¿Por qué hubo bajas calificaciones en el ingreso a las escuelas de la UNCUYO?
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02 DE DICIEMBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto: Julián Álvarez para Télam
No veníamos bien a finales del gobierno anterior. Un sector importante de la población puso esperanzas en una renovación de autoridades, en una condición diferente que parecía promisoria. Desde los que tenemos más años, hubo muchas objeciones: se sabe lo que han sido los gobiernos de derecha en la Argentina. Lo cierto es que la incógnita Milei ganó, quizá para sorpresa del nuevo presidente, y se instaló desde diciembre en la Casa Rosada: entrábamos a la dimensión desconocida.
El vértigo nos ganó pronto. Se estableció la lógica de un colosal DNU, que son decenas de DNU presentados como uno solo. Cuando se dice por qué a otros decretos no se los llevó a discutir en el Congreso es porque, efectivamente, eran en cada caso un solo DNU, no un conjunto de ellos que pretende refundar la Nación. Ahora tiene que discutirse en el Senado y Diputados, dentro de una situación política completamente enrarecida, y donde ya cayó la no menos ambiciosa y abarcativa "ley ómnibus".
Jamás se vio un ajuste tan brutal y extremo como el que vivimos. Aumentos de todo –menos de salarios- todo el tiempo. Caída de la estrecha ganancia de los jubilados; baja de programas para discapacitados; achique del dinero para comedores, justo cuando más gente concurre diariamente a ellos. Aumento sideral de los combustibles, y ahora, de todas las tarifas. El transporte público ya no permite a muchos viajar a su trabajo diario. Los elementos escolares, con precios de estratosfera.
La lógica férrea del déficit cero como única idea rectora lleva a pensar que no tenemos gobierno, sino simplemente una especie de caja recaudadora que se encarga de eliminar gastos e inversiones imprescindibles. ¿Cuáles son –excepto el recorte infinito– las políticas en lo social? ¿Cuáles en vivienda? ¿Cuáles en educación? Excepto erradicar por decreto el llamado "lenguaje inclusivo", no se advierte ninguna.
Eso sí, las universidades –y la educación toda– ya no tienen un ministerio propio ante el cual discutir su situación y están sujetas a la condición de un presupuesto correspondiente al año 2023 con precios de 2024, con una inflación interanual de más del 200 %. Ello significa que ese presupuesto apenas puede cubrir una tercera parte del año: hacia el mes de mayo, no habrá cómo pagar el agua o la luz y –sobre todo– los salarios de los docentes, las becas estudiantiles y los sueldos del personal de apoyo.
También se eliminó el Ministerio de Ciencia y Técnica, así como toda política para el Conicet que no sea achicar el número de nuevos investigadores y becarios. El desprecio a lo que la ciencia aporta al pensamiento y a la industria nacional es evidente.
Ahora, el gobierno nacional inicia una quita de apoyo a las provincias, que expresamente el presidente anticipó diciendo que iba a aplastar a los gobernadores (aunque con ellos se lleve a los ciudadanos del país). Por supuesto, la Nación no existe sino como un conglomerado federado de provincias: no es un ente abstracto que circule en el aire, sino que está anclado al territorio de las jurisdicciones provinciales. La oposición Nación vs. provincias es ilógica e inconducente, pero vemos al gobierno nacional meterse en ella para no enviar los fondos educativos del Fonid -–parte de los salarios docentes en todo el país–, así como los subsidios para el transporte. Chubut promete no enviar petróleo al resto de la Nación si no se le giran los fondos, que se han enviado por años de manera regular: el conflicto no cede y está en pleno desarrollo, con otras provincias patagónicas apoyando a Chubut, al extremo de que gobernadores de diversas regiones del país y pertenecientes a lo que fue Juntos por el Cambio –incluidos los provenientes del PRO– también han firmado su apoyo.
Las huelgas y protestas sociales pululan. De trenes la semana pasada, de docentes esta, de estibadores también, de aeronáuticos, de estatales en la CABA. Y sobran manifestaciones, marchas, reuniones públicas: desde usuarios de comedores a trabajadores del Conicet, todos exponen sus demandas. La respuesta es siempre la misma: nada se escucha, nada se atiende.
Todos nos preguntamos hasta cuándo puede durar esto sin un colapso de la cohesión social. Todavía algo más del 40 % de la población confía en el gobierno nacional: ha pasado poco tiempo –pero han ocurrido muchas cosas– desde diciembre, y los votantes de Milei no se resignan a asumir que votaron contra la inflación y tienen más inflación; que votaron contra la carestía y tienen mucho mayor carestía.
Si no les gustaba el estilo institucional del peronismo, ahora estamos en un mundo de fantasía, donde el presidente tuitea dibujos donde él mismo está orinando la cara del gobernador de Chubut, o donde pretende burlarse de este presentándolo como persona con síndrome de down, en una monumental agresión a quienes viven con esta condición. Es obvio que, si esto lo hubiera hecho alguien de otro color político, hubiera sido sancionado en el Congreso y en los medios, pero ahora se ha disimulado el horror, y en aquel país culto que fue Argentina –el de Borges y Le Parc–, vivimos la vergüenza de insultos y humillaciones de niveles inauditos, disimulados cuidadosamente por los medios hegemónicos y sus conocidos personeros.
Ojalá podamos poner algún límite al desenfreno. En tiempos de Vendimia en Mendoza, jalonados también por protestas de sus artistas y trabajadores, buscamos recuperar el camino del diálogo y la cordura. Pero es notorio que estos no van a venir traídos del cielo.
milei, javier milei, gobierno nacional,
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