Una nueva malla biodegradable podría sustituir al plástico en el agro mendocino

Investigadoras e investigadores del Conicet San Luis desarrollaron un manto agrícola biodegradable a partir de cáscaras de fruta. Promete menor costo y menos contaminación para el medio ambiente. Ya se han hecho pruebas piloto en la provincia vecina.

Una nueva malla biodegradable podría sustituir al plástico en el agro mendocino

Una malla biodegradable busca remplazar a las de plástico que hoy se utilizan en el agro. Foto: Visión Green

Sociedad

Unidiversidad

Ernesto Gutiérrez

Publicado el 11 DE DICIEMBRE DE 2025

El este de Mendoza, considerado la “cuna del agro mendocino”, concentra una de las mayores superficies productivas de la provincia: viñedos, hortalizas —como tomate, cebolla y ajo— y frutales —como cerezas, ciruelas y duraznos—, en muchos casos sostenidos por la agricultura familiar. Justamente en una zona donde las mallas plásticas para cubrir las plantaciones forman parte del paisaje de los cultivos, una investigación del Conicet en San Luis abre una posible alternativa a favor del medio ambiente: biopolímeros obtenidos a partir de cáscaras de frutas (celulosa) para fabricar mantos agrícolas biodegradables. El objetivo es reemplazar las láminas derivadas del petróleo, reducir residuos y cuidar la estructura del suelo. Mientras el proyecto avanza en el laboratorio y en pruebas piloto en tierras puntanas, desde nuestra provincia lo miran con cautela, pero con buenos ojos.

El proyecto surgió del grupo de Membranas y Biomateriales (BIOMAT), con sede en el Instituto de Física Aplicada “Dr. Jorge Andrés Zgrablich” (Conicet-UNSL). El laboratorio, fundado en 1983 por el científico José Marchese, nació con un objetivo clásico de la industria: diseñar membranas y películas poliméricas para procesos como la purificación de agua, la separación de iones tóxicos en efluentes, la concentración de jugos o la separación de gases de interés petroquímico. Durante décadas trabajó con polímeros sintéticos derivados del petróleo. El giro llegó hace alrededor de diez años, cuando el impacto ambiental de los plásticos comenzó a ocupar el centro de la escena. “Con el auge de los materiales amigables con el medio ambiente empezamos a trabajar con lo que se conocen como biopolímeros. Son polímeros que ya no se obtienen de la industria petroquímica, sino que se obtienen de la naturaleza y que tienen la gran bondad de ser biodegradables”, explicó la investigadora María Guadalupe García, que lidera el equipo.

El foco quedó bien definido: buscar polímeros de fuentes naturales, renovables y biodegradables, capaces de cumplir la misma función que los plásticos que hoy dominan los envases alimentarios y la producción agrícola. La científica recordó que existe una fuerte costumbre social y productiva en torno a los plásticos derivados del petróleo, como si fueran la única opción. Sin embargo, la científica señaló que este tipo de estructuras orgánicas de alto peso molecular también se encuentran en la naturaleza, en un fruto, en las paredes celulares de casi todos los vegetales, también en algunas estructuras animales. "Cuando se los obtiene de fuentes naturales, por lo general son biodegradables y renovables”, explicó.

En el laboratorio trabajan con biopolímeros extraídos de cáscaras de frutos cítricos y manzanas, con pectinas presentes en las paredes celulares de los vegetales y con materiales como alginatos, quitosanos, gelatina o colágeno. El desafío técnico es lograr que esos materiales, más frágiles frente al agua o la temperatura adquieran propiedades comparables a las de los plásticos sintéticos sin perder su capacidad de degradarse en forma segura.

“El primer gran beneficio tiene que ver con reducir los niveles de contaminación”, resumió García. Pero no es el único. El grupo también busca que estos materiales, aplicados al envasado de alimentos, ayuden a prolongar la vida útil sin recurrir a conservantes, aromatizantes o colorantes químicos, muy presentes en la industria actual.

Una investigación del Conicet en San Luis abre una posible alternativa: biopolímeros obtenidos a partir de cáscaras de frutas (celulosa) para fabricar mantos agrícolas biodegradables. Foto: Gentileza Conicet San Luis.

Mantos biodegradables para la horticultura

Uno de los desarrollos más avanzados del grupo BIOMAT se vincula de lleno con la producción hortícola. En muchas fincas, las imágenes de surcos cubiertos por láminas negras o blancas ya forman parte del paisaje. Son los mantos plásticos o mulching, que se colocan sobre cultivos como ajo, tomate u otras hortalizas para bloquear el crecimiento de malezas, conservar la humedad y estabilizar la temperatura del suelo.

Hoy esos mantos se fabrican casi exclusivamente con polietileno. Tienen ventajas evidentes: son livianos, baratos y resistentes. El problema aparece después, ya que no se degradan, se apilan al costado de los campos, se fragmentan y se suman al problema de los microplásticos. “Las películas que hoy se usan para mantos son de polietileno. Si bien tienen un montón de ventajas y beneficios, producen una gran contaminación ambiental porque no se biodegradan”, advirtió García.

Frente a eso, el equipo trabaja en mantos agrícolas elaborados con biopolímeros que puedan cumplir la misma función y una vez terminado el ciclo del cultivo se puedan reincorporar al suelo sin necesidad de ser retirados. “En el caso de los biopolímeros, nosotros buscamos reemplazar estos sintéticos. Irnos con materiales que se obtienen de la naturaleza y que de algún modo vuelven a la naturaleza de manera natural”, explicó.

Campos con mallas plásticas para cubrir las plantaciones. Foto: Pixabay.

En el oeste San Luis ya realizaron pruebas a escala laboratorio y ensayos piloto en un campo experimental. Evaluaron la aplicación de las películas, su resistencia sobre el suelo frente al sol, la lluvia y el viento, y su comportamiento durante el desarrollo del cultivo. “Los resultados mostraron que las láminas cumplen con el objetivo básico: reducen la aparición de malezas y favorecen el crecimiento del cultivo de interés. Y, además, podrían ser competitivas en precio. Si logramos escalar el proceso, estos mantos biodegradables podrían costar aproximadamente la mitad de lo que sale hoy el mulching plástico convencional”, destacó García, al marcar que el freno al impacto ambiental estaría acompañado de un posible beneficio económico para la parte productora.

El siguiente paso apunta a un plus. El grupo busca incorporar sustancias naturales a la matriz polimérica para que el manto no solo actúe como barrera física, sino que también aporte beneficios al suelo o a las plantas. “La idea es que, una vez cosechado el cultivo, ese biopolímero pueda reincorporarse al terreno mediante el arado, aporte materia orgánica o libere compuestos que mejoren la nutrición o ayuden a repeler insectos. Estamos en esa búsqueda que va un poquito más allá y esto sí es realmente innovador respecto de lo que hoy ya existe como mulching”, destacó García.

Por ahora, las pruebas se orientan a huertas familiares o comunitarias, en las que la colocación de los mantos es manual y el comportamiento de los materiales se observa de cerca. Productores de cultivos extensivos ya mostraron interés, pero el salto hacia superficies grandes exige resolver problemas de producción a grandes escalas, mecanización y costos.

Qué dice Mendoza de la malla 

Mientras el desarrollo avanza en San Luis, en Mendoza recién empiezan a interiorizarse. Según contó la investigadora, un grupo de personas del Gobierno fue a conocer de qué se trata el proyecto y cómo funciona esta nueva "malla". Unidiversidad habló con el ministro de Producción provincial, Rodolfo Vargas Arizu. Aunque su área no estuvo presente en esa presentación, opinó ante la consulta. Dijo que es una excelente idea para aplicar en la provincia, pero mostró cautela ya que se trata de una prueba piloto.

“La idea es excelente. Sin embargo, hay que ver costos y también la línea de fabricación. Por lo que tengo entendido solo fue una prueba pequeña y todavía no está ni fabricada masivamente. Te repito, me parece excelente la idea, sobre todo porque cuida el medio ambiente. De hecho, todo lo que venga del Conicet o del INTA y que ayude al pequeño, mediano y gran productor nos parece perfecto, aunque lleva su tiempo”, remarcó el funcionario y explicó que, en su experiencia, estos desarrollos suelen llegar primero como proyectos de laboratorio o pruebas piloto, sin una escala que responda a los tiempos del productor. 

De todos modos, el ministro dejó abierta la puerta a futuros acuerdos, si los ensayos avanzan y las pruebas acompañan. “Todo lo que sea provechoso para el agro de Mendoza, nos interesa, pero tienen que ser cosas probadas. No podés probar en un año. Si ellos dicen ‘hicimos una tela’, bueno, hay que ver la resistencia, hay que probarla, mirar costos, beneficios, y si está todo bien, hay que sentarse y charlar, por decirlo así”, dijo.

“Los biopolímeros requieren ajustes finos, ensayos extensos y paciencia", dijo García.

Un puente largo entre el laboratorio y el surco

El recorrido del grupo BIOMAT ya ha mostrado que la ciencia da respuestas concretas al medio ambiente: membranas para purificar agua, separar compuestos tóxicos, concentrar jugos o formular envases activos; etiquetas inteligentes; sistemas de liberación controlada de biofertilizantes; y ahora mantos biodegradables que nacen de residuos de fruta y que, según sus desarrolladores, podrían competir también en precio con el plástico tradicional. Hubo convenios con empresas, proyectos con funcionarios de otras provincias, el gobierno de San Luis e incluso premios a la innovación.

García sabe que el camino es largo. “Los biopolímeros requieren ajustes finos, ensayos extensos y paciencia. El gran objetivo de nuestro grupo es poder verlo aplicado en huertas, campos y en el mercado”, afirmó.

Si esa meta se cumple, las láminas negras de polietileno que hoy se acumulan en los bordes de los campos podrían empezar a ceder terreno ante nuevos materiales capaces de cumplir la misma función, sin dañar el suelo, el aire y el agua.

 

 

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