Más allá del castigo: un programa judicial busca que los condenados desaprendan la violencia de género

“No se nace violento”, afirman desde el Programa de Abordaje a Varones por la equidad de la Justicia mendocina, y si se aprendió, se puede desaprender. No se trata de algo natural, tampoco es consecuencia de adicciones ni de problemáticas de salud mental. El punto de partida es detectar y expresar emociones.

Más allá del castigo: un programa judicial busca que los condenados desaprendan la violencia de género

La violencia se aprende y se puede desaprender, afirman desde el PrAVE. Foto: Unidiversidad

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Julia López

Publicado el 08 DE MAYO DE 2025

Tradicionalmente, el enfoque en la violencia de género se ha centrado en las víctimas —mujeres— y ha dejado de lado la otra parte de la misma situación: los varones que ejercen la violencia. Sin embargo, un programa de la Justicia mendocina busca abordar precisamente esta problemática y trabaja con hombres condenados por violencia de género que cumplen penas de ejecución condicional, es decir, menores a tres años.

El Programa de Abordaje a Varones por la Equidad (PrAVE) funciona bajo la órbita del fuero penal colegiado del Poder Judicial de Mendoza. Es un taller psico-socio-educativo, no terapéutico. Su principal objetivo es que los asistentes puedan responsabilizarse y hacerse cargo de sus acciones machistas y violentas, más allá del hecho denunciado. Busca evitar que las situaciones de violencia de género sigan sucediendo y contribuir a un cambio de paradigma en la sociedad. No se trata de una serie de clases, no es estudiar en el sentido tradicional.

La violencia de género es un delito, pero no toda conducta ilegal es sancionada con prisión. De hecho, cuando la pena es menor a tres años —en casos de delitos como amenazas, lesiones leves o desobediencia a la prohibición de acercamiento—, se considera excarcelable, y los juzgados pueden imponer reglas de conducta que el condenado debe cumplir como requisitos para evitar ir a prisión. A eso se llama condena “de ejecución condicional” o prisión “en suspenso”. En una condena de este tipo frente un caso de violencia de género, la sentencia del juzgado puede incluir, entre esas condiciones, la asistencia al Programa de Abordaje a Varones por la Equidad o a un tratamiento psicológico privado.

El PrAVE trabaja con varones condenados por violencia de género a penas de ejecución condicional. Foto: Unidiversidad

Entonces, no se puede pasar por alto que los varones que llegan al taller lo hacen obligados, como parte de las reglas de conducta impuestas. “El varón que llega es un varón enojado… en su cara, en su postura, en sus comentarios por lo bajo”, explica Sandra Squadrito —psicóloga, responsable del PrAVE—, y la idea es desanudar la tensión apelando a emociones, pensamientos o sentimientos. Han ido cambiando la dinámica de acuerdo a lo que les ha enseñado la experiencia, para evitar la resistencia con la que los hombres empiezan el programa. La tarea no es juzgarlos (eso ya fue hecho), sino trabajar personal y grupalmente para evitar que se repita la conducta.

“Buscamos, obviamente, que en el proceso puedan responsabilizarse o hacerse cargo de sus acciones machistas o violentas, más allá del hecho denunciado”, añadió Jimena González De Cicco, también del equipo del PrAVE.

¿Quiénes participan del programa?

El programa trabaja con hombres que han sido condenados por juzgados penales de la primera circunscripción —que incluye los departamentos del Gran Mendoza y Lavalle—. El equipo recibe la sentencia y contacta a los varones para una entrevista de admisión individual. En ese intercambio, recaban información y evalúan si es factible que formen parte de los grupos.

No todos ingresan a los talleres grupales: si hay alguna adicción, consumo problemático o una enfermedad de salud mental (como puede ser una psicosis o un estado depresivo agudo), no pueden formar parte del grupo. Estos casos son derivados a tratamiento individual u otros organismos especializados. También se prioriza el trabajo. Muchos tienen empleos informales o changas que no pueden dejar porque, si no trabajan, no cobran; si los horarios del taller no se ajustan a sus actividades, los derivan a otra instancia.

Jimena González De Cicco y Sandra Squadrito, psicólogas a cargo del PrAVE. Foto: Unidiversidad

A lo largo de los años, han transitado quince grupos, con participantes menores de 20 y mayores de 80 años. Provienen de diversas clases sociales, desde hombres en situación de pobreza hasta profesionales, lo que rompe el mito de que la violencia de género se limita a un estrato socioeconómico particular.

La modalidad de trabajo: grupos y un enfoque evolutivo

El abordaje principal del programa es grupal, con encuentros de dos horas una vez por semana, pero también realizan entrevistas individuales de seguimiento y evolución. En principio, el taller dura seis meses, aunque puede extenderse en el tiempo y ha llegado a los ocho.

El enfoque ha evolucionado con el tiempo. Inicialmente, comenzaban abordando temas como machismo y micromachismo, lo que generaba mucha resistencia. Ahora, han optado por trabajar las emociones. "El enojo es la única emoción que tienen habilitada los varones", afirmó Yanina Gajardo —una de las pasantes— y les cuesta reconocer y expresar otras, como la tristeza o la desilusión. El trabajo con las emociones, el autorregistro emocional y la identificación de pensamientos ayuda a bajar la resistencia y posibilita que se abran y tomen el proceso de una forma más distendida.

“Acá me sentí escuchado”, fue la devolución de un asistente.

 El trabajo con el autorregistro de emociones es el punto de partida. Foto: Unidiversidad

Otras temáticas que se abordan incluyen la comunicación asertiva y los pensamientos irracionales. Se utilizan diversas herramientas para abordar estas temáticas, como autorregistros (escribir sobre lo que sienten y piensan), juegos de roles, análisis de viñetas y de videos. Se busca fomentar la introspección y la reflexión, incentivando a que los propios varones se pregunten y respondan entre ellos.

Un aspecto clave en la evolución del taller ha sido la inclusión y el énfasis en el reconocimiento de los privilegios del varón por ser varón. Lo trajo a colación Martín Guareschi, el otro pasante estudiante de Psicología. Se busca que identifiquen estos privilegios que generan desigualdad en la sociedad y a los que deben renunciar para lograr equidad. Por ejemplo, hablan de la distribución de las tareas del hogar o de los trabajos de cuidado que, si se distribuyeran de manera equitativa, quizás también facilitarían un trato igualitario.

En algunos casos, los varones niegan la gravedad de la violencia de género e, incluso, dicen que existe “violencia al revés” o denuncias falsas, expresadas en frases como "Ahora la ley es solo para ellas” o “A nosotros nadie nos escucha", pero el equipo presenta estadísticas sobre la prevalencia de denuncias verdaderas de violencia de género para confrontar esos mitos. También se les hace ver cómo el patriarcado y los mandatos sociales —ser el proveedor o no participar en la crianza— los afectan negativamente. No son las víctimas de la situación, pero sí les limitan su participación social y familiar, a la vez que les generan incomodidad y presión.

¿Por qué ejercen violencia? Desaprender conductas

Una de las preguntas centrales que aborda el programa es por qué los varones ejercen violencia contra las mujeres. Las fuentes desmienten mitos comunes, como que la violencia está inherentemente ligada al consumo problemático de sustancias o a problemas de salud mental graves como la psicopatía. Si bien un alto porcentaje de varones que asisten tiene algún tema de consumo, generalmente no requiere derivación. El consumo problemático puede potenciar una conducta que ya está presente porque desdibuja barreras de censura, pero no transforma a una persona en violenta.

 Yanina Gajardo y Martín Guareschi terminan sus pasantías en el PrAVE. Foto: Unidiversidad

Aseguran que asociar el consumo a la violencia es uno de los grandes mitos que a veces lleva a justificar la conducta agresiva. De manera similar, los problemas de salud mental no implican necesariamente acciones violentas y se atienden de forma particular.

La explicación es que la violencia se manifiesta como una conducta aprendida. No se trata de una característica innata o de personalidad: “No se nace violento”, dice Gajardo. Esta conducta aprendida se basa, entre otras cosas, en la socialización en una sociedad machista. Los varones aprenden desde chicos esta desigualdad y los privilegios asociados a su género.

En la base de la violencia hay a menudo una inseguridad, una baja autoestima y una incapacidad para expresar emociones que no sean el enojo. La creencia de que "los varones no lloran" limita su capacidad de nombrar lo que les pasa, como la tristeza o la desilusión. Así, la única manera que tienen habilitada para responder ante situaciones de incomodidad, frustración o aquello que no les gustó es la agresión. Puede ser una falta de tolerancia a la frustración —reflexionan— que lleva a la acción violenta inmediata.

Al entender la violencia como una conducta aprendida, se abre la posibilidad de desaprenderla. Por eso, el programa prefiere hablar de "hombres con conductas violentas" en lugar de "hombres violentos", porque con esto último lo encasillan "en un rótulo del que no hay posibilidad de salida", manifiesta Sandra Squadrito, mientras que el enfoque en la conducta permite el cambio.

Desafíos y logros

El programa enfrenta desafíos como la dificultad para conseguir varones que quieran formar parte del equipo que coordina el trabajo. También existen críticas hacia estos dispositivos por parte de la sociedad, que cuestiona por qué se les da un espacio a los "culpables". Sin embargo, el equipo lo considera imprescindible sobre la base de que la violencia de género es un problema a abordar desde todas sus caras.

Otro desafío es la articulación con otras instituciones. Aunque hay intentos y proyectos para trabajar más de cerca con áreas de salud, educación y trabajo —identificados como pilares donde los varones necesitan apoyo y presentan más debilidades—, la concreción es difícil, a menudo por falta de personal.

A pesar de las dificultades, el programa menciona que el porcentaje de reincidencia en delitos relacionados con violencia de género es menor al 5 %. Si bien es un hecho que hace una década no existían tantas denuncias por este delito, muchos varones que llegan ya tienen más de una causa por violencia de género, a veces procesadas juntas, y ahí se puede ver el logro.

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