Mujeres Camperas tomaron las riendas, les pusieron sillas a los caballos y voz a las silenciadas

Se encontraban en distintos centros tradicionalistas y un día decidieron salir a campear sin los hombres. Las unen el amor por el campo y los caballos, por las raíces y las tradiciones, por la naturaleza y la patria. Reivindican a las mujeres en la historia y buscan transmitir todo eso a las generaciones jóvenes para conservar la identidad local.

Mujeres Camperas tomaron las riendas, les pusieron sillas a los caballos y voz a las silenciadas

Captura del audiovisual Mujeres Camperas, de Meraki Producciones, en el marco de las Prácticas Socioeducativas de la FFyL.

Sociedad

Unidiversidad

Julia López

Publicado el 10 DE NOVIEMBRE DE 2025

El Día de la Tradición se celebra cada 10 de noviembre, pero hay quienes la sostienen, también, los otros 364 días del año. Y a pesar de que la Federación Gaucha y los distintos centros tradicionalistas tienen cara de varón, hay un grupo femenino que emerge sin estar federado. A Mujeres Camperas las une el amor por los caballos y el terruño, el arraigo a la naturaleza, la defensa de las tradiciones. Salen a campear y levantan, como símbolo principal, la bandera del Ejército Libertador. Se interesan por las mujeres de la historia —de las que poco se sabe— y por cada una que desde su lugar aporta para conservar la memoria colectiva. Su objetivo es transmitir todo eso a las generaciones jóvenes para que no se pierda la identidad local.

En los centros tradicionalistas, las responsabilidades de las mujeres suelen ser cebar el mate y hacer las sopaipillas, explica Susana Angelina Gómez. Sin embargo, en febrero de 2021 decidieron (literal y simbólicamente) tomar las riendas: organizaron una salida a andar a caballo sin varones y pasar el día en un puesto. Y esa fue solo la primera actividad. Los hombres de a poco van aceptando esa iniciativa o ese rol, aunque al principio no les gustó mucho: “Lo hicimos sin ninguna mala intención. Ellos preguntaban ‘¿por qué van a salir solas, sin nosotros?’”. Pero no estaban solas, son un grupo numeroso de mujeres de distintos centros tradicionalistas de Luján de Cuyo y Godoy Cruz unidas por intereses y objetivos comunes.

 Primera salida de Mujeres Camperas, febrero de 2021. Foto: cortesía

Susana se levanta temprano y alimenta a sus animales. Coordinó esta entrevista en función del horario al que le llevan el pasto del caballo y empezó la charla agitada por suspender su ensayo de zapateo para el profesorado de danza. ¿Edad? “Nací en 1968, sacá la cuenta vos”, responde. Aunque no le gusta envejecer, se nutre de la experiencia que le dan los años. Creció en El Carrizal y ahora vive en Vertientes del Pedemonte, ese nuevo distrito que supo separarse de Chacras de Coria. “Frente al Desert”, dice cualquier persona del Gran Mendoza, pero eso le quita profundidad a un poblado con cientos de familias, cincuenta hectáreas y muchísimos barrios que sostienen su lucha por el acceso a agua potable y cloacas.

Esto podría ser un perfil de Susana. Ella sabe (y así lo dice) que es referente de Mujeres Camperas. Sin embargo, cuando habla no habla en primera persona del singular, sino en femenino y plural: "Nosotras esto”, “nosotras aquello".

Uno de los encuentros de las Prácticas Socioeducativas de la Facultad de Filosofía y Letras fue en el Museo Ferroviario de Blanco Encalada.

Ese "nosotras" abarca a todas. Incluye, por ejemplo, a doña Pancha —una campera mayor de Cacheuta sur que es en sí un patrimonio cultural— y a la Rosita —coplera de familia cuyana y profesora de tango—. Pero también filtra en su relato a mujeres como Martina Chapanay —bandolera y chasqui de San Martín—, Pascuala Meneses —quien quiso infiltrarse en el Ejército de los Andes disfrazada de varón—, Josefa Tenorio —afrodescendiente que logró alistarse entre los granaderos para liberarse de la esclavitud— o las “peladas de la corrupción” —reclusas en conventos que confeccionaron los uniformes del Ejército Libertador—.

 Pascuala Meneses, Martina Chapanay y Josefa Tenorio. Ilustración de Camila Torre Notari para educ.ar

¿Qué es ser una mujer campera?

Campera y no campesina —responde segura— porque es la palabra que mejor describe lo que hacen y la que mejor les sonó desde un principio. Campero es el hombre que ensilla su caballo y sale a ver sus animales —vacas, cabras, caballos— distribuidos en el campo. La campera sale a campear. Para lo que ellas hacen, ese calificativo es más acorde que “campesinas”, un término más relacionado con la chacra y la cosecha, con una persona que siembra la tierra y procura agua para los cultivos. El suelo de las mujeres camperas del piedemonte, en cambio, es seco y pedregoso; y la vegetación, baja.

Además del amor por los caballos, las une el amor a la patria, explica Susana. Y la necesidad de trascender las organizaciones, los centros tradicionalistas o la Federación Gaucha, no hacia arriba, sino hacia afuera. Por eso su objetivo es difundir lo que hacen, las tradiciones que conservan, los símbolos que defienden. Así fue como Mujeres Camperas participó del proyecto de la cátedra de Prácticas Sociales Educativas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO. Producto de esa iniciativa a cargo de la profesora Luciana Benítez Schaefer, junto con la productora audiovisual Meraki, la editorial Pandora y el ballet folclórico Epehuén —los tres independientes— publicaron cuatro cortos audiovisuales conmovedores que las describen de principio a fin.

La mujer campera es una mujer conectada con el día a día: en el campo, con los animales; en la ciudad, con el trabajo; en la casa, con la familia. En los centros tradicionalistas, se pone vestido de paisana; en el campo a caballo, usa bombacha de gaucho y boina; para las actividades formales, lleva un trapito para limpiar la tierra de sus zapatos. Destacan la figura de José de San Martín, su voluntad de —incluso siendo hombre— educar a su hija y sus valores patrios. Su símbolo máximo es la bandera del Ejército Libertador.

“Mujer campera que es la que todos los días se levanta y tiene un desafío: lo que no sabe, lo aprende; si hay adversidad, le pone el corazón; cría hijos con valores, resiste”, afirma Susana Angelina Gómez.

Darles voz a las silenciadas

Mujeres Camperas es un grupo que quiere rescatar la identidad de las mujeres. Sin caer en el morbo ni en la victimización, propone conocer la genealogía femenina: “Hay mucho escrito sobre los hombres, pero ¿qué sabemos de las mujeres? ¿Y qué sabemos sobre las mujeres que no quedaron escritas en los libros?”, reflexionó, y nombró a las indígenas, las afrodescendientes, las de la independencia, las de la época colonial, las del siglo XX.

Así es como en su relato se pueden encontrar tanto los pasos de la guerrillera y mensajera de San Martín Martina Chapanay, como la letra localista de la escritora nacida en Agrelo y albacea de Draghi Lucero, Norma Acordinaro. Susana busca recuperar las raíces, no desde un lugar conservador, sino identitario: saber quiénes fuimos es saber quiénes somos.

 Mujeres Camperas se reunieron en el puesto de doña Pancha, Cacheuta Sur. Foto: cortesía

“La historia generalmente la escribieron los varones. No es que tenemos nada en contra de ellos. Tampoco nos consideramos un grupo feminista. Somos madres, abuelas, ciudadanas que queremos reivindicarnos, no como víctimas, sino con el valor que tenemos dentro de la sociedad. Desde el inicio y para siempre”, manifestó Susana Angelina Gómez.

Cuando las mujeres camperas se juntaron se reconocieron unas en otras, en los mismos intereses, preocupaciones, sentimientos, objetivos, y hasta en los gustos por la prosa y la poesía mendocina. “Nos estamos aprendiendo a mirar”, indica Susana. Entienden que la modernización y la globalización deja en el olvido las características locales, la idiosincrasia de cada región, las particularidades de los pueblos, y ellas quieren sostenerlas, reforzarlos y difundirlas. Habla del chañar, del aguaribay, del horcón, de la tonada, de las coplas, de la danza folclórica, del mate, de las sopaipillas, de gauchos y paisanas.

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