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Por Juan Negri, doctor en Ciencia Política, profesor de las universidades Di Tella y Nacional de San Martín (Unsam).
Finalmente, el momento llegó. Luego de cuatro años marcados por una alta polarización, las polémicas y una agenda consistentemente conservadora, Donald Trump buscaba su reelección. El presidente llegaba debilitado.
Luego de tres años en los que la economía anduvo relativamente bien, la respuesta caótica y desordenada de su administración a la pandemia del coronavirus (con un número altísimo de fallecidos), la tensión racial y la crisis económica lo pusieron en una situación de debilidad. En este contexto, las encuestas lo ponían varios puntos por debajo del candidato demócrata, Joseph Biden.
Sin embargo, las encuestas volvieron a subestimar el voto por Trump. Sacó un caudal de votos superior al esperado y se aseguró Florida. El sueño de una “ola demócrata” y una noche corta se desvanecía.
Adicionalmente, los conteos iniciales en algunos estados eran positivos para el Presidente. Parecía que el fantasma de 2016 volvía a perseguir a los demócratas. Los triunfos republicanos en Texas y Ohio parecían confirmar esto.
Sin embargo, Trump aún no daba el golpe definitivo. Carolina del Norte y Georgia no se terminaban de cerrar. Y conforme diferentes estados comenzaron a contar los votos emitidos por correo, la tendencia comenzó a revertirse.
En Arizona, estado tradicionalmente republicano del suroeste, se impuso Biden. A los pocos minutos, el Presidente denunciaba fraude, lo que lo mostraba a la defensiva. Parecía que los números del cinturón industrial del medioeste eran favorables para Biden y al denunciar fraude Trump allanaba el camino a una judicialización del proceso.
Durante el transcurso del miércoles, el triunfo de Biden se hizo más cercano: los demócratas consiguieron dar vuelta Wisconsin y Michigan. Al escribir estas líneas, Nevada, Pennsylvania, Georgia y Carolina del Norte aún están por definirse. Con ganar tan solo uno de ellos Biden llega a 270 electores necesarios y lleva ventaja decisiva en Nevada y buenas posibilidades en Pennsylvania y Georgia. De no mediar un conflicto institucional, Biden será presidente.
Trump siguió insistiendo con el fraude. Parece que su estrategia es pedir recuento en los estados en los que la diferencia es mínima y detener el conteo de votos en Pennsylvania.
La pregunta es si el manto de ilegitimidad con el que busca cubrir el proceso degenerará en disturbios o incluso una judicialización. La moderada respuesta de varios miembros de su partido (sugiriendo que no hay evidencia de fraude) y el triunfo en varios estados parece alejar la posibilidad de que Trump pueda ganar la elección en el “escritorio”. Sin embargo, la posibilidad de que haya disturbios no debería descartarse.
La democracia estadounidense ha quedado muy debilitada luego de varios años de polarización. Esa es la amenaza más inmediata a la democracia y el legado más difícil al que tendrá que enfrentarse Biden, en caso de confirmarse la tendencia. La tarea no será sencilla.
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