Un círculo de amor: salvó a su hija donándole un riñón y ahora será abuela

Para este Día de la Madre, te contamos la historia de Adriana, una madre mendocina que acompaño a su hija, Natalia, a superar la insuficiencia renal crónica terminal. No hay dudas, la donación de órganos salva vidas.

Un círculo de amor: salvó a su hija donándole un riñón y ahora será abuela

Foto: Natalia Lima y su madre, Adriana Vargas

Sociedad

Donación de órganos

Unidiversidad

Ángeles Balderrama

Publicado el 15 DE OCTUBRE DE 2021

“Como mi mamá no hay dos” es una frase popular que se suele escuchar en cualquier conversación, pero la historia de amor y fortaleza de dos mendocinas supera ese dicho. Adriana Vargas (55) trabaja como empleada doméstica y tiene dos hijas y un hijo: Natalia, Aisha y Santiago. La historia de esta familia transitó de manera regular hasta que a Natalia le detectaron que sus riñones habían dejado de funcionar y tuvo que comenzar con diálisis. Sin dudarlo, Adriana le donó uno de sus riñones. A cinco años del trasplante que salvó su vida, la joven será madre.

“Yo empecé con todo cuando estaba en segundo año de la facultad, durante 2013 y 2014. Tenía semanas de fiebre y otras de fiebre y vómitos, pero nada indicaba que era el riñón. En esos momentos, yo llamaba a mi mamá para que se acostara conmigo porque el frío era insoportable. Después de eso, tuvimos que hacer miles de estudios y consultamos a especialistas de columna, urólogos, nefrólogos y hematólogos”, explicó Natalia Lima, abogada y egresada de la Escuela de Comercio Martín Zapata de la UNCUYO.

Luego de pasar por varios centros de salud sin ser atendida, durante 2014 estuvo internada 45 días en el Hospital Central. En los primeros 15 días, los médicos descubrieron que padecía insuficiencia renal crónica terminal (IRCT). Debido a ese problema, sus riñones dejaron de funcionar completamente y comenzó a realizarse diálisis de urgencia.

“Me internaron porque mi mamá insistió en que mis valores estaban muy altos y que yo necesitaba estar internada. Como se paró firme, me internaron; si no, me daban el alta y me mandaban a tomar dos litros de agua por día”, comentó Natalia. Para la joven esas semanas fueron muy difíciles, pero la cercanía de su madre le dio fortaleza para seguir. “Mi mamá era la que me daba energía, la que me decía que tenía que salir adelante”. Durante su internación, la joven también padeció un accidente cerebrovascular (ACV), que “por suerte” se produjo en un lugar que no la afectó.

“En cada momento, mi mamá siempre estuvo ahí, acompañándome. Fue incondicional cuando más la necesitaba”, resaltó.

De la misma manera, Adriana recuerda esos días con mucha angustia. “Las diálisis eran tres veces a la semana, cuatro horas por día conectada a una máquina. Siempre tenía miedo porque no sabíamos qué iba a pasar. La verdad es que estudiaba por internet, con libros médicos, y me ponía a ver cosas relacionadas a lo que le estaba pasando. Así fui entendiendo más a los médicos e incluso consultando por algunos elementos que mi hija tenía que tener”, expresó.

Luego de una serie de estudios, el equipo médico le indicó que una de las opciones era realizarse un trasplante de riñón. Sin dudarlo, Adriana se ofreció como donante. “No recuerdo haberme detenido ni un segundo para dudar, ni a pensar las consecuencias. Mi única respuesta fue: ‘Acá estoy, vamos a hacer lo que se tenga que hacer’. Tiempo antes, hacía los trámites en la obra social y pensaba que yo iba a ser la que le iba a donar el órgano”, contó.

De esta manera, comenzaron a realizarse los estudios para conocer la compatibilidad de la donación del riñón y Adriana resultó ser 100 % compatible con su hija. “No lo podíamos creer”, recordó.

Sin embargo, la gran dificultad la tuvieron con la demora de las obras sociales. “Fue una burocracia. Discutíamos, peleábamos porque estuvimos un año y medio yendo cada día para que nos autorizaran los estudios prequirúrgicos. A mi hija la pasaron a un plan dorado de la obra social y, cuando llegó el momento del trasplante, nos faltaban una medicación y una firma. Nos dijeron que no nos podían hacer la operación porque no estaba autorizado desde Buenos Aires. Fue una desesperación terrible, lloraba, no sabía qué hacer ni para dónde ir”, dijo Adriana.

“Por suerte, encontramos una conocida que pudo agilizar ese trámite de la obra social y los médicos del Hospital Español me llamaron por teléfono. Me preguntaron: ‘¿Señora, por qué llora tanto?’. Yo estaba desesperada con mi esposo. Me dijeron que no me preocupara y que ese mismo día me fuera a internar porque nos iban a operar. Si no hubiese tenido el contacto, no sé si hoy mi hija hubiera conseguido el trasplante”, agregó.

La donación salva vidas

Natalia y Adriana se prepararon porque a las 18 horas empezaba el trasplante. La diferencia con otros procesos que habían superado era que no iban a estar juntas. “Todas las veces que mi hija estuvo internada, yo estuve a su lado, y en ese momento no la podía ver porque cada una estaba en una sala diferente. Primero me llevaron a mí, y cuando yo estaba saliendo, ella iba a entrar”.

Natalia tuvo la misma sensación de desesperación porque estaba acostumbrada a que su mamá estuviera a su lado. “No sabía cómo estaba saliendo todo, pero por suerte todo estuvo bien. Ella entró a las 8 de la mañana y estuvo 3 días internada, y yo entré a las 11 AM y estuve 7 días”.

“El equipo médico del Hospital Español fue excelente, no me puedo quejar hasta el día de hoy. ¡Es tan importante la donación de órganos! Si yo me remonto 20 años atrás, uno siempre tenía dudas y miedos, pero ahora, cuando te pasa, decís: ‘¿Cómo pude haber pensado de esa manera?’. Realmente es muy importante porque, gracias a ese trasplante, mi hija hoy está embarazada. Ahora tengo un riñón y estoy muy bien, hago deporte, subo montañas”.

Para la joven, recibir un órgano ha sido algo único y la palabra "agradecimiento" queda chica frente al acto de amor de la donante. “Uno se cree que es inmortal, que nunca le va a pasar nada, y nunca jamás va a imaginar que el día de mañana va a necesitar el órgano”, reflexionó.

Yo ya no aguantaba más las hemodiálisis y lo de mi mamá fue increíble. Sabía que el riñón venía de mi mamá y que iba a estar todo bien, nunca estuvo en mi cabeza la mínima posibilidad de que saliera mal. No sé cómo explicarlo, pero es más que agradecimiento, a mí me salvó, me sacó de un pozo”, detalló Natalia.

La vida después del trasplante

A cinco años del trasplante de riñón que le salvó la vida, Natalia está embarazada, a la espera de su hija Sara. Aunque su embarazo se considera “de riesgo”, todo está saliendo a la perfección. La decisión de ser madre siempre estuvo presente en su vida.

“Cuando estuve internada esos 45 días, me quisieron aplicar una medicación, pero impedía que el día de mañana yo quedara embarazada. Entonces, como yo sí quería ser madre, acepté la hemodiálisis en lugar de eso. Cuando pasó todo esto y el riñón estaba en su mejor etapa, hablé con mi mamá para hacerme una inseminación o adoptar, pero después llegó mi pareja. Lo de la bebita implica una unión muy fuerte con mi mamá porque es su primera nieta, de su hija que no sabía si a futuro iba a poder ser madre. Es una etapa más para vivir unidas y disfrutar a pleno”, remarcó la joven abogada.

Adriana recuerda a Natalia en la infancia como una niña muy inteligente, independiente y resolutiva, y se siente muy orgullosa de la etapa que está viviendo. “Es mi nena y va a seguir siéndolo. Voy a ser abuela, eso es emocionante, es lo mejor de lo mejor. Es verle la sonrisa a mi hija todos los días y decir: ‘Por todo lo que tuvo que pasar y ahora está embarazada’. Cada vez que hablo de este tema, me emociono porque es algo hermoso verla ahora caminar con su pancita y que todo está bien”, explicó con lágrimas de emoción.

En este sentido, para Adriana, una madre tiene que dar mucho más que amor. “Para mí, lo fundamental fue el acompañamiento, el estar al lado de ella, ver que cada día mejoraba. La donación es darle la posibilidad a otra persona de que siga viviendo, que siga proyectándose”, expresó.  

En tanto, para Natalia, no se trata de cerrar un ciclo, sino de vivir una etapa más gracias a ese riñón. “El trasplante me permitió seguir con la facultad, ir a las clases, disfrutarlas, recibirme, conseguir mi trabajo, manejar o ir en colectivo. Dejé de sentir dolores de cabeza, fiebre o vómitos. Cualquier cosa que me proponga la puedo hacer, y en cada actividad que quiero hacer, mi mamá está siempre apoyándome”, concluyó. 

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