Roberto Juárez, una vida de sacerdocio dedicada a la población carcelaria

Lleva 30 años como capellán de la cárcel, está a punto de jubilarse y aún no hay quién lo reemplace. Su experiencia en el mundo carcelario, el derecho a la asistencia espiritual y la necesidad de mejorar las condiciones de presas, presos y personal penitenciario.

Roberto Juárez, una vida de sacerdocio dedicada a la población carcelaria

Roberto Juárez está a punto de jubilarse como capellán de la cárcel y, hasta el momento, no se le ha designado un reemplazo. Foto Unidiversidad.

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Emilio Murgo

Publicado el 02 DE OCTUBRE DE 2023

El padre Roberto Juárez está a punto de jubilarse como capellán de las cárceles mendocina, ya que cuenta con la edad necesaria y, al ser empleado provincial, la ley lo determina así. El inconveniente llega porque, luego de más de 30 años al servicio de la carcelación –él lo denomina así–, su tarea parece quedar en suspenso. Todavía no se sabe qué va a pasar con su sucesor –hasta el momento, no hay nadie elegido para esa tarea–, pero son el Estado y la Iglesia los que deben tomar esta decisión para hacer cumplir la ley nacional 24660 y la ley provincial 7648.

En este contexto, desde Unidiversidad dialogamos con Roberto Juárez, quien nos relató en primera persona cómo inició su camino como “padre de los presos”, su mirada sobre la situación de las cárceles en nuestra provincia, el trabajo que deberíamos realizar como sociedad y, por supuesto, qué sucederá con su cargo una vez que se jubile.

Todo aquel que conoce a Roberto sabe que es una persona sencilla, sin demasiados protocolos, alguien con quien se puede conversar sin la sensación de sentirse extraño. Esta fue más una charla de amigos que una entrevista formal al capellán de la cárcel, sobre todo, porque contó sus experiencias a corazón abierto, sin tener el mínimo problema de mostrarse tal como es; y eso es algo que se debe destacar.

¿Cómo comenzó tu historia como sacerdote?

Mi historia es medio graciosa, pero real. Yo digo: fui Villegas, soy Juárez y tendría que haber sido García. Lo explico así porque mis padres biológicos me engendraron, pero no se hicieron cargo de mí. Mi madre biológica me dio a sus padres y ellos me dieron su apellido (Villegas). A los 9 años, me enteré de que mi hermana era en realidad mi madre y la que yo pensaba que era mi mamá era mi abuela, por eso hago ese juego de palabras con los tres apellidos.

Cuando yo tenía 12 años, mi abuela se enfermó de cáncer, nos vinimos a Mendoza desde Buenos Aires y al tiempo ella murió. Ya cerca de finalizar los 14 años me fui a vivir con la familia Juárez. Accedo a esta familia por Jorge Juárez, un amigo y compañero de la escuela Martín Zapata; ellos me abrieron las puertas de su casa y terminaron dándome su apellido. Toda esa época de mi vida yo la llamo "el agujero negro". Más tarde en el tiempo, más precisamente en el año 74, ingresé al Seminario Menor de Paraná a terminar mi secundaria (4° y 5° año). Luego de ese período me ordené como sacerdote y aquí estoy.

¿Cómo fueron tus primeros pasos en la cárcel mendocina?

Desde el 92 hasta 2005 fui a la cárcel como voluntario de la Pastoral Penitenciaria. En ese año, quien estaba de capellán era el gran Jorge Contreras. Él ya tenía ochenta años cumplidos y sobrellevaba un cáncer, por lo que tenía que dejar la capellanía y estaba solo yo como reemplazo. Allí arrancó mi camino en la cárcel y ya llevo más de 30 años en él, lo que se traduce en casi la mitad de mi vida.

Roberto Juárez lleva trabajando más de 30 años en las cárceles mendocinas / Foto: Unidiversidad

Para esto he nacido y venido al mundo… para ser padre de presos

La calidad y amabilidad son parte de Roberto Juárez. Me recibió en su casa, que está ubicada en la Iglesia Nuestra Señora de Pompeya, ya que al ser capellán de la cárcel y no ser un párroco no tiene un lugar fijo donde vivir. Me ofreció unos bizcochitos y su amigo inseparable, el mate, esta infusión que antes de la pandemia servía para compartir, unir y estrechar lazos.

¿Qué es la cárcel para vos y qué son los internos en tu vida?

Desde el inicio de mi ministerio, he vivido mi sacerdocio en clave de paternidad, es decir, ser dador de vida. Esta paternidad ha llegado a su consumación en el mundo de la carcelación y se ha dado a partir de un acontecimiento vivido entre marzo y abril de 2017: allí comencé a encontrarme con presos que conocía de años atrás –de cuando ellos habían ingresado como jóvenes adultos–. A uno de ellos, de nombre Mario Lorca –que se encontraba en el Sector de Aislados por su peligrosidad– le comunicaron que su madre se encontraba en terapia intensiva; de niño pequeño le habían dicho que ella había muerto, por lo que se reencontró con ella en esta situación extrema, que tuvo como desenlace la muerte de ella.

Avisado de este hecho, fui al módulo donde Mario se encontraba alojado y pedí verlo. Nos ubicaron en un lugar donde "veían películas", que era un antro, con paredes sucias, llenas de inscripciones violentas, sin aberturas –fuera de la puerta de ingreso– y con olor a meada. Llegó Mario y, cuando me vio, lo primero que me dijo con fuerte reclamo fue: "¿Por qué me abandonó?". Desde que estaba en Almafuerte no me había encontrado con él, y de eso hacía varios años, e inmediatamente me dijo: "¡Para mí, usted es mi papá!", a lo que sin titubeos respondí: "¡Sí!".

Cuando Mario me dijo "Usted es mi papá" apareció esa imagen en mi corazón e inmediatamente me dije: "Ese padre soy yo". Así fui encontrando y consolidando mi vocación específica en mi llamado como sacerdote de Cristo y pastor del pueblo de Dios. Soy padre de presos, para esto he nacido y venido al mundo: vivo para ellos, sufro por ellos, gozo por y para ellos, ellos son la explicación de mi vida.

¿Cuál es la tarea del capellán en la cárcel mendocina?

La tarea específica del capellán en la cárcel es lo que llamamos asistencia espiritual. La misma ley lo contempla así. La ley nacional 24660 tiene unos capítulos sobre asistencia espiritual, y en base a eso sacamos una ley provincial, la 7648, que creo que es la única ley de capellanía mayor en el país.

Tuve una lucha interna y fuerte para asumir como capellán, porque no quería pasar a ser empleado público y ‘pertenecer’ al Estado provincial, pero era la única forma de poder ingresar y moverme libremente en el mundo de la carcelación, un mundo en el que conviven dos ‘universos’ complejos: el de los presos y el de los penitenciarios.

De hecho, en noviembre de 2005, una vez que el entonces obispo de Mendoza, José María Arancibia, fue a la cárcel a realizar una celebración, terminada esta, en un momento de diálogo privado me dijo en broma: "Roberto, ahora estás preso…", a lo que yo no tan en broma le respondí: "¡Monseñor, peor: ahora soy penitenciario!".

La mayor tentación que tuve y, por lo tanto, mi mayor lucha ha sido permanecer como buen pastor, dispuesto a dar mis bienes, mi fama, mi tiempo, en fin, mi vida por las ovejas, y poner todo mi empeño en no dejarme transformar en un mercenario, a quien lo único que le importa es el salario.

El padre Roberto fue pionero en la creación de la Ley 7648, que garantiza la libertad de culto religioso a las personas privadas de libertad / Foto: Unidiversidad

“Den al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”

¿Cómo fue el tratamiento de la ley provincial de capellanía y de qué se trata?

Esta ley –la 7648– tiene como principio que el preso tiene derecho a ser asistido en el culto que profesa. Y pone algo no menor, ya que dice que no hay ninguna sanción que le pueda impedir el ejercicio de este derecho, o sea, por ahí le pueden impedir que vaya a trabajar, que salga, pero si pide asistencia espiritual, aún estando castigado o en el calabozo más perdido, tiene ese derecho y la autoridad lo debe cumplir.

¿Cómo ves a la sociedad mendocina y a la opinión que esta tiene sobre la cárcel?

Bueno, algo que yo vengo diciendo hace tiempo y que me genera dolor cuando lo digo es que vamos mal en este camino. Ya estamos dando una respuesta que para mí es tristísima y habla muy mal de nosotros como sociedad, no digo gobernantes ni nada, sino como sociedad. Son las actitudes que vamos cristalizando y haciendo realidad en nuestro día a día.

Aquí, en Mendoza, estamos observando y viviendo un crecimiento de lugares de encierro. Lo que más se construye son cárceles y barrios privados, es decir, me encierro y te encierro. Esos son los verbos que conjugamos hoy. Esa es la sociedad que estamos construyendo hoy y eso es una locura para mí, no es lo que quiero para vivir.

No tenemos la capacidad de replantearnos y preguntarnos si así queremos vivir. Percibo que vivimos en esta Mendoza feudalizada en la que nos encerramos todos. Creo que tenemos mucha hipocresía por ahí. Debemos plantear las cosas con claridad, dejando de lado la politiquería, que no sirve para nada, nunca ha servido ni va a servir.

Para Roberto Juárez, lo que más crece en Mendoza son los barrios privados y las cárceles, y ese no es un buen síntoma para nuestra sociedad

 Un “pastor de las ovejas negras”

¿Cómo es el trabajo que realizás a diario con los internos de la cárcel?

Uno de los principales trabajos que tengo casi todos los días es decirles a los internos que no son una carátula, no solamente deben percibirse por lo que se los ha caratulado o por su crimen. Debemos hacerles entender que, ante todo, también son personas y que está siempre la posibilidad, por lo menos desde la fe cristiana, de llegar al camino de la redención. Creo que por eso Cristo cuando murió en la cruz al primero que salvó fue al delincuente que estaba junto a él y que de corazón reclamó el perdón de Dios.

Vemos que hasta último momento siempre Dios tiende la mano para salvar. Depende de uno que quiera agarrarla o no. Esto de demonizar sectores, personas, y creer que son irredimibles es desconocer la naturaleza común que tenemos. Debemos entender que no es un 'ellos o nosotros’, tiene que ser un nosotros en un sí inclusivo.

¿Cómo ves al Estado y a la situación de la cárcel mendocina?

El mundo de la carcelación es un espacio que se presta para el abuso, la violencia, la corrupción, tanto hacia quien está preso –cumpliendo una condena– como para quien trabaja allí. Tenemos que trabajar fuertemente para mejorar las condiciones de estos dos universos, no solo el hecho de construir más cárceles.

Para mí construir más cárceles, y se lo discuto a quien sea, es una declaración jurada de fracasar como sociedad. Fracasó el gobierno, fracasó la comunidad, fracasó la escuela, fracasó la Iglesia y fracasamos todos.

¿Qué va a suceder con el próximo capellán después tu jubilación?

La capellanía de la cárcel va a continuar, cierto es que hay una ley que se debe cumplir y que está el padre Marcelo De Benedectis como capellán mayor. Lo que sí, hasta el momento, no hay quien me reemplace en el terreno. Yo he hablado con el obispo y con Marcelo y me han pedido que, por lo menos, aunque esté jubilado pueda ir dos o tres días a lo que hoy es Almafuerte, que es lo más grande y complicado de abordar. La única condición que yo tengo es que no sea como voluntario, ya que los voluntarios están muy limitados en cuanto a tiempos, accesos y lugares. Estaría como jubilado y contratado, algo que ya se hace en el Servicio Penitenciario. Mientras que la parte económica no es un problema porque nunca lo fue.

Por otro lado, hay algunos curas, de los más jóvenes, que estarían interesados en el hecho de tomar esta posta. Yo les he dicho que lo vayan pensado, que vayan haciendo el discernimiento. Son muy jovencitos todavía, pero que vayan haciendo el camino y esperemos que sí, que alguno de ellos sienta el llamado y pueda tomar la capellanía.

Roberto Juárez está a punto de jubilarse y, hasta el momento, no se sabe que sucederá con su cargo / Foto: Unidiversidad

¿Qué mensaje nos podés dar después de tanto camino y recorrido en la cárcel?

Ante todo, quiere reconocer que hay esperanza. Yo siempre pongo como referencia este camino que venimos haciendo desde 2019 con los presos de cadena perpetua en Almafuerte. Creo que los talleres que venimos dando sobre perdón y reconciliación, que van más allá de lo religioso, funcionan para trabajar el perdón como un derecho humano, como una segunda oportunidad que todos tenemos.

Debemos elegir este camino que no es nada sencillo. Debemos transitarlo desde lo humano, debemos trabajar en restaurar vínculos y no ver al otro como enemigo. Tenemos que ver la humanidad compartida, con las grandezas y miserias que todos poseemos. Finalmente, yo no solo sueño, sino que apuesto completamente a ello, y por ello trabajo día a día; es el camino que creo que hay que seguir.

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