Silvia Faget: “Nunca ando sola, siempre van 30 000 conmigo”

En los 70 fue militante del PRT-ERP junto con su marido, Santiago Illa, desaparecido desde 1976. Su vida tomó caminos diversos, pero siempre continuó firme en la búsqueda de su esposo y de las y los 30 000. Esta es su historia.

Silvia Faget: "Nunca ando sola, siempre van 30 000 conmigo"

Foto: Coco Yáñez

Sociedad

24 de marzo: mujeres y memoria

Especiales

Unidiversidad / Julia López

Publicado el 23 DE MARZO DE 2021

Silvia Faget es militante por los derechos humanos. Pertenece a Familiares de Personas Detenidas Desaparecidas por Razones Políticas de Mendoza, pero esa es la lucha que sostiene férreamente desde que su marido fue secuestrado y desaparecido. Su historia de militancia se remonta a los 70 en el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).

Silvia tiene un hijo y dos hijas. Santiago Illa es padre del mayor y de la segunda, Héctor Reynaldo y Ana Clarisa, que deben sus nombres a militantes que cayeron en la lucha, víctimas de la represión: Héctor Antelo, Reinaldo Roldán, Ana María Villarreal y Clarisa Lea Place.

La entrevistada se presenta con Unidiversidad: “Soy Silvia Cristina Faget. Siempre digo que soy la esposa de Santiago José Illa, desaparecido en el año 76 (...) Éramos de San Rafael y éramos militantes, no lo negué en esa época y no lo voy a negar ahora tampoco. Es algo que se lleva muy adentro”.

 

Rebeldes con causa

“Primero me volví rebelde”, introduce Silvia su historia. Eso, asegura, la llevó a relacionarse con “Chiche” Illa que, en ese momento, estaba de novio con una compañera de ella. Tenían varias cosas en común: escuchaban los Beatles, no creían en dios y les preocupaba particularmente la sociedad en la que vivían.

Silvia trajo a la memoria a aquel joven: “Chiche era muy conocido en San Rafael, todo el mundo sabía quién era porque era una persona muy alegre, jodona. Le gustaba la música, tenía un carisma increíble. Además, era muy preparado políticamente”.

“Veíamos tanta injusticia, teníamos la necesidad de cambiar la sociedad en la que vivíamos”, evoca Silvia. Tanto ella como “Chiche” Illa eran personas con convicciones políticas muy definidas, críticas, ateas, rebeldes. No eran rebeldes sin causa.

La militancia de la pareja empezó cuando tenían 21 años, en 1974. Por el amor que se tenían, y en búsqueda de un mundo más justo, decidieron contraer matrimonio: “En esa época, si nos íbamos sin casarnos, me traían de los pelos mis padres. Nos casamos para irnos a militar”, asegura ella.

Casamiento de Santiago Illa y Silvia Faget. Foto: www.lesahumanidadmendoza.com

Se fueron a Córdoba, donde se ubicaron en una casa que compartían con militantes del PRT. “Nuestra militancia comienza ahí”, recuerda Silvia. Chiche era periodista y lo ubicaron en la revista Patria Nueva. Ella, por su parte, se dedicó a formarse. Leía y estudiaba las revistas El combatiente y Estrella Roja, ambas de difusión oficial del partido, para dialogar con otras y otros jóvenes.

Córdoba era una “una provincia políticamente muy movida” y muy distinta a lo que conocían en su pueblo natal. Participaron de manifestaciones que les parecieron inmensas y no podían dejar de mirar todo con asombro. “He conocido personas muy preparadas, de las cuales también aprendí mucho”, contó. En esa provincia, Silvia se quedó embarazada de su primer hijo.

 

La capital del país y de la organización política

De ahí partieron a Buenos Aires, donde también compartieron departamento con dos compañeros del partido. En la Capital, su trabajo –y militancia– era en la revista Nuevo hombre, donde escribían notas relacionadas con lo político y sindical. Silvia, además, tuvo asignadas tareas de corrección. Encuadernaban revistas, las embalaban y las enviaban en encomienda a otras provincias.

Las organizaciones de izquierda crecían a la par de las parapoliciales y paramilitares, que buscaban, por cualquier medio, mitigar el pensamiento crítico. En septiembre de 1974, la Triple A asesinó al intelectual marxista Silvio Frondizi –hermano del expresidente– y para su velorio se hizo una manifestación masiva.

La mujer recordó detalles de la represión estatal en esa ocasión: “Venían a caballo y también en moto. Con camiones blindados, hidrantes, gases lacrimógenos. Se llevaron a mucha gente violentamente. Ahí ya estaba con mi buena pancita, estaría de cinco meses”. Con Chiche se pusieron a salvo cuando entraron a un restaurante y un hombre les ofreció hacerse pasar por comensales a su mesa.

Eran tiempos álgidos políticamente. “Empiezan los allanamientos y algunas desapariciones —recordó SIlvia—. En el 75 también empezamos a ver que todo se estaba viniendo jodido, muy pesado”. La violencia paraestatal –antes del golpe de Estado– se intensificaba y los movimientos de izquierda eran blanco de ataque.

El embarazo también avanzaba y la situación política era complicada. Silvia regresó a San Rafael. Aunque Chiche se quedó, a las semanas perdió contacto con sus compañeros y compañeras, y la oficina de la revista dejó de funcionar: “Evidentemente, todos lograron irse de Buenos Aires”.

“Yo ya tenía fecha para que naciera mi hijo, pero inconscientemente estaba esperando a mi marido para su nacimiento”. Santiago trabajaba para juntar plata para su vuelta, pero el mediodía del 17 de enero de 1975, avisó que no llegaría a tiempo. Siempre acompañada por su familia, ella se relajó, a la siesta empezó con contracciones y nació su hijo Reynaldo.

Silvia y Reynaldo (2019). Foto: Facebook Espacio para la Memoria exD2 Mendoza

Chiche lo conoció al mes del nacimiento. A pesar de que Silvia prefería volver a Buenos Aires, decidieron quedarse en San Rafael para organizarse políticamente en el pueblo y porque, inocentemente, sentían mayor seguridad. En el departamento sureño, ella integró el ERP, pero la excluían de reuniones políticas del partido que se realizaban en el sótano de su casa. Sus compañeros ponían excusas con el cuidado de Reynaldo, recordó la militante. “Chiche no se daba cuenta, no lo entendía así o no lo veía así, pero existía en los compañeros ese machismo”, criticó Silvia.

A fines de febrero de 1976, les llegó la noticia de la detención de un militante: “Había caído un compañero, un peronista, uno de los Berón. Él conocía la casa donde vivíamos, que es la casa donde yo me crie”. Sabían que la policía iría en su búsqueda e intentaron irse de la vivienda, pero Silvia decidió volver: “En San Rafael nos conocemos todos, me van a agarrar aquí o en la casa”, le dijo a su marido.

Chiche también regresó: “Si vos te quedás, yo me quedo. Y a partir de ahora todo va a ser distinto”, le prometió a Silvia. Sin bajar los brazos, querían cambiar su modo de vida porque ya no había forma de militar fuera de peligro. Ella recordó el último rato que compartieron: “Esa noche se quedó, me dijo lo mucho que me amaba, nos dormimos abrazados y a las tres de la mañana se armó todo”.

 

El operativo de secuestro

Era la madrugada del 9 de marzo. Tiraron la puerta a golpes. Santiago Illa prendió la luz y a la orden de “¡Alto, manos arriba, que salgan todos!”, él respondió “Pará, chango, que hay un niño y una mujer embarazada”. Silvia salió de la habitación: “Me encontré invadida de policías y el Ejército, los dos. Hasta por los techos, habían rodeado la manzana”.

“Habían abierto el sótano, lo metieron ahí a Chiche y a mí me mandaron al fondo, que era la cocina, mirando la pared, con Reynaldo en brazos mientras un soldado me apuntaba. Yo escuchaba que a Chiche le pegaban, sentía cómo tiraban todo. Sacaron libros, los destrozaron, los pisotearon; golpearon las paredes, las rompieron. Todo esto fue al mando del mayor Suárez”, reveló Silvia.

A Silvia le hacían preguntas a los gritos y, por su firmeza para responder, Suárez amenazó con detenerla a ella y llevar a su hijo a la Casa Cuna. Se dio cuenta de que ya no sentía los golpes en el sótano: “Evidentemente, a Chiche ya lo habían sacado”. Reynaldo tenía un año y Silvia estaba embarazada de 7 meses. No volvieron a ver a Santiago.

Al salir de la vivienda, la obligaron a firmar un acta de allanamiento. En un intento por leer el documento, alcanzó a ver que mentía con el hallazgo de una “cárcel del pueblo”, el sótano. “Y yo lo firmé, obviamente —recordó Silvia—. Si te están apuntando vos firmás lo que sea. No podés negarte a nada en esas condiciones”.

La Policía y el Ejército se marcharon y la dejaron ahí, en la casa destruida. De Chiche no supieron nada más, hasta que lo trasladaron a la Penitenciaría de Mendoza y envió una carta a su casa. Había estado incomunicado en el D2, el centro clandestino de detención más importante de Mendoza.

La única persona que pudo verlo fue su madre porque, luego del 24 de marzo de 1976, no permitieron más visitas. En aquel encuentro, su mamá le confirmó que Silvia y Reynaldo estaban a salvo: hasta ese momento, Santiago no sabía nada.

Desde la cárcel, Chiche le escribía a Silvia dos cartas por semana y ella todavía las conserva. Por ese medio, él se enteró del nacimiento de su hija, Ana Clarisa, el 11 de abril. El 25 de mayo del 76, el correo le devolvió una carta a Silvia con el sello de la penitenciaría: “No está más alojado en este domicilio”. Entre llantos de desesperación, Silvia entendió que lo habían matado.

En el libro de la penitenciaría figura el traslado de Illa al Liceo Militar el 12 de mayo a las 20.30. Nunca apareció. En ese momento, Silvia Faget emprendió la búsqueda que sostiene hasta hoy. “A partir de ahí, el fin de mi existencia ha sido buscar a Chiche”, aseguró la militante.

 

La búsqueda de la verdad

Hicieron muchas cosas para averiguar qué había pasado con Chiche. Su madre viajó a Mendoza, pero solo recibió burlas: “Se tiene que haber ido a Europa”, le dijeron en la cárcel; “Seguro se fue con otra mujer”, le dijo un cura. En la capital provincial, Silvia presentó infructuosos recursos de hábeas corpus a la Justicia.

Recibió mucha ayuda de organismos de derechos humanos para presentar formularios y hacer averiguaciones en distintos lugares. “Le escribimos a todo el mundo. Desde Harguindeguy, el ministro del Interior, hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”, contó la mujer. Incluso viajó a Buenos Aires en más de una ocasión

Ella conoció otros casos de desapariciones y notó que a nadie le daban respuesta. En San Rafael había estado en contacto con gente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, pero para intensificar su búsqueda, decidió mudarse a Mendoza y en el 83 se acercó al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).

Junto con otras integrantes de Familiares, Silvia Faget sostiene la pancarta de su marido en la marcha del 24 de marzo de 2019. Foto: cortesía de SIlvia Faget

A través del MEDH, conoció a otras personas que también buscaban información sobre algún ser querido. Allí se reunieron muchísimos datos que el Estado no quería recabar. Recordó cariñosamente a Elba Morales y a Pocha Camín, y el apoyo constante que le dieron.

“El MEDH hizo un muy buen trabajo, nos acompañó muchísimo a nosotras y a nuestros hijos e hijas. Ahí conocí a personas muy valiosas. También, gracias al MEDH yo pude conocer a las demás familiares”, reconoció Silvia.

 

Los juicios de lesa humanidad

Silvia siempre tuvo la capacidad de planificar su vida y, gracias a un kiosco que compró con el dinero de una indemnización y a que trabajó durante años, logró jubilarse para presenciar todas las audiencias del juicio por Santiago José Illa. A pesar de las decenas de trámites para recolectar más información, la justicia recién llegó con la megacausa por delitos de lesa humanidad que empezó el 14 de febrero del 2014, conocida como “El juicio a los jueces”.

El juicio le permitió conocer el trayecto de Chiche desde que lo secuestraron. Silvia agradeció esa instancia: “Pude saber más de él, que era lo que más me interesaba. Saber por dónde pasó, qué hizo, si rio, lloró, se quejó. Yo necesitaba saber todo eso y Reynaldo también”. Además, conoció muchas historias que le permitieron dimensionar la magnitud del plan represivo estatal.

Las experiencias terribles que escuchó nunca le pusieron en duda la continuidad de su asistencia al juicio. Junto con Reynaldo, colgaban banderas con leyendas como “Acá se juzgan genocidas” y “Ningún genocida suelto”, que avisaban, en España y Pedro Molina de Ciudad, que se estaban desarrollando audiencias por delitos de lesa humanidad: “Éramos los primeros en llegar”, recordó Silvia con una sonrisa.

Silvia lee documento de organismos en la sentencia del cuarto juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza. Foto: www.juiciosmendoza.wordpress.com

 

La lucha feminista

En muchas ocasiones, Silvia Faget se sintió excluida o discriminada por ser mujer, incluso en espacios militantes. Sin embargo, en los 70, eso no era tan hablado como hoy. “Yo por ahí charlo con Chiche y le digo: ‘Mirá, Chiche, por dónde se vino’”, se enorgullece la militante de derechos humanos, que en la actualidad asiste a manifestaciones feministas.

Y siente la conexión con las luchas pasadas: “Ver ahora lo que han hecho las mujeres y la juventud me llena de emoción. Ver y decir: ‘Esto es una revolución’. Yo me daba cuenta de que, como mujer, la había padecido y hay otras que seguro la pasaron peor, pero de jóvenes no la vimos venir”.

 

Una vida cuesta arriba

Acostumbrada a hacerse cargo de desafíos, Silvia descubrió el andinismo. Hoy, a sus 67 años, hace expediciones en la montaña, escala periódicamente y tiene como desafío subir el Cerro El Plata, de 5968 metros sobre el nivel del mar.

Asegura que es una instancia deportiva, claro, pero también aprovecha para reflexionar. “Es un deporte sin aplausos. Llegás a la cumbre de un cerro y casi nunca hay nadie que te festeje”, explica.

“Pero nunca ando sola, yo digo que subo con los 30 000. Cada vez que hago cumbre, pregunto, mirando hacia los cuatro puntos cardinales: ‘¿Dónde están?’. Desde lo más alto, estén donde estén, los estoy viendo”.

Silvia Faget escalando en marzo del 2021. Foto cortesía de Silvia Faget

silvia faget, 24 de marzo, 24m, memoria, verdad, justicia,