¿La desconexión digital es un lujo imposible?
El mundo está dominado por la tecnología, que avanza a un ritmo nunca antes visto. ¿Es posible desconectar? ¿Quiénes pueden hacerlo? ¿Cómo sobrevivir a la tiranía del "like"?
El debate sobre la desconexión digital se vuelve crucial en una sociedad donde la lógica de las redes sociales busca retener nuestra atención constantemente. Para profundizar en este tema, que nos atraviesa a todos, el periodista Ezequiel Derhun nos cuenta sobre la nota que realizó para Unidiversidad con Roberto Stahringer, sociólogo y docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
En principio hay que decir que si bien la virtualidad ya formaba parte de nuestra realidad, la pandemia aceleró su potencia a un nivel inusitado.
Como reacción a esta aceleración, surgió la tendencia a revalorizar las actividades presenciales o la experiencia cara a cara. De hecho, se proyecta que la industria del entretenimiento presencial (festivales, shows) crecerá un 30% para 2030. No obstante, existe una paradoja: mientras se paga por estas experiencias inmersivas, se vive con el celular en la mano, grabando y compartiendo el momento, creando un "vivo del vivo".
Esto genera un malestar social, pues se ha instalado la idea de que, si una vivencia no es compartida o registrada, no ha sido realmente vivida. Staringer afirma que "la experiencia, lo experiencial, es la mercancía que más se empieza a valorar".
El verdadero dilema de la desconexión radica en la dificultad de separarse de la tecnología cuando la vida económica y social dependen de ella. Para una persona que depende de la economía de plataformas (conductores de Uber, riders), o que vende en una economía informal a través de los estados de WhatsApp, la capacidad de desconectarse es prácticamente nula. Esto genera un conflicto personal y un "malestar" al constatar las muchas horas diarias dedicadas al celular (el promedio argentino ronda las 6 horas).
Ante esta realidad, los gobiernos han comenzado a intervenir. Australia, por ejemplo, tomó la decisión de prohibir las redes sociales para menores de 16 años. En China, se limita el horario en que los adolescentes pueden acceder a sus dispositivos. El sociólogo Stahringer argumenta que, inevitablemente, debe haber una política de Estado que regule o medie el uso de la tecnología.
A nivel individual, se recomienda el uso de aplicaciones de bienestar y, sobre todo, sacar el cargador y el celular de la habitación. Este último consejo es visto como el mayor desafío, ya que el scroleo nocturno, pensado para captar la atención en un segundo y medio, espabila el cerebro y quita horas de sueño. La clave está en la autorregulación y en valorar los vínculos reales, fomentando las experiencias con "costo cero" en la vida cotidiana.
No hay dudas, el tema de la tecnología y la salud mental es considerado clave para los años 2025 y 2026.
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