El Balseiro alcanzó las 40 promociones de ingenieros nucleares

El instituto patagónico tiene una historia de formación, trabajo y compañerismo. En esta nota, egresados de distintas épocas cuentan sus experiencias como exestudiantes del Instituto y los desafíos de ejercer esta profesión en Argentina.

El Balseiro alcanzó las 40 promociones de ingenieros nucleares

Foto: TN.com

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Por Nadia Luna / Prensa Balseiro

Publicado el 15 DE MAYO DE 2020

Argentina posee un desarrollo sostenido en tecnología nuclear desde hace varias décadas, no solo en el sector de energía, sino también en los campos de distintas industrias y la salud, con la producción de radioisótopos. Un aspecto clave para que eso sea posible es la formación de recursos humanos y es ahí donde el Instituto Balseiro (IB), perteneciente a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), ha tenido un rol fundamental.

El Instituto Balseiro fue la primera institución de América Latina en ofrecer la carrera de grado en Ingeniería Nuclear. Comenzó en 1977, ya cuenta con 40 promociones y superó los cuatrocientos egresados. Para conocer más sobre la experiencia de cursar esta carrera, que incluye becas completas de la CNEA para todos sus estudiantes, consultamos a cinco ingenieros nucleares que egresaron del Balseiro en diversas épocas. Entre otros temas, cuentan los recuerdos de su paso por el Instituto, los desafíos de ejercer esta profesión en la Argentina y por qué les apasiona la Ingeniería Nuclear.

 

Carreras nevadas y amores por carta

Jorge Barón pertenece a la primera camada de ingenieros nucleares del Balseiro. Rememora con cariño los viernes en el Cineclub y el Electrón, y los amores por carta. “El primer invierno, en 1977, organizamos una carrera en el Cerro Catedral con apoyo de los profes. La ganó Carlitos Balseiro, que en ese momento era estudiante doctoral. También había premios a la caída más espectacular”, recuerda Barón con alegría.

Barón es oriundo de Mendoza, provincia en la que vive actualmente y donde se desempeña como vicerrector de la UNCUYO. Se especializó en el área de Seguridad Nuclear, que consiste en analizar y simular accidentes nucleares por computadora para tratar de evitar que ocurran o, si ocurren, minimizar sus consecuencias. Junto a su colega Patricia Quaglia, crearon la Sección Seguridad de Instalaciones Nucleares de la CNEA.

“En palabras sencillas, trabajamos para que no haya accidentes. Nuestro éxito es que lo que nosotros estudiamos no ocurra en la realidad”, cuenta Barón. En el 2003, se doctoró en Ingeniería Nuclear en el Balseiro y su tesis fue el análisis de riesgos del reactor Carem. También creó un grupo en la UNCUYO con el que hizo varios trabajos pioneros, entre ellos, el análisis de riesgos del reactor OPAL.

El momento más difícil de su carrera fue en el año 2000. Trabajaba como subgerente de Seguridad Nuclear en la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN). “Tuve serias discusiones con el Directorio porque, a mi juicio, la ARN estaba reemplazando cuadros técnicos por cuadros administrativos y burocráticos. Finalmente, opté por un retiro voluntario. Pero como decía mi abuela, ‘no hay mal que por bien no venga’. Me volqué de lleno a la universidad y he podido formar muchos discípulos”, señala.

 

Bromas nucleares

Juan Pablo Ordóñez también pertenece a la primera camada de egresados de Ingeniería Nuclear del Balseiro (1981). Lo primero que recuerda cuando piensa en sus años de estudiante es la broma de bienvenida a los ingresantes. Los responsables de organizarla eran los estudiantes de segundo, que se pasaban meses elucubrando la broma para superar la que les habían hecho a ellos.

Hubo bromas de todo tipo: evacuaciones a medianoche, cursos inentendibles que hacían sufrir a los alumnos y una vez pusieron a un curso en cuarentena por dos días. Ordóñez también recuerda, de su paso por el Balseiro, la fiesta de recepción, en la que participaban alumnos, docentes, autoridades y familiares. Allí se presentaba a los ingresantes contando anécdotas de las primeras semanas en el instituto.

“Fue una época de gran camaradería. Con mis compañeros de curso y con los de otras camadas con los que convivimos en el IB, compartimos años muy intensos y formé amistades que aún me duran. A pesar de la fuerte exigencia de estudio, fueron años inolvidables”, cuenta Ordóñez. Porteño de nacimiento, había cursado los dos primeros años de ingeniería en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), pero siempre con el objetivo de ingresar al Balseiro.

Ordóñez se especializó en proyectos tecnológicos y trabajó 40 años en Invap. Desde hace cuatro meses, ocupa el cargo de subsecretario de Planeamiento Energético en la Secretaría de Energía de la Nación. “Hay varios momentos inolvidables en mi carrera: cuando pusimos en marcha el reactor RA-6, cuando nos otorgaron la patente del Carem, cuando ganamos los contratos de Argelia, Egipto y Australia. Pero una de las mayores satisfacciones que tuve es haber sido elegido dos veces como el mejor profesor por los alumnos de Ingeniería Nuclear del Balseiro”, asegura.

 

Tecnología para resolver problemas

Los mejores recuerdos que Verónica Garea tiene de sus años en el Balseiro son los momentos compartidos con sus compañeras y compañeros, como las caminatas cantando canciones de Serú Girán, las largas sesiones de estudio en grupo y las salidas a esquiar. A su camada, que egresó en 1990, le tocó atravesar los duros años de hiperinflación, pero ese contexto hizo que se unieran aún más. “El compañerismo, el estar siempre cuando alguien necesitaba una mano, oreja, hombro: ese es el mejor recuerdo que tengo”, dice.

Al comienzo de su carrera, Garea se especializó en la dinámica de los fluidos (agua, principalmente) dentro de los reactores: cómo circula, cómo se calienta y qué hace cuando hierve. “Que el agua hierva en un reactor cuando no querés que lo haga significa que algo falló”, indica. Como parte de su trabajo consistía en explicar lo que pasa dentro de un reactor, tuvo que desarrollar habilidades de comunicación. Hoy es directora ejecutiva de la Fundación Invap, para lo cual aprendió sobre el impacto de la tecnología en la sociedad.

Uno de los proyectos que más disfrutó fue el del reactor OPAL, por el trabajo que implicó a nivel personal, pero también porque fue un logro muy importante para el país. También tuvo la oportunidad de participar de la actualización de los estándares básicos del Organismo Internacional de Energía Atómica. “Pero el trabajo que más feliz me hace es el que hago ahora: coordinar un equipo que busca resolver problemas sociales concretos aplicando soluciones tecnológicas adecuadas”, afirma.

La ingeniería es un ámbito donde la desigualdad de género se siente fuerte. En Argentina, se estima que solo una de cada cinco estudiantes de ingeniería es mujer. Garea tomó conciencia de esta desigualdad cuando tuvo a su primera hija. “Mi pareja y yo somos colegas. Mi hija nació mientras hacía el doctorado y mi pareja era profesor universitario. Mi vida se dio vuelta patas para arriba y la de él… no”, cuenta. Si bien pudo romper algunos “techos de cristal” y la situación ha mejorado un poco, sabe que aún queda mucho por hacer: “La ingeniería sigue siendo el área de conocimiento más impermeable a la diversidad”.

 

Transpirar la camiseta de la ciencia

Edmundo Lopasso ingresó al Instituto Balseiro en 1982 y, desde entonces, siempre estuvo vinculado a la usina patagónica de conocimiento. Primero, como estudiante de Ingeniería nuclear. “El Balseiro era el único lugar por debajo de Estados Unidos donde existía esta carrera. Además, tener una beca te da la ventaja de dedicarte completamente al estudio”, señala. Entre 2012 y 2016, fue vicedirector del Balseiro por el área de Ingeniería. Hoy es profesor asociado y coordinador de la Comisión de Ingreso a las carreras de grado.

“Es difícil poner en pocas líneas los recuerdos y anécdotas, pero lo que de algún modo abarca la experiencia es haber encontrado compañeras y compañeros de estudio de varios puntos del país y del exterior, con quienes a veces se generan muy buenas relaciones, y un cuerpo docente muy cercano en todo momento. Y ni hablar de todo lo que se puede disfrutar de la naturaleza de la zona”, afirma.

Lopasso se especializó en neutrónica y radiaciones, en particular en el área de métodos numéricos, que consiste en determinar cómo se distribuyen las radiaciones en los materiales. Esto tiene diversas utilidades; por ejemplo, calcular qué espesor de pared y qué material hay que colocar entre la sala de rayos X y la sala de espera de un hospital, o programar adecuadamente un tratamiento de radioterapia para que la radiación gamma actúe principalmente donde a los médicos les interesa que lo haga.

Una época difícil para el ingeniero fue la década del 90, cuando se mandó a los científicos a “lavar los platos”, pero nunca pensó en abandonar. “Como me dijo alguna vez uno de mis buenos profesores, la ciencia y la tecnología se construyen de a poco y con mucha dedicación, lo que sería ‘transpirar la camiseta’. Hoy estoy muy contento con participar en desarrollos de tecnología y ciencia base, y combinar eso con la actividad académica que me permite colaborar en la formación de quienes seguirán aportando a futuro”, apunta.

 

Conociendo a los neutrones voladores

En la casa marplatense de Ariel Márquez, la palabra "Balseiro" solía escucharse con frecuencia. Su padre es ingeniero y, cada tanto, contaba que alguno de sus alumnos había postulado para ingresar ahí. A los 16, Ariel ya había decidido que quería ser ingeniero nuclear. “El Instituto siempre acaparó mi atención por su reconocida trayectoria, su ubicación geográfica y el hecho de que se encuentre dentro de un centro atómico. Era todo un mito para mí”, cuenta.

De sus años como estudiante, disfrutó mucho la experiencia de vivir en un campus. “Algunos de tus compañeros se convierten en tu familia. Recuerdo las maratones de estudio grupal para rendir algún examen y los festejos posteriores, que generalmente consistían en hacer alguna cena entre todos o salir a bailar”, cuenta Márquez, que se recibió de ingeniero nuclear en 2010 y de magíster en Ingeniería en 2013. Hoy, con 33 años, es el director de la carrera de Ingeniería Nuclear del IB.

Al igual que Lopasso, Márquez se especializó en la rama de la neutrónica. Lo explica así: “El núcleo de un átomo está formado por neutrones y protones. Pero en un reactor nuclear, los neutrones no solo están en el núcleo de los átomos, sino que también hay neutrones libres, ‘solos’. Durante el proceso que produce energía, llamado ‘fisión’, un neutrón libre incide sobre un átomo de uranio y, como consecuencia, este se divide en dos fragmentos y libera más neutrones que se utilizarán para generar nuevas fisiones. Por lo tanto, en un reactor hay muchos neutrones volando de aquí para allá y es necesario conocer su comportamiento para diseñar un reactor nuclear”.

Una de las cosas que más le gustan de la ingeniería nuclear es que provee herramientas que le permiten introducirse en otras ramas de la ingeniería y de la física con facilidad. Sin embargo, lo que más lo gratifica es el reconocimiento de sus alumnos. “Mi logro más importante es haber sido elegido Mejor Profesor de Ingeniería Nuclear. Es un premio que entrega la Fundación Balseiro y lo eligen los alumnos. Me lo han entregado cinco veces y para mí es un honor”, asegura.

 

Ingeniería nuclear: inversión y pasión

¿Por qué es importante que la Argentina siga invirtiendo en ingeniería nuclear? Para Ordóñez, “la energía nuclear es imprescindible si queremos evitar los problemas del cambio climático. Argentina ocupa un lugar destacado en el mundo en este tema, por lo que conviene seguir apoyando los desarrollos en esta área”. Por su parte, Garea opina: “Creo la humanidad está viviendo una crisis de escala global sin precedentes y la energía nuclear es la manera de producir energía sin liberar gases de efecto invernadero. Además, no es intermitente como las renovables, sino que está disponible todo el tiempo”.

“La ingeniería nuclear cubre aspectos que van más allá de la generación de energía, como es el caso de los reactores que producen radioisótopos medicinales e industriales. Ejemplos actuales de ello son el reactor Carem-25 (para producción de energía) y el reactor RA-10 (radioisótopos, investigación)”, indica Lopasso.

Finalmente, a modo de estímulo para aquellos y aquellas jóvenes que sienten atracción por el mundo nuclear y están pensando en elegir esta carrera, los ingenieros cuentan lo que más los apasiona de su trabajo.

  • Márquez: "Lo que más me apasiona es cómo el ser humano imagina el modo en que funciona un mundo e intenta explicarlo a través de la física y la matemática; y que luego sea capaz de recorrer todo el camino hasta la construcción de máquinas increíbles que llegan a tener una utilidad concreta para toda la humanidad".
  • Ordóñez: "Resolver problemas. Cada vez que, con una idea, un cálculo, un diseño o una decisión, resuelvo algún problema, siento una satisfacción muy grande. También me apasiona poder transmitir conocimientos a los estudiantes".
  • Lopasso: "Contribuir con desarrollos y la formación de nuevos profesionales en el ámbito de la Universidad Pública. Esto es retribuir en parte lo que la educación pública me dio".
  • Barón: "Mi trabajo me apasiona por el tema en sí, ya que he podido entender la energía nuclear, sus usos, ventajas y desventajas, y cómo beneficia a la humanidad. También me apasionan la docencia y la formación de discípulos, y he podido formar a unos cuantos".
  • Garea: "Siempre me gustó ver a la ingeniería como una herramienta de transformación social. Hay que cambiar el relato de que para estudiar esto te tienen que gustar la matemática y la física. Mi objetivo profesional es que esto se entienda y que la ingeniería se enseñe y se ejerza con esa mirada".

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