Hugo Chávez: la salud de los patriotas

Liderazgo, gobernabilidad y recambio son una garantía en las actuales democracias latinoamericanas. No obstante, la salud de los presidentes de la región agrega un factor más de peso, y ese tipo de implicancia para la política merece ser analizado.

Hugo Chávez: la salud de los patriotas

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Internacionales

Unidiversidad

Rodrigo Farías

Publicado el 19 DE DICIEMBRE DE 2012

El presidente bolivariano Hugo Chávez Frías está enfermo. Su pronóstico es reservado. Cuando parecía haber pasado lo peor, luego de tres operaciones para extirpar un cáncer identificado en 2011, el 8 de diciembre pasado, el propio presidente de Venezuela anunció una nueva recaída. Esta vez, a diferencia de las anteriores, Chávez propuso el nombre de su vice, Nicolás Maduro, para que, llegado el caso de no poder continuar con su mandato, lo reemplace en la conducción del proyecto bolivariano.  

La situación del presidente venezolano representa una circunstancia que en estos años genera un fuerte debate en la región: la posibilidad de que los fuertes liderazgos que se han generado en Latinoamérica puedan, en su momento, pasar el mando a nuevas figuras que aseguren la continuidad del proceso de afianzamiento de la unidad latinoamericana, la mejora en la redistribución de la riqueza y la reducción de la pobreza e indigencia, el desarrollo técnico, educacional y productivo, etcétera; todos fenómenos constatados en la mayoría de los países durante la última década.

Durante los últimos tiempos, el estado de salud de los presidentes latinoamericanos ha desempeñado un rol importante en este debate. No sólo los problemas en la salud de Chávez han prendido la alarma en lo que respecta al tema de la continuidad de los líderes de los procesos progresistas.

Una cuestión de salud pública

Lula da Silva, por ejemplo, en enero de 2010, cuando aún era presidente de Brasil, sufrió un ataque de hipertensión que lo obligó a internarse. En 2011, ya siendo expresidente, le fue detectado un tumor maligno en la laringe, que luego fue extirpado. Respecto a su sucesora, Dilma Russef, ocurrió otro tanto respecto de su estado de salud, que también puso en vilo el futuro político de aquel país al serle detectado un cáncer linfático durante 2009, cuando ya era la candidata para suceder a Lula, y que luego fue superado con éxito. 

Una situación similar ocurrió con el presidente de Paraguay. Durante 2010, a Fernando Lugo le fue detectado un linfoma que posteriormente logró sobrellevar. En  el caso de Lugo, este hecho obligó a la izquierda paraguaya a pensar en posibles sucesores que pudieran asegurar la continuidad de las transformaciones sociales emprendidas por el presidente. Lamentablemente, en 2012 la sucesión se resolvió con un golpe de Estado en el que estuvo involucrado su propio vicepresidente, Federico Franco, actual presidente de facto. 

La salud de Cristina Fernández es otro de los casos que se emparenta con los ejemplos citados. A finales de 2011 le fueron detectados “adenomas foliculares” (tumor benigno) que fueron mal diagnosticados en un primer momento como “carcinoma papilar de la glándula tiroides”, lo que la obligó a tomarse un mes de licencia con parte de enferma. Mucha especulación política generó este hecho dentro de las expectativas de la oposición.

El caso paradigmático de esta situación lo representa Fidel Castro, quien por más de cinco décadas concentró la representación de la revolución cubana. Sin dudas, la enormidad de un estadista de la talla de Fidel dificultó su reemplazo durante la estoica resistencia de la isla ante los embates coloniales y el sádico bloqueo norteamericano de más de cincuenta años.

Sin embargo, llegado el momento –que no fue prematuro- fue la salud del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, lo que en 2008 coaguló el traspaso del mando a su hermano Raúl Castro. Fidel tenía 82 años al producirse este traslado y a cuatro años de ello, la revolución, con o sin reformas mediantes, se mantiene de pie como guía espiritual de la resistencia contra el capitalismo a nivel mundial, como así también del rumbo progresista de la región.

El caso actual de la salud de Hugo Chávez, quien ha demostrado poseer una envergadura que no tiene nada que envidiarle al mítico líder cubano, reabre el interrogante acerca de cuál es la relación entre los procesos sociales y la solución de continuidad de sus mandatos, en caso de producirse su ausencia. 





Más reelecciones, ¿menos democracia?

Es una constante de un discurso que se auto-asume políticamente correcto, reclamar la alternancia en el poder como una especie de garantía de la salud democrática. Esta significación, obviamente, suele ser arengada con mayor o menor entusiasmo por las oposiciones según su posibilidad, o no, de alcanzar el poder.
   
Este tópico o lugar común de los debates políticos actuales también se presenta como una norma calificativa, una especie de democranómetro, para tachar de “totalitarios” a gobiernos que han sido refrendados en las urnas de manera incuestionable. Todo queda atravesado por este discurso. Por ejemplo, aquellas administraciones que intentan establecer cambios en las añejas constituciones que regulan la práctica de gobierno, inmediatamente son acusadas de querer perpetuarse en el poder. Se supone el terror de las respectivas oposiciones a quedar condenadas a perder elecciones eternamente frente a líderes constituidos.

La vara con la que muchas veces se miden todas estas cuestiones son los comunicados de Washington. Desde la cima de un autoproclamado monte democrático, el Departamento de Estado tiende a evaluar el grado de desarrollo de la “libertad” de aquellos países en los que posee no pocos intereses, sobre todo cuando existen gobiernos opositores a tales intereses.
  
Sin embargo, hay quienes sostienen que es incorrecta esta ecuación que postula la reelección  -o re-reelección- como equivalente al totalitarismo. El juez Baltasar Garzón, por ejemplo, reciente Doctor Honoris Causa de la UNCuyo y también de decenas de universidades en el mundo, señaló oportunamente, en su última visita a Mendoza, que no representa un riesgo para la democracia la existencia de reelecciones. Para fundamentar tal postulado, citó el caso de su país, España, donde se dispone de reelecciones indefinidas que se han llevado a la práctica, lo cual no generó ningún reproche, ni del departamento de Estado de Washington ni de las usinas que vigilan los supuestos comportamientos “no democráticos” de Latinoamérica. 

Bonapartismo, mesianismo, cesarismo, tecnocratismo

En la literatura política nacional, esta temática también posee una notable tradición de discusiones. 

Jorge Abelardo Ramos, referente de la izquierda nacional, notable historiador y político argentino, tuvo una relación con el peronismo que, si bien no fue contradictoria, puede considerarse ambigua. En su momento, intentó analizar de qué manera se produjo la relación entre el proceso social y obrero  que tuvo nacimiento a mediados de la década del 40 en la Argentina, con el líder que lo condujo. 

En aquel entonces, el intelectual argentino calificó de bonapartista al proceso social argentino nacido bajo la conducción de Juan Domingo Perón. Con este término se refirió a la constitución de un árbitro en la disputa de las clases sociales representado en la figura de un sujeto (Perón). Para Ramos, esta situación estuvo condicionada también por la injerencia de potencias extranjeras, que cooptaron para la defensa de sus intereses a partidos políticos locales, ante lo cual  el “bonapartismo (Perón) se elevó por encima de la sociedad y gobernó con ayuda de la policía, el Ejército y la burocracia (…) convirtiéndose en el regulador único de toda la situación”.

Sin embargo, Horacio González, sociólogo y actual director de la Biblioteca Nacional, remarca: “Las izquierdas mundiales heredaron este debate e hicieron del concepto de bonapartismo un artilugio fácil para condenar formas políticas complejas y mezcladas, con liderazgos populares surgidos de ámbitos inesperados o heterogéneos”. Frente a esta situación, añade González: “sin duda, el bonapartismo es palabra peyorativa para designar formas anómalas de representación social. Pero las sociedades contemporáneas han asistido, una y otra vez, a las verdaderas dificultades que existen ante estas anomalías. Y, sobre todo, ante el hecho de que muchas de ellas pueden desembocar en anchas avenidas de cambio social y democratización efectiva”.

Lo que afirma el sociólogo -o por lo menos, lo que desde aquí comprendemos- es que no necesariamente representa una contradicción con la democracia, la existencia de liderazgos que reposan prioritariamente sobre una figura concreta, que se establece como el símbolo que arbitra y regula el conflicto social. 
El tema de los liderazgos no sólo se discutió en la literatura nacional. De hecho, según lo expresó oportunamente González, se aprecian influencias de las contribuciones del teórico italiano Antonio Gramsci, quien no se refería a bonapartismo, sino a cesarismo. Él sostenía que “puede existir un cesarismo progresista y uno regresivo (…) El cesarismo es progresista cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar aunque sea con ciertos compromisos y temperamentos limitativos de la victoria;  es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas regresivas”, indicó en sus escritos. 

Una cita final. Leopoldo Marechal, escritor y poeta argentino, desde un plano más filosófico y metafísico indicó en su momento que “los pueblos, en su íntima `substancialidad´, han encarnado siempre y encarnarán en un hombre el Poder abstracto que ha de redimirlos, ya sea un monarca, un presidente o un líder. Si bien se mira, todas las gestas de la historia se han resuelto por un caudillo `esencial´ que obra sobre un pueblo `substancial´ (…) Ahora bien, si la democracia se despersonaliza, entra en la deshumanización de un Poder que se da como la fría respuesta de una computadora electrónica: el gobernante se convierte así en un robot humano, el gobierno se trueca en una `administración´, y los pueblos caen en la inercia o en el vacío de su `potencialidad´ vacante”.

Vísperas de recambio, con promesas de continuidad 

De producirse su falta, Chávez dejaría un vacío enorme. Cada persona es irremplazable cualitativamente, es única. Esta condición se acentúa en sujetos de la talla de Chávez, Correa, Fidel, Cristina, Lugo, Mujica, Dilma, Lula y Néstor: pro hombres y mujeres que han dado una verdadera batalla por la soberanía y bienestar de esta Patria Grande que visualizaron los próceres. 

Sin embargo, como lo señaló en alguna oportunidad el historiador Norberto Galasso, la historia no reposa sobre los sujetos sino sobre las clases sociales. Son las multitudes, el pueblo, las masas, los verdaderos actores de la historia. Su condición soberana se expresa en la democracia y en la definición de sus elegidos. 

Es por esto que Fidel Castro, en un sentida carta al potencial sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, advirtió su seguridad de que, por más dolorosa que fuese la ausencia del líder bolivariano, el pueblo venezolano será capaz de continuar su obra.
 

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