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El flamante Honoris Causa de la UNCuyo es recordado aquí en una faceta inusual, como la de cantante de moda. Esta nota recoge otro artículo realizado por entonces por uno de sus amigos, el crítico de cine David Eisenchlas. Es un testimonio rico y poco conocido y una suerte de radiografía de los años ´70.
El actor Luis Medina Castro acompaña a Favio en su gira por Mendoza, en la presentación del segundo disco del cantante. Fotos Armando Vergara
Es noviembre de 1969, casi la alborada de una década explosiva. Un hijo dilecto regresa a la patria chica. Y en tal condición, además del cantante de moda en todo el país, Leonardo Favio fue protagonista de una extensa nota periodística, que fue publicada en el diario “El Diario”, ese experimento fallido de su director, Jacobo Timmerman, antes de su nada fallido diario “La Opinión” que editó en Buenos Aires. “Ahora habla y antes de contestar, piensa mucho”, advierte el cronista, sobre el cantante.
El cronista era amigo de Favio y de su familia. El cronista era más que un simple cronista. Todo para decir que David Eisenchlas se encontraba con ese iracundo artista que siempre fue y será llamado Leonardo. A poco de iniciada la conversación, Eisenchlas queda extrañado porque su entrevistado dice que no tiene copias de sus películas. Hasta ese momento había filmado dos de sus clásicos (aunque qué película suya no lo sería). De modo que había puesto su firma en “Crónica de un niño solo” y en un clásico del cine de todos los tiempos: “El romance del Aniceto y la Francisca”. Pero lo más impresionante era que su autor no tenía copia alguna de ellas en su poder. Aunque tenía planes de comprarlas con un objetivo claro:
-Cuando me vaya a España me voy a llevar las copias y se las voy a mostrar al general.
-¡¿QUÉ?! ¿Al general Franco?
-No, viejito, qué Franco… Al nuestro.
En esa época la vida era por Perón. Y desde el exilio madrileño, el líder y el mentor, el estratega y el recibidor, merecía y hasta deseaba fisgonear lo que Favio había filmado cuatro años en Argentina, una película que, como las novelas de Antonio Di Benedetto, salieron desde Mendoza con pasaporte hacia lo universal. Federico Luppi fue su protagonista. Y el título original, casi-casi una micronovela, muy a la moda hoy, por cierto: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más....
Cuenta el propio Favio, en el amanecer de los 70: “Mi primer disco, que fue un disquito, era de canciones de protesta. No lo compraron ni mis amigos. Entonces agarré la guitarra y plín, plín, aquí estoy. Agarré la onda y no la pienso soltar. No me duermo más. En este asunto, cuando te dormís, perdés hasta la cama”.
Leonardo Favio vuelve a Mendoza más exitoso que nunca, 12 años después de su marcha hacia Buenos Aires.
-Entonces, ¿todavía guitarrea?
-No, porque ahora la cosa va en serio.
Al momento de la entrevista había grabado dos discos, depositarios de un éxito inesperado, un suceso continental. En el ´68, mientras en París los obreros de la Renault se aliaban con los estudiantes y entonces así comenzaba la gesta de Mayo, Favio lanzaba ese “disquito”, al que se refiere, cuyo título también fue canción: Fuiste mía un verano. Al año siguiente editaría uno nuevo, apenas con su nombre y apellido. En la tapa aparece como una especie de Serge Gainsbourg -sin Gitanes-. Es que hasta tenía su propia Jane Birkin el lujanino. Carola, Carolita, la musa que, en realidad, era Carolina.
Para Eisenchlas, su amigo Leonardo Favio surgía como una especie de Orson Wells del Bajo de Luján:
“Estar un largo rato con él deja varias impresiones seguras y otras muy imprecisas. Entre las primeras, la evidencia de que es una persona a la que es necesario tratar mucho tiempo para formarse una idea clara de cómo es. Algunas cosas las ve con lucidez y otras resulta evidente la carga de subjetividad que impregna sus pareceres. Opina con violencia acerca de aspectos del cine argentino, pero más tarde se muestra muy circunspecto; por un lado no le importa manifestar por qué hace lo que está haciendo, y por otro tiene mucho cuidado en no contradecir la imagen que se está creando”. Uno de los críticos de cine más completos del siglo XX en Mendoza y Argentina realzaba el dato del viaje al futuro de Favio, al decidir abandonar Mendoza en 1957, momento en el cual fue dirigido por Leopoldo Torre Nilsson en la película El secuestrador.
“Yo no sé qué pasa. Cuando venía antes a Mendoza no me llamaban ni las radios ni los canales. Ahora que vengo como cantante me tironean de todos lados”, confiesa rato después. Lo hace cuando Eisenchlas lo convida a hablar de cine, un campo en el cual Favio no lograba imponerse en su tierra natal. “El cine argentino de los últimos años tiene de valor Los inundados, de Birri, La casa del ángel y Fin de fiesta, de Torre Nilsson, y mis películas”, dice.
-¿Por qué no protesta en sus canciones o al menos por qué no toca otros temas, además del amor?
-¿Protestar, yo? ¿Y por qué, si estoy contento?
La charla se diluye, acaso por la hora del almuerzo. Pero antes hay tiempo de conocer un proyecto cinematográfico que entusiasmaba al artista. Se trata de El payasito, una historia ambientada en la Alameda, que jamás pasó de divague. Favio la pensaba, se proponía buscar financiamiento, mientras escribía líneas argumentales, diálogos. Todo aquello quedó en el naufragio de los sueños. La vida de los artistas suele buscar el mar, aquello que se mueve, una y otra vez. Y el que fue bautizado como Leonardo da fe. En ello puso su propósito y convicción. Nada mal para un hombre nacido en el desierto.
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