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05 DE DICIEMBRE DE 2024
Silvina Anfuso, socióloga y titular de la Dirección de Género y Diversidad de la provincia, analizó los cambios que se produjeron a nivel del Estado y la sociedad luego de la seguidilla de femicidios que se produjeron en Mendoza durante 2016. Aseguró que han provocado modificaciones positivas en nuestras cotidianidades.
Foto: Axel Lloret
Nada nos ha quedado más claro a las mendocinas y los mendocinos durante el 2016 que el hecho de que tenemos que tomar cartas en el asunto de la violencia de género. La agresión extrema que llevó a muchos varones criados en esta sociedad patriarcal a ponerle fin a la vida de las mujeres que se atrevieron a no satisfacer sus deseos tal y como ellos lo requerían, nos llevó a replantearnos qué roles cumplimos en la sociedad durante décadas sin tener la posibilidad ni las herramientas para cuestionarlos.
Pues ahora lo estamos haciendo y esto ha generado cambios positivos. Edición U dialogó con la socióloga y titular de la Dirección de Género y Diversidad de la provincia, Silvina Anfuso, quien realizó un análisis acerca de cómo estos hechos dolorosos nos han servido como punto de partida de una serie de modificaciones en nuestras conductas y en el accionar de las instituciones, que, por primera vez, han colocado a la violencia de género en agenda.
¿En qué aspectos cree que los femicidios ocurridos en Mendoza han provocado cambios en la sociedad y el Estado?
El hecho de que hace aproximadamente tres años le hayamos podido poner un nombre a estos crímenes de género, llamarlos de una manera determinada, empieza a dar cuenta de la magnitud y la gravedad de estos hechos, que ya acontecían históricamente. Este ha sido el punto de partida para generar los cambios.
En el caso de Mendoza, ¿cómo evalúa el hecho de que algunos casos, como el de Ayelén Arroyo o el de Julieta Rodríguez –por nombrar sólo algunos– hayan tenido tanta repercusión mediática?
El punto es que ocurrieron de manera muy seguida. Esto generó un impacto, una conmoción distinta de la que hubieran tenido si hubieran ocurrido de forma más aislada. Esto nos interpeló como sociedad.
¿Cree que cambió alguno de los mitos que sosteníamos en torno de esta problemática?
Principalmente, quedó desterrada la idea de la violencia intrafamiliar como conflicto de dos partes. Se puso en evidencia la violencia de género, y su peor expresión, que es el femicidio.
¿En algún punto sirvió la repercusión para profundizar la sensibilización social?
Creo que muchas instituciones que no venían sensibilizándose y secundarizaban este tema, como la Justicia, algunas áreas del Estado o el Poder Legislativo, se dieron cuenta de que hay que trabajar en pos de una sociedad más igualitaria. Muchas veces se dice la palabra “igualdad”, pero a la hora de pensar las acciones que nos van a orientar en el camino de concretarla, se convierte en un eslogan que no cambia la raíz del problema.
¿Esto sigue siendo así? Me refiero a la calidad de “eslogan” que muchas veces tiene este concepto...
Ha habido algunos avances, por ejemplo, en el hecho de que la igualdad de género se pusiera en agenda, fundamentalmente para disminuir la violencia. En este sentido se abrió una escucha distinta en la sociedad.
¿Cuál cree que es el papel de los varones en este cambio?
Los varones comenzaron a replantearse sinceramente, y con mayor honestidad, sus machismos y sus prácticas. Antes lo decían como una cuestión de “marketing”, para quedar bien. En el fondo, no revisaban sus prácticas. Para el afuera decían que estaban equivocados, pero seguían reproduciendo sus prácticas machistas. En ese sentido, creo que se llegó a una mayor profundidad de cuestionamientos, hoy tenemos una oportunidad para que repensemos y revisemos nuestras acciones, prácticas y rituales. Antes de las movilizaciones del “Ni Una Menos” no estaban las condiciones dadas para esta reflexión.
¿Sostiene que este cambio es sincero? Las desigualdades siguen existiendo.
Creo que, si bien algunos lo siguen utilizando como eslogan, hay una oportunidad, porque ha sido masivo el fenómeno de la movilización. La verdad es que un fenómeno tan masivo no se puede digitar de ninguna manera. Se quiso dirigir diciendo “que no vayan los varones”, por ejemplo, y no se pudo. Muchas personas se sumaron porque se reconocieron en la causa, sintieron que lo que viven, o lo que vive su amiga, su hermana o su vecina, tiene que ver con esta realidad. Para mí hubo un quiebre social.
Entonces, ¿cómo se actúa de ahora en adelante?
La pregunta sobre qué hacemos con esto está abierta. La sensibilización se extendió y se hizo masiva. Ahora nos queda el desafío acerca de qué hacemos para profundizar el cambio social y cultural, desde el Estado, las familias, las escuelas, el trabajo.
Todavía seguimos cometiendo ciertos errores al respecto.
Sí. Creo que, por ejemplo, no es momento para afirmaciones del tipo “No digamos más el 'Ni Una Menos' porque no hay que desafiar al violento”. Esta es una salida conservadora frente a un proceso abierto. Hay que acompañar el proceso de cambio para hacerlo más sólido. La escucha en la sociedad se abrió. Qué hacemos ahora, queda en cada uno de nosotros.
¿El empoderamiento de las mujeres se ha incrementado? ¿Conocen más sus derechos, se reconoce más la problemática?
Me es difícil hablar de “las mujeres” como un colectivo absoluto y cerrado. Hay cuestiones de clase que no se deben dejar de tener en cuenta. Me parece que algunas mujeres han logrado mejor posición, pero otras que siguen precarizadas laboralmente, en situaciones de extrema pobreza, siguen siendo cosificadas, se perpetúan los abusos sexuales sistemáticos. No podemos hablar de un empoderamiento de “las mujeres”, sí de algunos grupos, y se habla de derechos de las mujeres de una manera distinta de lo que sucedía hace un tiempo. Es un concepto que ha cambiado en la educación: derecho a la libertad, autonomía, decisión sobre el propio cuerpo. Hoy se cuestiona el acoso callejero, por ejemplo. No digo que se haya superado, pero es un comienzo. Esto da herramientas nuevas. Está en nosotras la manera de usarlas.
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