Milei, viajando: los alimentos para comedores, encerrados
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Milei durante el acto de VOX en Madrid. Foto: Agencia EFE
Se multiplican los problemas de gestión: el gas no está alcanzando, a Misiones no se le otorga dinero para superar la crisis social, los comedores están sin alimentos. No importa: Milei sigue su gusto adolescente por viajar a ver figuras del marketing internacional. Continúan los encuentros con Musk –que, obviamente, ansía nuestro litio–; ahora agrega otro con Zuckerberg y va a la nueva ascensión de Bukele (que, a diferencia de Milei, se inició en las filas de un partido de izquierda). La Argentina arde, entre dificultades con la ley Bases; huelgas, paros y protestas permanentes, crisis de gabinete y dólar inestable: pero el Presidente no encuentra mejor idea que seguir con sus viajes sin encuentros con las figuras políticas principales de los Estados Unidos, adonde ha ido reiteradamente (es su séptima salida internacional en cinco meses).
La gestión es un desastre: los taxistas se quejan en La Plata o Mar del Plata por la falta de GNC. ¿Le falta gas a la Argentina? Hay buena provisión, gracias al gasoducto Néstor Kirchner, pero había que finalizar tres compresores: como Milei liquidó la obra pública, no se los ha dispuesto. Por un “error” no casual del gobierno, tendremos que importar gas a precios exorbitantes.
Peor está lo de los comedores, denunciado al comienzo por Juan Grabois. La capacidad de asombro social con el tema no se agota. Es que ha quedado clarísimo: todo el ataque a las organizaciones sociales –por supuesta o, en algún caso real, corrupción– tenía una sola finalidad: justificar que el gobierno ha vaciado los comedores populares. No se los quiere financiar. Y para desfinanciar todo, el Gobierno repite siempre lo mismo: “No financiamos porque hay corrupción”, dicen, antes de averiguar si hay algún real caso de corrupción. Lo cierto es que, aunque hubiera algún caso, el Gobierno debe sostenerlos igual: no por alguna situación irregular pueden dejar de cumplirse las habituales obligaciones del Gobierno. Pero acá es más grave: aunque no se detecte irregularidad alguna, la cuestión es acusar a todos de corrupción para no financiar nada ni a nadie. Lo hemos vivido los universitarios con el verso de que “hay que auditar”. Las universidades ya están auditadas, pero al Gobierno no le importa: es nada más que una consigna estereotipada y repetida, usada para no dar los fondos.
Lo cierto es que esta vez se les ha ido la mano: el Poder Judicial ha exigido que las 5000 toneladas de alimentos se repartan, la Iglesia en el Tedeum lo reclamó de manera rotunda. Adorni sigue diciendo que van a objetar ante el Poder Judicial y los pretextos cambian: en el Gobierno, pasaron de afirmar que era un depósito de mercaderías para catástrofes –como sostuvo por TV Guillermo Moreno– a decir que la mayoría era yerba –que no es propiamente un alimento–, o, ahora, a insistir con el remanido argumento de la supuesta irregularidad en las compras. Parecen no saber qué decir.
La repulsa social es alta. La Nación+, un medio altamente comprometido con el Gobierno nacional, mostró desagrado con la cuestión. María Laura Santillán insistía en que la Iglesia se había manifestado y que cabía hacer caso a su petición. Conversaba con un politólogo y con el conocido Andrés Malamud, que, con severidad, supo mostrar el fondo de la cuestión. Al pasar, dejó asentado que al Gobierno puede salirle caro su ataque a las organizaciones sociales. Estas “acolchaban” la situación de hambre y carencia que se vive en los sectores más desposeídos del país; con estas organizaciones bajo persecución y en retirada, la tendencia a la inseguridad, el caos y el estallido se hace mucho más intensa.
Malamud fue claro: cuando el Presidente dijo que “si no pudieran llegar a fin de mes, se hubieran muerto”, con total desaprensión por los más pobres, no estuvimos ante un exabrupto o un puro acto de crueldad. Estábamos ante la ideología de Milei, dijo Malamud. Nadie puede sorprenderse de que Milei diga eso: es lo que propone el individualismo libertario. Quien tiene hambre la tendrá por su propia culpa. Nadie, menos aún el Estado, debe ir en ayuda de ese “inmoral”, según los cánones de esta doctrina.
Y ya ningún argentino puede hacerse el distraído. Milei no mintió en eso: habló de vender las calles, vender los órganos, vender los hijos. Su doctrina del mercado absoluto no reconoce límites. ¿Qué tiene de raro que no apoye a las universidades estatales alguien que busca acabar con el Estado? Nada. Solo surgen las mentiras piadosas de ocasión, como cuando Adorni dijo que el Gobierno valora mucho a las universidades. Pero eso no es creíble, pues va contra su ideología. A lo estatal hay que aniquilarlo, ese es el objetivo. ¿Qué tiene de raro que la gestión del Gobierno sea casi nula en todas las áreas? ¿Qué otra cosa puede esperarse del manejo del Estado por parte de quienes aborrecen al Estado?
No nos sorprendamos de la crueldad de tener guardadas mercaderías mientras los niños, adultos y ancianos padecen hambre en cientos de sitios donde antes iban a comer. Es escandaloso por completo. Pero el escándalo no es por este hecho singular, dado que está bajo el paraguas de la ideología a la que se votó –no siempre con conciencia– en la segunda vuelta presidencial. No pidamos peras al olmo. El liberalismo extremo y antiestatal no puede sino aniquilar a todos los organismos y funciones del Estado: hospitales, escuelas, universidades, comedores subvencionados. El presidente se jacta del ajuste: es decir, se jacta de desfinanciar el Estado. El dolor, el hambre y la angustia son el obvio y esperable resultado de estas políticas de la crueldad, bendecidas desde una ideología intransigente y extremista.
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