Ley de etiquetado frontal: más de 150 organizaciones rechazan su derogación
Entrevista a Leila Guarnieri, nutricionista e investigadora de FIC Argentina.
10 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Cecilia Amadeo, editora de Edición U y Unidiversidad.
Ilustración: Pablo Pavezka
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1651-1695)
Juana Inés de Asbaje y Ramírez, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, encontró un salvoconducto: decidió hacerse monja para escapar del destino de las mujeres de su época. El encierro del monasterio le aseguraba un ambiente propicio para leer y estudiar, lejos del matrimonio y la maternidad, lejos del mandato social, a contrapelo de lo esperable.
Muchas, como Juana, fingieron lo que no eran, se travistieron para poder estudiar, violaron la ley. Hoy, y desde hace unos cuantos años, las mujeres ya no queremos salvoconductos. No queremos un mandato impuesto y, mucho menos, violar la ley. Ese deseo nos ha costado la vida de muchas. Literalmente hemos pagado con nuestra sangre que se respete nuestra libertad, ya sea para elegir nuestra forma de vida, nuestra profesión, nuestra sexualidad o lo que hacemos –o no– con nuestros cuerpos.
Por eso decimos “Iguales nos queremos”. Porque nos queremos iguales en el trato, pero también iguales en oportunidades, iguales en derechos e iguales en responsabilidades. Hace siglos éramos iguales, pero fruto del desarrollo del capitalismo y de la división sexual del trabajo fuimos perdiendo esa condición.
Esto nos da una pista: la igualdad –y, en consecuencia, la desigualdad– se construye. Tenemos que echar a andar la rueda al revés. La noria debe repartir agua para todos.
Lo bueno de lo malo
El 2016 fue un año triste. Nos han matado como a moscas. Nos han empujado a las calles a defendernos y a decir basta. El #NiUnaMenos cobró vida en nuestros corazones. Por eso desde el suplemento de papel del Sistema de Medios Públicos de la Universidad Nacional de Cuyo queremos cerrar el año con un número que nos reivindique.
En esa reivindicación no podemos dejar de pensar en Cecilia, en Claudia, en Marta, en Silda, en Ayelén, en Julieta, en Janet, en Florencia, en Patricia, en Sonia, en Trinidad, en María José, en Marina, en Rosa, en Daniela y en Norma, las 16 mujeres mendocinas que nos arrebató la violencia machista durante este año. Tampoco podemos dejar de mencionar a los 16 niños y niñas que perdieron a sus madres, la mayoría a manos de sus propios padres.
Como una paradoja –¿cómo la muerte puede dejarnos algo bueno?–, sus femicidios nos dejaron algo positivo: las mujeres nos hemos movilizado mucho más aún, hemos hecho causa común entre nosotras. Pero también han interpelado a nuestros compañeros varones. Muchos se han preguntado qué tan violentos son, qué conductas naturalizadas nos resultan violentas y, al menos, están un poco más atentos a no agredirnos.
Por supuesto que queda muchísimo por hacer, por remedar, por corregir. Pero esto que se ha echado a correr es imparable.
Las páginas de este número de Edición U, el último del año, están escritas enteramente por mujeres. Cada una desde su espacio tracciona por un objetivo común: construir una sociedad en que las mujeres seamos reconocidas, y en consecuencia tratadas, como lo que somos: seres humanos. Ni más ni menos.
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