Una frase paradigmática como testimonio de las deudas en 40 años de democracia
A partir de una frase de Raúl Ricardo Alfonsín, María Teresa Brachetta, historiadora y profesora de la UNCUYO, analizó el recorrido de estas cuatro décadas. Dijo que el sistema está consolidado y que la gran deuda es un proyecto de desarrollo con integración social.
Brachetta consideró que el sistema democrático está consolidado en la Argentina. Foto: Jonas Maxi/Télam
“Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Esa frase, que Raúl Ricardo Alfonsín dijo en su primer discurso como presidente, se convirtió en símbolo, en el paradigma del sistema de gobierno que rige hace 40 años en la Argentina. Esa frase, según la visión de la historiadora y profesora de la UNCUYO María Teresa Brachetta, es el testimonio de la deuda de estas cuatro décadas: la imposibilidad de proyectar y sostener un modelo de desarrollo de integración social que incluya a la población por debajo de la línea de la pobreza, que hoy es el 40 por ciento.
La frase que Alfonsín pronunció el 10 de diciembre de 1983 fue el disparador de la charla con Brachetta, historiadora y profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO. A partir de ahí, reflexionó sobre los 40 años de democracia, sobre los aspectos que se consolidaron y los que no se resolvieron, y compartió su visión a futuro sobre este sistema de gobierno que Argentina renovará con su voto en la próximas elecciones.
No todas son deudas. Para explicarlo, la profesora recurrió al concepto contable del debe (lo que falta) y el haber (lo que hay). En la primera columna, colocó la imposibilidad de proyectar y sostener en el tiempo un proyecto de desarrollo que integre a toda la población, así como la falta de liderazgos políticos y culturales para llevarlo adelante. En la segunda, la consolidación del sistema democrático y de los partidos políticos, el respeto por los derechos humanos como un valor inclaudicable y el avance en derechos sociales y civiles. Claramente —como expresó—, no todas son deudas.
Brachetta recordó el momento del regreso a la democracia y aludió a las palabras del sociólogo Juan Carlos Torre para describir el sentimiento común: él habló de “felicidad cívica”. La profesora dijo que se mezclaron sensaciones: primero, la incertidumbre de saber si efectivamente se llegaría a la elección; luego, avidez por superar las fracturas que produjo el proyecto dictatorial y una aspiración por recuperar derechos sociales y civiles, que se plasmó en esa frase paradigmática de Alfonsín.
"Esta idea de que el político se tiene que parecer a la gente es fallida: el político tiene que ser capaz de construir un proyecto para darles prospectiva de futuro a sus representados", dijo Brachetta. Foto: Unidiversidad.
El recorrido democrático
Antes de analizar avances y retrocesos, Brachetta hizo un recorrido por las distintas etapas de los cuarenta años de democracia, marcadas por las figuras políticas que lideraron los destinos nacionales, y aportó su visión sobre cada una. Explicó que, debido a su formación, le sería imposible analizar el sistema democrático sin antes repasar el camino de estas cuatro décadas.
A continuación, el recorrido por esas etapas y su comentario sobre cada una.
Primera etapa: gobierno de Alfonsín
La profesora explicó que, en los dos primeros años de gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín, se mezclaron las expectativas de cambio con el temor al riesgo de un nuevo golpe, un fantasma siempre presente.
Raúl Ricardo Alfonsín asumió el 10 de diciembre de 1983 y fue el presidente que marcó el retorno a la democracia. Foto: archivo Télam
Definió al proyecto de Alfonsín como una empresa difícil, demasiado ambiciosa que, al no avanzar, generó decepción. Consideró que la mirada sobre esa etapa hoy es más piadosa, porque están claras las acechanzas y tensiones que enfrentó.
“Uno lo mira a la distancia y dice que fue una oportunidad desaprovechada, porque no tuvo el respaldo ni del propio partido radical y terminaron primando la urgencia y la disputa de distintos sectores que pujaban por recomponerse frente al retroceso económico que significaron la inflación y la deuda. Creo que no hubo ni el respaldo político ni la paciencia para sostener un proyecto político que necesitaba más tiempo. El sacudón de la híper produjo una sensación como de escape al vacío, una idea de: 'No sabemos dónde nos lleva esto, entonces negociemos cualquier cosa'. Creo que Menem se legitima, en parte, porque es el único que tiene un proyecto para poner freno a ese sensación de vacío, de caos y desorden que creó la híper”.
Segunda etapa: gobierno de Menem
La profesora definió la etapa del gobierno de Carlos Saúl Menem como de sinceramiento del colapso económico y de la necesidad de reformular el modelo de desarrollo nacional.
Carlos Saúl Menem el día de su asunción como presidente, junto a quien era su esposa en ese entonces, Zulema Yoma. Foto: archivo Télam
“A riesgo de ir contra el discurso predominante, creo que efectivamente marcó el desplome del Estado de bienestar, del retroceso social y la inauguración de esta Argentina fracturada. Sin embargo, desde otra perspectiva, también fue una suerte de introducción de una agenda de cambios que la Argentina tenía que pensar, como la descentralización del sistema educativo. El problema fue que se hizo sin recursos y en un contexto de empobrecimiento, de retroceso social, que lo terminó deglutiendo”.
Tercera etapa: la Alianza y la crisis de 2001
En esta etapa, la historiadora rescató el proceso de la asamblea constituyente, porque de las elecciones para esa constituyente surgieron nuevas fuerzas políticas y liderazgos, como el caso de Carlos “Chacho” Álvarez, que luego integró el gobierno de la Alianza, liderado por Fernando de la Rúa.
De la Rúa, el día de su asunción como presidente, junto a su esposa Inés Pertiné. Foto: archivo Télam
Lo que vino después, explicó, fue decepción. “La Alianza fracasa. No sé cuándo renunció Álvarez, pero las tensiones hacia el interior de esa coalición se ven muy rápido, estallan, y es la imposibilidad de salir del esquema impuesto por la convertibilidad. No se veían muchas alternativas. Se veía el agotamiento de la experiencia anterior y empezaban a emerger muy claramente los costos sociales que habían empezado en la etapa anterior, que se hicieron más evidentes y que llevaron a la crisis de 2001”.
Cuarta etapa: el kirchnerismo (de Néstor)
La profesora recordó la sorpresa que causaron algunas de las primeras medidas de Néstor Kirchner y el entusiasmo que generaron en distintos sectores. Consideró que, al llegar al gobierno nacional, el dirigente hizo una reelaboración y un reacomodamiento de la discursividad y de su lugar en el arco ideológico.
Néstor Kirchner brinda su primer discurso como presidente. Foto: archivo Télam
“Creo que esta etapa significó para un montón de gente recuperar un nivel de bienestar que era básico y me parece que la dificultad que existió forma parte de una dificultad de la sociedad argentina de los últimos años, que es pensar siempre en términos de corto plazo. No tengo la impresión de que hubiera un proyecto en el sentido de resolver problemas estructurales del desarrollo argentino y de aprovechar la bonanza que significaron esos años para pensar la Argentina más en términos de mediano plazo. Me parece que, en realidad, todo se puso en función de la construcción de una hegemonía política potente, que diera la garantía de permanecer en el poder y patear reformas más estructurales en lo económico, en lo social, que se podrían haber encarado, y creo que esa es una deuda del kirchnerismo”.
Quinta etapa: kirchnerismo II (Cristina)
La historiadora consideró que la muerte de Néstor Kirchner marcó una etapa distinta en el kirchnerismo.
Cristina Kirchner recibió la banda presidencial de manos de su marido, Néstor Kirchner. Foto: Télam
“Creo, muy intuitivamente, que Néstor tenía otra capacidad, era un político más pragmático. Uno podría decir que Cristina es superpragmática, pero creo que es obligada a tomar ciertas decisiones de contexto, no es que las construya. El pragmatismo es la capacidad de reubicarse en contextos adversos y tomar decisiones prácticas frente a alternativas que no son las mejores, y quisiera diferenciarlo del oportunismo. No digo que sea oportunista, pero me parece que no tiene la misma capacidad de maniobra política que tenía Néstor, la misma pericia en el sentido de construcción. De hecho, por ejemplo, en el 2015 elige un candidato que no es de ella; no lo puede elegir en el 2019, no lo puede elegir ahora. Eso me hace pensar que su capacidad de construcción de poder político no es tal, porque hay una especie de hálito que no lo construye solo al interior de sus acólitos, sino también hacia quienes la critican, de que es casi omnipotente para manejar los hilos de la política, y yo tengo la impresión de que no le han salido tan bien las cosas”.
Sexta etapa: gobierno de Macri
La profesora destacó, de la etapa del gobierno de Mauricio Macri, que los sectores de derecha se articularan en un partido político que no fue una expresión antisistema.
Macri saluda a las personas reunidas en Plaza de Mayo, junto con su vice, Gabriela Michetti, y su esposa Juliana Aguada. Foto: Télam
“Creo que fue una expresión de la consolidación de la democracia en la Argentina, porque que los sectores de la derecha puedan articularse en un partido que no sea un partido antisistema y que puedan ganar una elección habla bien del sistema político argentino, habla de que hay alternancia. Después, que me guste más o menos, diría que casi nada me gustó, pero el hecho de que la derecha se articulara en un partido es importante. Recordemos que el gobierno de Macri es fruto de una coalición electoral: no es una coalición política porque el radicalismo no tiene ninguna presencia en ese gobierno. El que gobierna es el PRO, que tiene orígenes bien heterogéneos; se podría decir que tiene mucha ancla en el peronismo. Hay ahí una cuestión heterogénea y no se puede decir mucho más, porque en realidad uno no sabe qué hubiera podido pasar si el gobierno de Macri no se desplomaba como se desplomó. Ahí se me ocurren otras cosas. Uno ve que, en este proceso democrático, las eficacias de los gobiernos son cada vez más cortas; es decir, lo que se impone es el corto plazo y las propuestas caminan en ese sentido, lo que es preocupante”.
40 años de avances y retrocesos
Luego del recorrido por las distintas etapas de estos 40 años, Brachetta compartió su visión sobre las fortalezas y debilidades del sistema de gobierno.
¿Cuál es su visión sobre la democracia que cumple 40 años en Argentina?
Creo que la democracia no está cuestionada, que el sistema político argentino tiene cierto nivel de consolidación, yo no diría que hay una amenaza a la democracia. Si uno ve a los vecinos, como Perú, el propio Brasil, Venezuela y otros países, no pasa lo mismo. Los militares no tienen la capacidad de forzar una intervención, como sí la pueden tener en Brasil. Me parece que el problema no está ahí, sino en el fracaso de la integración social, en no haber podido resolver un modelo de desarrollo que integre socialmente, y ese es el gran desafío del próximo gobierno, porque los problemas son muy serios, el deterioro es enorme; tener casi al 50 % de la sociedad en márgenes de pobreza es muy importante. Y hay otras cuestiones, hay bienes públicos que se han deteriorado y eran muy potentes.
¿Como cuáles?
Como el sistema educativo. Es un bien público que construyó la sociedad argentina en un siglo y medio y que está profundamente deteriorado: ahí hay un desafío muy grande. Entonces, si bien el sistema político está consolidado, uno no ve liderazgos en la dirigencia política que tengan la capacidad para movilizar apuestas de mediano plazo, porque alguien puede decir: “Tenemos que hacer sacrificios por esto, por aquello”, y la gente no va a hacer sacrificios porque sí, ahí me parece que hay algo más que tiene que surgir. Además, esta es una sociedad acostumbrada al bienestar, porque la sociedad argentina moderna nació vinculada al bienestar y al progreso social. La historia de la Argentina es una historia de ascenso social, hay demanda de bienestar, es una sociedad muy díscola a la hora de renunciar a sus derechos.
Usted marcó la falta de liderazgos políticos…
Sí, creo que hay déficit de liderazgos políticos que puedan hacer proyectos de mediano y largo plazo, pero creo que esto no solo se construye con liderazgos políticos, sino también con liderazgos culturales. Me refiero a ámbitos de pensamiento, a espacios de debate, y ahí tengo la impresión que hemos retrocedido muchísimo porque la escena pública está faccionalizada, los medios están faccionalizados, no sé si forma parte del retroceso de la televisión como medio, pero uno tiene que apagarla, porque vas de TN o la Nación+ a C5N y no podés encontrar debates genuinos, hay faccionalismo, hay instrumentación de un discurso a favor de uno o de otro. Es un peso muy grande el deterioro del debate en la escena pública. Necesitamos de la recomposición de liderazgos políticos y culturales.
La historiadora consideró que la educación es un bien público que es necesario recuperar. Foto: Unidiversidad
¿Me puede dar un ejemplo de esos liderazgos culturales que se necesitan?
Creo que la universidad tiene una función muy importante, no pensando que puede contribuir metiéndose directamente a la disputa político-partidaria, sino que, en la medida de que pone en debate sus problemas, va a hacer una contribución a la reconstrucción del debate en la esfera pública. Estoy viendo en ese sentido algunos aspectos interesantes; por ejemplo, cómo la universidad está pensando respecto de la reformulación de carreras, de los ingresos, de la oferta educativa, porque, en la medida en la que la universidad está pensando sustantivamente cómo reformular sus proyectos, sus programas de investigación, está pensando políticamente, y creo que es una institución que tiene un papel importante. Además, la sociedad argentina tiene multitud de asociaciones, los mismos partidos políticos tendrían que poder generar o recuperar espacios de debate, porque, en realidad, se han convertido en maquinarias electorales y nada más. Tengo la impresión de que la prensa debería tener un papel importante, porque hoy, por lo menos en la televisión, los políticos hacen antipolítica y los medios favorecen eso porque eso vende.
¿Cuál es su visión sobre los y las ciudadanas, sobre la representatividad del sistema?
Vengo escuchando sobre la crisis de representación desde principios de siglo, con la frase paradigmática “Que se vayan todos”. En este sentido, me fatiga esto de que los políticos no hablan de la gente común, porque no tienen que hablar, tienen que pensar. La gente quiere que los políticos hagan una propuesta que pueda trascender la cotidianidad, lo inmediato, y creo que esto es lo que está en crisis, que los políticos no construyen proyectos. Esta idea de que el político se tiene que parecer a la gente es fallida: el político tiene que ser capaz de construir un proyecto para darles prospectiva de futuro a sus representados, la representación no se construye en términos de ponerse al lado del representado. Eso por un lado, y por otro, creo que no hemos sido capaces de construir o de consolidar otros procedimientos de participación que no sean solamente el momento electoral.
¿Por ejemplo?
Yo me acuerdo de que una de las cosas que fueron inesperadas y que consolidaron mucho a Alfonsín en sus dos primeros años fue el plebiscito por el tratado del canal de Beagle, que movilizó una serie de debates en distintos ámbitos. Creo que hay que encontrar otros procedimientos, no conozco experiencias en los últimos años en ese sentido. En una época se hablaba del presupuesto participativo, pero estas tienen que ser experiencias más orgánicas, las experiencias alternativas no funcionan. Más allá de buscar estas otras formas, y aunque parezca utópico, creo que los políticos deben recuperar su rol de pensar, de proyectar la sociedad más allá de la disputa electoral, de la conquista de cargos, me parece que esto tiene que ver con el profesionalismo. Los propios políticos hacen antipolítica, quieren deshacerse de su pasado político.
¿En qué sentido?
En el sentido del discurso antipolítico que se ha impuesto, de que se debe tener experiencia en la actividad privada, que eso los legitima, y para mí, eso es la antipolítica. Los partidos políticos son la mediación necesaria y fundamental en una democracia; si no valorizamos eso, es imposible reconstruir el sistema representativo. Pareciera que en los últimos años lo que está puesto en cuestión son las propias mediaciones, y esto lo hacen los mismos políticos. Uno podría decir "Me fui y volví", y eso está bien, pero confundir la alternancia en la gestión que está bien, porque los dirigentes y las propuestas políticas se desgastan, con la falta de profesionalismo, con el hecho de exhibir que uno es más legítimo porque no viene de una carrera política, me parece que es un error. Por el contrario, me parece que es un rol que hay que llenar de contenido para que se pueda reconstruir el régimen representativo.
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