El virus ha matado las certezas

La socióloga Graciela Cousinet detalla los temas que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta en esta pandemia, a pesar de que las respuestas todavía no están disponibles.

El virus ha matado las certezas

Sociedad

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Graciela Cousinet

Publicado el 20 DE MAYO DE 2020

El virus ha matado las certezas. Ya nada se puede analizar con conceptos del diecinueve; no el siglo, sino el año. Intentaré listar los temas que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta, a pesar de que las respuestas todavía no están disponibles.

Desde hace tiempo, las mentes más abiertas vienen insistiendo en que hay que escuchar a las ciencias duras, que no son infalibles, pero que son más confiables que diversos gurúes que pululan por ahí y hasta gobiernan países.

Paradójico es que el capitalismo, que nació con ella y la promovió, se encierre ahora en su burbuja de intereses corporativos y ganancias inmediatas.

¿Y qué nos advierte la ciencia? Que esta no es una pandemia, sino una era de pandemias. Pandemias provocadas en gran medida por nuestra tóxica relación con la naturaleza y diseminadas por la descontrolada globalización.

Por lo tanto, las naciones con vocación de dominación van a priorizar ciertas garantías que les permitan afrontarlas de la mejor manera posible. Soberanía alimentaria, farmacéutica y sanitaria serán esenciales. Hay que tenerlo en cuenta para prever cómo impactará en nuestro país.

El tema del transporte, tanto de pasajeros como de cargas, será reevaluado. Su papel en la crisis climática y en la propagación de virus es probable que haga que se utilice con mayor prudencia. Teletrabajo, peatonalización de los centros urbanos, transporte público, exportaciones de bienes de alto valor agregado y tecnológicos, promoción de consumos locales, siguiendo las pautas del movimiento gastronómico Kilómetro Cero, entre tantas otras medidas.

Los puntos calientes de los contagios del coronavirus han sido las metrópolis altamente densificadas. Ya hay personas y familias que están pensando en mudarse a ciudades medianas o pequeñas. Internet nos permite estar conectados e informados prácticamente en todos lados, lo que disminuye ciertos atractivos de las grandes ciudades. Ya se está hablando de desurbanización y por supuesto también de desdensificación, hasta hace poco uno de los postulados de la mayoría de los urbanistas, más enamorados de la moda que de la calidad de vida de los habitantes.

Otro problema que las estadísticas han señalado claramente es que los más pobres se contagian y mueren más por el coronavirus. Hay un factor que está asociado: enfermedades previas. Ahora bien, ¿por qué los pobres tienen más enfermedades previas, aun en gente joven? Más allá de lo obvio –peor atención sanitaria–, hay otro factor poco destacado: la malnutrición, que provoca obesidad, diabetes e hipertensión. Contra lo que la sensibilidad social, alentada por los intereses de las grandes corporaciones de la industria alimenticia, supone, no es el hambre, sino el consumo de comestibles ultraprocesados, que por su accesibilidad, precio e impacto publicitario, son una parte fundamental de la dieta de estos sectores. Enfrentarnos a estos enormes intereses será imprescindible para garantizar nuestra salud.

Otro tema que el virus contribuyó a resaltar son los adultos mayores. ¿Qué hacemos con una población que en algunos países llega a una cuarta parte del total? Para algunos, si están jubilados, son un gasto; si siguen trabajando, impiden el acceso de los jóvenes al mercado laboral. Los adultos mayores no son un gasto: son una inversión que la sociedad ya realizó y debe aprovechar. Hay que pensar qué papel tendrán, porque la mayoría se encuentra en óptimas condiciones de seguir aportando al bien común.

Mientras tanto, la crisis climática sigue acortando nuestros plazos. La presión demográfica en África, algunos países asiáticos y centroamericanos, agravada por las  consecuencias catastróficas del calentamiento global, se hará sentir cada vez más en Europa y Estados Unidos.

A pesar de este panorama casi apocalíptico, hay soluciones que dependen de la voluntad política mayoritaria.

El feminismo es una herramienta poderosísima. Educar a las mujeres es una de las inversiones que más resultados produce. Terminar con el patriarcalismo es cambiar nuestro modo de relación con la naturaleza.

Frente a la desigualdad social y la falta de empleo, la economía social, si fuera subsidiada del modo en que se subsidia a las petroleras, podría ser una de varias alternativas. Menos productivismo y menos consumismo podría ser igual a más trabajo, menos pobreza y mejor calidad de vida.

Pensar que obtendremos resultados diferentes con las mismas recetas es la definición de la locura.

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