Dependencia digital: ¿estamos preparados para vivir sin IA?
La inteligencia artificial se volvió una herramienta cotidiana y está transformando los modos en que entendemos nuestra propia humanidad. Entonces, ¿qué pasa si en algún momento dejara de rendir como lo hace ahora o su uso empezara a estar restingido?
En la educación, el trabajo y la vida cotidiana, la IA ya actúa como guía y ocupa espacios antes propios del criterio humano. Foto: generada mediante IA.
En apenas dos años, la inteligencia artificial dejó de ser una novedad tecnológica para convertirse en un engranaje del que dependemos de manera inquietante. Hoy la usamos para estudiar, escribir, programar, trabajar e incluso —en algunos casos— para gestionar emociones o tomar decisiones cotidianas, muchas veces sin cuestionar su influencia. La irrupción masiva de modelos como ChatGPT, Gemini o Copilot no solo transformó la forma en que aprendemos y producimos: también podría estar erosionando habilidades básicas, desplazando procesos de pensamiento y generando una dependencia silenciosa que crece a un ritmo acelerado. Pero ¿qué pasa si en algún momento la IA dejara de rendir como lo hace ahora o empezara a estar restingida?
Este cambio acelerado convive con una advertencia cada vez más fuerte desde quienes desarrollan la tecnología. En los últimos meses, varias figuras clave del sector comenzaron a pedir más prudencia. Sam Altman, CEO de OpenAI, reconoció que la IA atraviesa “sin dudas” una burbuja, aunque basada en “un núcleo real de innovación”. Mark Zuckerberg también deslizó que un estallido es “muy posible”, aunque, si los modelos continúan mejorando y la demanda se mantiene, podría evitarse un colapso profundo. Para muchos de estos referentes, un posible derrumbe del entusiasmo por la IA podría recordar al estallido de las puntocom.
Ante este escenario complejo —de avances, riesgos y un uso cotidiano que ya parece inevitable— surgen más preguntas que interpelan al mundo de la tecnología y a la sociedad en general: ¿qué pasaría si la IA se apagara de nuestras vidas? ¿Cómo retomaríamos todas las tareas que hoy realiza por nosotros? ¿Es saludable depender de una tecnología aún tan incipiente? Para responder estos interrogantes, Unidiversidad consultó a dos docentes y especialistas de la UNCUYO: Marcela Tagua y Ariel Benasayag.
¿Podríamos volver a vivir sin IA? Una pregunta cada vez más central en la educación, el trabajo y la salud mental. Foto: Freepik.
Nuestra vida educativa en manos de la IA
Marcela Tagua, magíster en Procesos Educativos Mediados por Tecnologías y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO, señala que la cuestión no pasa por la desaparición repentina o el ‘apagón’ de estas herramientas, sino por la fragilidad que genera apoyarse demasiado en ellas. “Considero que la inteligencia artificial generativa no va a desaparecer repentinamente. Lo que sí puede suceder es que deje de ser gratuita y termine por restringirse su acceso, lo que generaría un problema tanto para los usuarios como para las propias empresas tecnológicas. Esto traería consecuencias negativas, ya que muchas personas —estudiantes, trabajadores y público general— quedarían a la deriva con proyectos y trabajos a mitad de camino”.
Tagua propone no depender de la herramienta, sino de las competencias humanas. En sus palabras, “priorizar competencias antes que herramientas” es la única forma de evitar quedar atrapados en una ‘burbuja’ tecnológica. “Enseñar a preguntar, analizar, contextualizar y evaluar es más importante que saber manejar un software específico”. También recuerda que los modelos de lenguaje funcionan como una ‘calculadora de palabras’, y que su uso sin criterio puede llevar a aceptar respuestas incorrectas como verdades absolutas.
La docente también advierte que la formación pedagógica debe ir mucho más allá de aprender a hacer clic. Para ella, la integridad académica implica enseñar a citar los usos de la IA y comprender sus límites. Y remarca algo decisivo: “El problema no es usar inteligencia artificial, sino delegar todo el pensamiento en ella. Una cosa es usarla como asistente, como cocreador ‘a ver, qué ideas me podés dar’ y otra es pedirle ‘armame todo un trabajo’ y yo quedarme de lado de forma pasiva y sin entender nada”.
“El problema no es usar IA, sino delegar todo el pensamiento en ella”, remarca la especialista. Foto: UNCUYO.
¿Somos dependientes o estamos redefiniendo lo humano?
Para Ariel Benasayag, docente e investigador del Seminario de Informática y Sociedad en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO y UNIPE (Universidad Pedagógica Nacional), pensar en ‘dependencia tecnológica’ es quedarse corto y no permite ver el verdadero alcance del fenómeno, que es efectivamente más extenso y profundo.
Desde la filosofía de la técnica, sostiene que las tecnologías no solo acompañan nuestra vida: la constituyen. “Somos los seres humanos del tren, de la electricidad, del smartphone. Y, en ese sentido, la pregunta no es si dependemos de la IA, sino en qué tipo de ser humano nos está constituyendo una tecnología como la inteligencia artificial: es una tecnología que, como todas, está transformando los modos en que entendemos nuestra propia humanidad”.
Consultado sobre un eventual apagón de las IA generativas, Benasayag sostiene que su impacto sería particular, pero no devastador: “Si dejaran de funcionar hoy solo las IA generativas, pienso que no las extrañaríamos demasiado. De hecho, desde mi punto de vista, es un escenario utópico para la vida cotidiana y, ante todo, para la educación: que sea posible desarrollar una tecnología no quiere decir que sea necesaria o deseable. Pero, lamentablemente, desde el lanzamiento de sus versiones de uso gratuito en 2023, las IA generativas se vienen extendiendo masiva y globalmente a una velocidad sorprendente, y dudo que su avance vaya a detenerse.”
“La pregunta no es si dependemos de la IA, sino en qué tipo de ser humano nos está constituyendo”, reflexiona el docente. Foto: Unidiversidad.
Sin IA, ¿qué alternativas quedan?
Ambos especialistas coinciden: el problema no es usar IA, sino cómo la usamos. Tagua insiste en la necesidad de alfabetizarnos digitalmente. “La clave es ser usuarios activos, alfabetizarnos y potenciar lo humano —como la curiosidad, el pensamiento crítico o la interacción—. Creo que estas herramientas pueden ser realmente útiles si se usan bien. Si somos protagonistas, si nos educamos y aprendemos la lógica detrás de estas herramientas generativas, incluso si desaparecen, nos quedará un modo de pensar, una estructura. Algo similar pasó con la Web 2.0: antes mirábamos lo que otros hacían; después pudimos producir. Hoy pasa lo mismo: ni negar todo ni deslumbrarse con las bondades de estas herramientas”.
Por otro lado, Benasayag afirma que hablar de ‘alternativas’ es difícil porque la IA ya está reconfigurando nuestras formas de ser y vincularnos socialmente. “La frase ‘la salida es colectiva’ se ha popularizado en los últimos tiempos, quizá vaciándose de sentido por el grado de generalidad que supone. Pero pienso que no puede ser de otra forma: es necesario regular (a las corporaciones multinacionales, a los usos particulares de las IA en diferentes ámbitos) y es necesario educar (en todos los niveles del sistema educativo y también por fuera de él), como primeras medidas”.
Finalmente, Benasayag advierte que la IA está automatizando el pensamiento y esto constituye un problema grave: “La inteligencia artificial generativa lo que hace es automatizar el proceso de pensamiento. En el caso de una universidad, si el estudiante delega en la máquina todo el trabajo intelectual y el docente delega en otra máquina la corrección, el proceso completo queda deshumanizado. Así, casi sin darnos cuenta, los humanos estamos siendo despejados de la fórmula”, concluye.
Benasayag señala que la IA ya está reconfigurando nuestras formas de ser y vincularnos socialmente. Foto: Freepik.
La IA como compañía emocional
Por primera vez, OpenAI difundió una estimación sobre cuántos usuarios de ChatGPT en el mundo podrían mostrar, durante una semana típica, señales compatibles con una crisis de salud mental severa. En los últimos meses, se multiplicaron los casos de usuarios y usuarias que terminaron hospitalizados, en procesos de separación o incluso fallecidos tras mantener interacciones prolongadas y emocionalmente intensas con el chatbot. Familiares de algunas víctimas aseguran que la herramienta reforzó ideas delirantes o paranoides.
Profesionales de la salud mental, entre ellos psiquiatras y terapeutas, vienen alertando sobre este patrón, al que ya se denomina “psicosis por IA”, aunque hasta ahora faltaban datos concretos sobre su escala. Según la compañía, trabajan junto a especialistas internacionales para mejorar la capacidad del modelo de detectar indicios de angustia psicológica y derivar a las personas hacia recursos de ayuda reales.
OpenAI calculó que, en una semana promedio, cerca del 0,07 % de usuarias y usuarios activos de ChatGPT exhiben “posibles señales de emergencias de salud mental vinculadas a psicosis o episodios maníacos”. Además, estiman que un 0,15 % mantiene conversaciones con “indicadores explícitos de potenciales planes o intenciones suicidas”.
OpenAI también examinó cuántas personas parecen desarrollar una dependencia excesiva del chatbot, descuidando vínculos, obligaciones o bienestar personal. Según sus análisis, alrededor del 0,15 % de usuarias y usuarios activos muestran semanalmente comportamientos que sugieren un “alto nivel” de apego emocional hacia la herramienta.
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