Botijas para el vino cuyano: principios de la producción alfarera y vitivinícola

Los inicios de una de las industrias más distintivas de Cuyo. Su producción artesanal y los circuitos de comercio.

Botijas para el vino cuyano: principios de la producción alfarera y vitivinícola

Botija de grandes dimensiones, lleva la inscripción “marzo 12 1691” y una marca (de taller o propietario). Museo Juan Cornelio Moyano

Sociedad

Esclavitud y afrodescendencia en Cuyo

Unidiversidad

María José Ots, Incihusa-Conicet; IAyE-FFyL, UNCUYO

Publicado el 20 DE SEPTIEMBRE DE 2019

Desde los inicios de la colonia hasta avanzado el siglo XIX, el proceso de fabricación de cerámica en Sudamérica estuvo íntimamente relacionado con la industria vitivinícola, ya que la mayoría de los recipientes contenedores para producción, almacenamiento y transporte de vino eran de este material. En los mismos talleres se produjo también la vajilla doméstica: ollas, platos, jarras. La producción vitivinícola (y alfarera) de Mendoza se introdujo desde temprano en el mercado interno del Río de la Plata, exportando vino y aguardientes a Tucumán y Córdoba, y luego a Santa Fe y Buenos Aires. 

Durante los siglos XVII y XVIII funcionaron talleres de particulares junto a los de las órdenes religiosas. En Mendoza, distinguimos los casos de La Cañada (jesuitas) y El Carrascal (agustinos). La alfarería era una actividad de las zonas periféricas y de los sectores sociales subalternos.

Los propietarios de los talleres eran españoles y criollos, pero la mano de obra, los productores, eran indígenas y esclavos, especialistas alfareros y, en todos los casos documentados, hombres. “…un negro angola llamado Cristóbal, oficial botijero” y un indígena (sin nombre en el documento) trabajaban en la propiedad de Antonio Moyano Flores y Tomasina de Puebla y Salinas en la segunda mitad del siglo XVII.

La mano de obra esclava principalmente se utilizó en los talleres de las órdenes religiosas y adquirió más importancia al disminuir la mano de obra indígena. En el taller de los jesuitas, en 1767, los botijeros eran Mateo y Josep. En El Carrascal, en 1808, 24 esclavos se dedicaban a producir botijas y vajillas de cocina. Esta industria continuó en manos de sus descendientes hasta fines del siglo XIX. Estos productores eran especialistas que se dedicaban a la alfarería de un modo exclusivo, como sostiene la referencia documental a "botijeros", "olleros", "maestros", "oficiales".

 Localización de “El Carrascal”, taller de los agustinos, al sur de la ciudad colonial. Los historiadores lo ubican aproximadamente cerca de la actual esquina de las calles San Martín y Amigorena. Fuente: Detalle del “Plan de la ciudad de Mendoza. Disposición de su terreno, y curso de sus aguas” (1761). Referencias: 1, Cabildo; 2, Plaza Pedro del Castillo; 3, Iglesia mayor. Ponte, 1987

Desde finales del siglo XVIII, este era el único taller que producía a gran escala para proveer contenedores a las bodegas. Los alfareros adquirieron cierta autonomía gracias al monopolio de la actividad, compartiendo “una semana de trabajo para el convento y otra para ellos”. Luego de la revolución de 1810 y en el contexto de una creciente politización de los sectores populares, que incluyó a los esclavos, los alfareros de El Carrascal también demostraron su capacidad de agencia y resistencia y acordaron directamente con los productores vitivinícolas sus condiciones de trabajo.

Durante la época republicana, el consumo de loza importada ya era habitual en la ciudad, por lo que la producción local de cerámica doméstica había decaído, reducida a algunos descendientes del taller de los agustinos y a los sectores populares. Igualmente, su consumo se restringía a estos mismos sectores sociales y a los espacios rurales, donde siguieron en uso hasta el siglo XX. Algunas de estas piezas arqueológicas, conocidas como “Carrascal”, se han encontrado también en los destinos habituales del circuito de distribución de vino, por ejemplo, en Buenos Aires y Córdoba. También decayó la producción de contenedores para las bodegas, ya que el uso de los toneles de madera en reemplazo de los de cerámica comenzó a extenderse a principios del siglo XIX. Los “toneleros” desplazaron a los botijeros, pero la mano de obra continuó siendo afroamericana.

Al contrario de lo que sucede en otros lugares de América, no se han reconocido en la cerámica arqueológica de Mendoza los atributos técnicos o estilísticos que puedan asignarse a las tradiciones alfareras africanas. Tal es el caso, por ejemplo, de las vasijas que integran contextos ceremoniales del sitio Arroyo Leyes, cerca de la ciudad de Santa Fe. Si bien esa cerámica es de tecnología muy sencilla, destacan sofisticadas representaciones de rostros humanos con evidentes rasgos africanos y de fauna africana, además de artefactos utilitarios como pipas, candelabros, mates y pavas. Los motivos son comunes a otros contextos afroamericanos y son representativos de prácticas que afianzan esa identidad.

En el caso de Mendoza, uno de los desafíos de los trabajos arqueológicos es poder identificar en la cultura material indicadores de los "modos de hacer" cerámica de los alfareros africanos que menciona la documentación histórica.