cómo suenan los himnos de los equipos que pasaron por Qatar. Conoce las derrotas de Lionel, su último sueño cumplido, la humildad de Scaloni y la importancia del equipo más allá del astro. 

Pero sobre todo, Fausto quiere jugar a la pelota, aprender de pases, hacer “la chilenita", sacar penales y meterlos. Habla de fútbol, piensa en redondo. La escuelita, la cancha y el piberío albiceleste se hicieron más grandes este año. Ya son su infancia y, quizás, una postal de su futuro.

Y esa postal se repite innumerables veces a lo largo y ancho del país. Mendoza no es la excepción. En la provincia el furor posmundial se reflejó directamente en las escuelitas de fútbol infantil. Chicas y chicos ávidos por pelotear, ser como sus ídolos, y reavivar la alegría de Qatar 2022, superaron todos los cupos previstos este año. Así, clubes y gimnasios debieron ampliar días de clase, sumar horarios e incorporar a más entrenadores y entrenadoras para estar a la altura de una demanda que rompió todos los récords.

Club Murialdo. Foto: Gentileza

Daniel Mendoza, coordinador de Fútbol del Club Murialdo, en Guaymallén, describe el fenómeno con números: “Hasta el año pasado teníamos un promedio de 60 chicos por año en la escuelita de fútbol. Este año, y a dos semanas de empezar, tenemos más del doble. Tuvimos que dividir los grupos en cuatro días para lograr el objetivo: enseñar a jugar al fútbol y prestarle atención a cada chico o chica que se inicia”. 

El profe del “Canario” explica que lo que generó el Mundial es tan fuerte en las infancias que también se notó el interés de chicos que hacían otras disciplinas en ese club y que este año decidieron cambiar de deporte. “El fenómeno es tal que hasta le pidieron al coordinador general del club que cambie los horarios de entrenamiento de hockey porque muchos nos ven entrenar y quieren pasarse a fútbol. Por más que ampliemos días y horarios, hay una infraestructura, una capacidad limitada”, reconoce.

“La profe de hockey me quería matar porque también han venido varios de sus alumnos a fútbol después del Mundial”, coincide Celeste Álvarez, coordinadora de fútbol del club de la UNCUYO, quien asegura que el fútbol infantil “explotó este año”. Hubo una ola de preinscripciones en enero. En febrero debieron sumar un grupo de 25 cupos y agregar a un profesor para hacerle frente a la demanda. En lista de espera quedaron más de 50 chicos que se ilusionan con entrar a la escuelita. 

“Este año se ha duplicado y en algunas categorías se ha triplicado la cantidad de alumnos. Hemos agregado tres profes nuevos para ayudar en las distintas categorías. Muchos empiezan por futsal, algunos se van a fútbol y otros llegan de ahí. Es parejo el movimiento, pero sin duda el furor por jugar a la pelota se notó mucho más después del mundial”, agrega Mauricio Andía, coordinador de Futsal del Gimnasio Municipal 1, de Ciudad. 

Foto: Unidiversidad

Ellas también piden la pelota

El fenómeno no es nuevo pero ahora se intensificó. Hay cada vez más niñas entre 5 y 12 años que quieren iniciarse al fútbol y cada vez más escuelitas de fútbol mixtas que las reciben. Álvarez asegura que la tendencia de niñas futboleras viene en aumento en los últimos años, pero afirma que “la cantidad de niñas inscriptas este año es impresionante”. ¿Por qué es importante la escuelita mixta en la infancia, según la profesora? Porque hasta los 12 años, niños y niñas comparten misma destreza y fuerza, además de que esta tendencia fomenta la integración, la paridad de género y la diversidad. “Es un cambio generacional”, plantea Álvarez, quien coordina el área junto a Alfredo Ávila.

Daniel Mendoza, desde el club Murialdo, en donde también se realiza fútbol mixto en las infancias, agrega: “La calidad de juego que tendrán las mujeres, que comienza con las nenas desde ahora aprendiendo fútbol, lo vamos a ver en 10 años. Es una generación que está naciendo. A las mujeres les faltaba tiempo de práctica, de juego y ahora comienzan antes y está buenísimo”.

Contener la "fiebre" mundialista, el gran desafío

Claro, también hay una contracara del fenómeno posmundial, coinciden los entrevistados: falta estructura para contener a tantas infancias que quieren jugar a la pelota. Falta un equipo interdisciplinario con profesionales en psicología del deporte que acompañe emocionalmente a los chicos y chicas que, de la escuelita de fútbol, pasan a categorías donde se compite. Ambos van de la mano con la falta de un presupuesto que acompañe las buenas intenciones, aseguran los entrevistados.

Por otra parte, algunos clubes deben lidiar con que salimos campeones mundiales y el peligro del "resultadismo", tan argento, muchas veces, no ayuda si las familias dramatizan el “fracaso” deportivo de su hijo o hija, no trabajan en casa la tolerancia a la frustración ni la importancia del equipo por encima del yo. “Después de salir campeones, hay expectativas muy altas. Hay que transmitir que si uno pierde, no pasa nada y eso es responsabilidad de los profes y de los padres”, dice el profe Mendoza. 

Esto ocurre, sobre todo, en la categoría de Inferiores de los clubes, donde se pasa a una instancia de competencia y, por tanto, se hace más hincapié en estos valores que volvieron a brillar con Messi, Scaloni y todo su equipo, ya que el hambre de ganar y la presión de muchos padres no ayuda al disfrute de los chicos por el deporte en sí.

En el club de la UNCUYO nuestro proyecto es más formativo que competitivo y entendemos al deporte como una herramienta para la vida, más allá de ganar o no. Lo que a veces más nos cuesta son los padres, que intervienen en los partidos que juega la U. Les pedimos a los padres que no les griten a los chicos mientras juegan, que no los presionen. Y también explicamos a los chicos que no todos llegan, que hay algo de esfuerzo, también de suerte, y una familia que pueda acompañarlos económicamente para crecer profesionalmente en el deporte que eligen”, explica Celeste Álvarez.

Foto: diario Perfil

La "Escaloneta" y el elogio de la humildad 

Sin duda, Lionel Scaloni, DT de la selección nacional, quedará en la historia por haber dirigido al equipo que ganó la tercera copa del mundo. Pero para muchos y muchas, su discurso y acciones a favor de la moderación, la humildad, el respeto por el rival y el trabajo en equipo más allá de las individualidades les sumaron varios puntos para tenerlo de ejemplo a seguir, más acá y más allá del fútbol.

Y en este punto, los profes consultados agradecen al seleccionado porque “esos mensajes llegan de manera directa a los chicos” y sueltan otras tantas frases: “Es un modelo a copiar, hubo mucha humildad y eso se escuchó y se vio en cada partido que se ganó y en el que se perdió, también”; “el discurso de Scaloni nos vino al pelo porque el fútbol es un deporte muy competitivo y a veces las expectativas de los chicos y de los padres no ayudan a disfrutar del deporte en sí”; “son valores que forman para la vida, más allá del fútbol”; “esos valores de solidaridad, respeto y compañerismo refuerzan lo que venimos trabajando en los clubes”.

Sin embargo, el escritor y sociólogo egresado de la UNCUYO, Leandro Hidalgo, suma otra mirada al respecto: “No creo que la selección transmita valores, compañerismo, humildad y aspectos por el estilo. Es una manera sesgada de ver el fenómeno del fútbol, edulcorada. Se le quita además al fútbol su entidad propia, su belleza, su cosa en sí. No necesariamente está siempre reflejando algo. A mi modo de ver tampoco ha cambiado el discurso. Hay un técnico que ha generado empatía por (entre algunas otras pequeñas cosas) ganar. Punto. El fútbol sigue siendo”.

Foto: Ramiro Gómez/ Télam

El “Dios blanco” y el “Dios sucio”

Consultado por Unidiversidad, Hidalgo coincide en que hoy Messi y el Dibu son los nuevos superhéroes de las infancias. “Los niños reemplazan a sus superhéroes por los jugadores, claro que sí. No hemos tenido un arquero, quizás desde Goycochea o Navarro Montoya, que calara tan hondo como Dibu. Los chicos quieren ser arqueros. ¿Resultado?: hay más arqueros en los clubes. ¿Proyección? podríamos tener mejores arqueros en diez años. Pero no cambia la infancia. En ese sentido el mundial pretendidamente “sociológico” desentiende el fenómeno, que es mucho más mercantil y de consumo, que de transformación y valores”, analiza.

Pero sobre la figura idealizada de Messi, Hidalgo advierte sobre los peligros de un discurso dominante en los medios y que deja sin posibilidad de grises a la nueva platea: “La infancia es un reservorio de poderes. Hoy muchos niños tienen el poder en la espalda, en la 23 de Dibu o en la 10 de Messi, pero nunca se dejó ni de soñar, ni de jugar, ni de pelearse en una cancha”. Y enseguida ahonda en la comparación binaria de los dos “dioses” del fútbol argentino: “Creo, en última instancia, que la idea de la moderación es la que se intenta hacer triunfar, de un Dios blanco que es Leo Messi, construyéndose en los medios y en las redes como oposición al Dios sucio, que es Diego (de otra generación), y desde allí se teje una narrativa de aspectos “nobles”, como juego en equipo, respeto a los rivales, etcétera. En ese sentido, sí encaja la transformación, la dialéctica hegeliana. Pero el juego tiene sus lógicas propias y no está reflejando ni cambiando algo radical, aún siendo campeón del mundo. Se cree en eso, mientras dura eso”.

Foto: Universidad

Todxs somos Argentina

¿Qué pasó con las clásicas camisetas de River o de Boca este año? Ya casi no se ven en las escuelitas de fútbol. Es que este año hay una "invasión" de remeras albicelestes en las canchas. También hay rojas o verde manzana como las del “El dibu”. Es la nueva “capa” que los transforma en superhéroes. 

Desde el gimnasio municipal de la Ciudad, Andía destaca que es inédito el fenómeno: “En un entrenamiento hay, de unos 20 chicos, 15 con la camiseta de Messi y dos o tres con la del Dibu. Hacía mucho que no se veía esta influencia de la selección en los chicos”. En tanto, Álvarez, de la Universidad de Cuyo, asegura que hoy ganan los colores de Argentina por sobre las del club a donde acuden las infancias. De hecho, en los entrenamientos hay un equipo de Argentina y otro de las pecheras”, cuenta divertida Álvarez.

¿Se unificó la grieta? Algunos se ilusionan, como el profe Mendoza. “Ojalá el fenómeno sirva como envión para fomentar el patriotismo, la unión y el reconocimiento por el rival desde la infancia”.

Para otros, no calmará las aguas en la cancha la unicidad de colores: “La infancia es un reservorio de poderes. Hoy muchos niños tienen el poder en la espalda, en la 23 de Dibu o en la 10 de Messi, pero nunca se dejó, ni de soñar, ni de jugar, ni de pelear en una cancha”, plantea el sociólogo y escritor de la UNCUYO.

Termina la clase. Varones y niñas devuelven la pelota a sus profes y algunos se quitan esa pechera del club, que cubría al número 10 del capitán y el dios, Lionel Messi. Corrieron un montón, gritaron, festejaron algún gol o sufrieron la derrota. Hora de volver a casa y, si hay suerte, de seguir jugando a la pelota, siempre sucia pero jamás manchada.

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