Lustrabotas, la profesión que resiste el paso del tiempo

Con 63 años, Roberto se gana la vida desde hace 15 años en el microcentro haciendo lo que más sabe: lustrar zapatos. La clave: buenos precios y un trabajo veloz.

Lustrabotas, la profesión que resiste el paso del tiempo

Mientras ve pasar a miles de personas cada día, Roberto aguarda por un cliente. Foto: Ariella Pientro / Unidiversidad.

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Mariano Rivas / Unidiversidad

Publicado el 10 DE MAYO DE 2019

¿Qué tienen en común el "Mono" Gatica, Ozzy Osbourne, James Brown y Lula da Silva? Todos fueron lustrabotas. A estos trabajadores es fácil verlos en las esquinas de las grandes ciudades, expectantes ante la llegada de algún cliente. Aunque el oficio permanece inalterado desde que surgió hace más de un siglo y, por ende, parece anticuado en un contexto en el que todo cambia a pasos cada vez más rápidos, el hecho de sentarse a hablar con uno de ellos desmiente este mito.

“Yo me mantengo. Los primeros tres o cuatro meses cuesta hacer clientela, hasta que la gente te va conociendo, pero ahora está todos los días parejo. El trabajo puede bajar algo un día, pero al siguiente recuperás lo que no hiciste. Yo estoy en un mínimo de 15 clientes por día”. Quien habla es Roberto Carrasco (63), que desde principios de 2000 está en la esquina de San Martín y Gutiérrez, frente al Banco Nación.

Sus colegas y él están repartidos por la calle San Martín en diferentes esquinas. Algunos llevan décadas lustrando zapatos, botas y zapatillas. Otros se sumaron hace cinco años, como es el caso de Daniel, que está en la vereda de la AFIP, sobre la esquina de San Martín y Garibaldi. La mayoría son hombres adultos de más de 50 años.

“A veces, en una hora te vienen 5 o 6 clientes. Por ahí se corta. Es relativo. Hoy a la mañana laburé mucho, a lo mejor a la tarde no laburaré nada”, pronostica. De lunes a sábados, las mañanas de Roberto comienzan cuando compra agua caliente para llenar su termo y se sienta en su esquina. La provisión de mate suele durarle hasta el mediodía, cuando se va a comer a algún restaurante. Por la tarde, vuelve y se queda hasta las 8; a veces, hasta las 9 de la noche. Dice que se le hace más sencillo pedir un plato en el centro que cocinar en su casa por cuestiones de tiempo.

 

Precios populares y atención rápida

En más de 15 años lustrando calzado en el Centro, Roberto hizo amistades y logró tener una base de clientes que le otorga cierta estabilidad. La conforman trabajadores de bancos, oficinistas, profesionales de la abogacía y de la contabilidad, personas que trabajan en diversas oficinas y en el sector público. “Gente que necesita estar con zapatos”, resume este trabajador de la calle.

Por lo que cuenta el lustrabotas, su fuerte está en su accesible tarifa y en la celeridad con la que hace su trabajo. Es que la mayoría de sus clientes pasan por su esquina con apuro para llegar a sus trabajos y valoran un lustrado rápido.

El precio es por par y va de los $ 35 pesos para zapatos comunes a $ 40 para las botas más chicas y $ 50 para las de caña larga. Algo así como lo que sale un café con una torta en cualquier quiosco mendocino.

Roberto responde de forma pausada mientras mira a la gente que pasa. No se le escapa una cara. En una charla de diez minutos, es probable que salude a la misma cantidad de personas. Es en esos gestos en los que se nota la “calle”, la experiencia que acumula.

Cuenta que vino de América, una pequeña localidad al oeste de la provincia de Buenos Aires. “Estoy contento con el mendocino porque siempre pensé que, al ser una ciudad grande, no me iban a ‘dar bolilla’. Sin embargo, tengo más amistades que en mi pueblo”, celebra. El arte de lustrar zapatos lo aprendió allí, en América, cuando era pequeño, para ganar unos pesos. Lo dejó a sus 15 años, tras conseguir otro trabajo, y lo retomó de grande.

Ve bien su presente: “Gracias a Dios, estoy laburando bien”. El futuro es más incierto: Roberto dice que el año que viene se jubila, aunque aclara: "Si la cosa no se desparrama".

Fotos: Ariella Pientro / Unidiversidad

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