La educación, un gesto de coraje

Reflexiones acerca de las mujeres y el valor político de la educación.

La educación, un gesto de coraje

Foto: Axel Lloret

Sociedad

#17 - El año de la matria

Edición U

Natalia Bulacio

Publicado el 18 DE DICIEMBRE DE 2016

“Educar y educarse no sólo es un acto de humanización, sino también un gesto de coraje”, asegura la doctora en letras Gladys Lizabe, del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre las Mujeres (CIEM) de la Facultad de Filosofía y Letras. Es que el coraje ha sido un elemento recurrente –y de transformación– en el camino de muchas mujeres en la lucha por el acceso a la educación.

Desde la cultura grecolatina, desde Safo y las mujeres medievales, las féminas hemos tenido un camino arduo para emanciparnos. Christine de Pizan, nacida en el siglo XIV, considerada la primera feminista y la primera escritora, pudo oponerse a la creencia de que la mujer ocupa sólo el espacio doméstico gracias a que estuvo inmersa en un ambiente culto. Así como ella, Isabel la Católica, Sor Juana y otras fueron rebelándose contra ese destino.

Las inequidades de género siempre existieron, así como quienes las han denunciado. “Muchísimas mujeres han entendido que la educación es el gran elemento salvador para tener una cierta equidad de género. Porque ésto es muy declarativo, pero no se cumple en la realidad”, dice Lizabe.

Desde su fundación, allá por los inicios del siglo XIX, la escuela tomó como referencia ciertas institucionalidades fuertes: la iglesia, la fábrica y la familia. Esta última es de especial importancia cuando se quiere explicar un fenómeno desde las etapas fundacionales: la feminización de la enseñanza. “La mujer, ahora maestra, figura homóloga a la madre en el hogar, siempre se pensó como la que mejor podía desempeñar esa tarea. La primera vinculación de la infancia con la escuela se hizo desde el cuidado y como continuidad de patrones familiares”, explica la docente universitaria, Fernanda Apaza Sembinelli, de la Facultad de Educación de la UNCUYO.

Las mujeres, en el sistema educativo estatal, no alcanzaron mecanismos de ascenso ágiles, profesionalización y remuneración justa. “Las instituciones de la Modernidad fueron funcionales a la consolidación de la misma matriz patriarcal que Occidente construyó hace siglos”, sostiene Apaza Sembinelli.

Confinadas las mujeres a ser siempre figuras secundarias y accesorias, no resulta extraño que su educación no fuera prioridad. “Tuvimos que ‘arrancarle’ a ese tejido social, con urdimbre de una matriz de poder patriarcal, migajas de reconocimiento de derechos”, agrega la especialista.
 

La lucha hoy

Las especialistas coinciden en que develar la trama de desigualdad y trabajar en la sensibilización, y el sentido de equidad y justicia, es hoy el gran desafío: “Intentar desmantelar esa matriz siniestra de poder que nos hizo creer que, como mujeres, valemos menos, y que hizo que poco se reflexionara de esta situación y que poco pudiéramos intervenir en el conocimiento. Esto representa un gran compromiso de cada uno, de las instituciones y de políticas que deben propiciar y garantizar mayores niveles de igualdad, libertad y justicia”, señala la especialista de la Facultad de Educación.

Por su parte, Lizabe sostiene que tenemos una visión naif de la educación, que no somos concientes del todo del valor político que conlleva para la adquisición de derechos. “Hay que hacer una revisión de esta naturalización de inequidades que hemos aceptado a través de los años, la historia, la palabra. La educación muestra y promueve otros lugares para las mujeres. En los manuales de estudio casi no aparecemos, los hacedores del mundo siguen siendo hombres. Tenemos que dejar de ser sujetos anecdóticos para pasar a ser sujetos de acción política”, concluye.

 

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