Serás millones

Hugo Chávez atravesó el abismo entre la sinceridad y las formas políticas neoliberales y concibió un proyecto de futuro. Ya como portavoz de la revolución, resistió un golpe de Estado y centenares de operaciones mediáticas destituyentes realizadas por parte de medios “independientes”. No habrá olvido para este gran hombre.

Serás millones

Internacionales

Unidiversidad

Rodrigo Farías

Publicado el 07 DE MARZO DE 2013

Cuantitativamente, en meros términos proporcionales y relativos, no se podría decir que el comandante presidente Hugo Chávez Frías haya conducido una potencia. Venezuela no es un país que posea una gran extensión o un producto bruto interno que supere los promedios regionales y mundiales; tampoco puede decirse que el país caribeño sea una potencia militar, que muestre un índice demográfico escalofriante como el japonés. Nada de eso: hablamos –en estos términos- de un pequeño país del Caribe. 

Sin embargo, Chávez pudo comprender que hablar y dirigir la realidad venezolana eran acciones que no quedaban circunscriptas a la idea de Estado Nación que fue el resultante de los procesos de liberación latinoamericanos ocurridos durante el siglo XIX. Venezuela no es una porción aislada de una realidad diferente. 

Por el contrario, este país pertenece a una realidad mayor que fue conceptualizada -mas no consumada- en el momento que se formaron los países que constituyeron el mapa latinoamericano actual. Una patria mayor, que siempre contó con características  similares que la hermanaban: la lengua (aunque no taxativamente), el carácter mestizo y criollo, la constitución simbólica, literal y poblacional en su estructura plena,  conformada por pueblos originarios que nunca pudieron ser eliminados por el colonialismo europeo, la desigualdad, la esclavitud, las dramáticas consecuencias del imperialismo del siglo XX. 

Chávez no se presentó como el vocero de la Venezuela oprimida sino de toda una tierra mayor, más extensa, que se proyecta desde la frontera de México con EEUU hasta las Malvinas. Una patria grande, enorme, históricamente oprimida por intereses externos articulados con actores internos. 

Las consecuencias, dramáticas. El hambre, la miseria, el sabotaje y el pillaje, la injusticia institucionalizada, el racismo, los golpes de Estado, la expropiación, el genocidio común contra los/las débiles y luchadores/as en todas nuestras naciones: la verdadera barbarie y no aquella de la que hablaban varios de nuestros “próceres”. Poblaciones fracturadas, alienadas intelectualmente cuando no proscriptas educacional y laboralmente, confundidas, divididas, reprimidas de manera brutal cuando se organizaban en pos de un futuro común mejor. 

Por contraste, esto lo pueden saber, por ejemplo, los niños y niñas que hoy rondan los 14 años y que nacieron bajo la protección del ala tibia de la gestión de gobierno de Hugo Chávez Frías. Un ala que los cobijó contra las inclemencias de la inanición social, política y biológica a la cual estaban destinados a ser lanzados por décadas de políticas neoliberales. Por el Caracazo, el asesinato burocrático realizado por las fuerzas de choque de minorías tecnocráticas que fueron formadas en el seno de países “desarrollados” para, eso mismo, procurar los intereses continentales de las potencias en el centro y sur de América. 

Chávez no fue sólo un hombre, fue el resultado de una historia, de un pueblo mayor que tenía el deber de generar la posibilidad democrática de que alcanzaran el poder los verdaderos representantes de sus intereses. La gente se moría de hambre. Chávez fue el portavoz de un sentido común que, por común, en este caso, no fue incorrecto. Las evidencias estaban a la vista: el diagnóstico, oculto durante décadas, si no siglos, debía necesariamente impulsar la acción que, no por radical, fue torpe.  

De esta manera, este gran hombre que nunca será olvidado, atravesó el abismo que se había producido entre la sinceridad y las formas políticas neoliberales. Resistió un golpe de Estado y centenares de operaciones mediáticas destituyentes realizadas por parte de medios “independientes”. Con su potencia y su coraje, parió por millares a hombres y mujeres como él que hoy, frente a su desaparición física, no dudarán en continuar con su legado. 

Este hombre miró de frente la profundidad de la historia, confrontó cada día y año a la inmediatez del presente provisto conceptualmente por las entrañas del pasado, concibió un proyecto futuro hacia el 2031 que no sólo debe ser el proyecto político social de Venezuela sino que necesita ser incorporado como un modelo de propósito fundador por el resto de las naciones latinoamericanas que conforman esta patria grande.

Dando cuenta de su recorrido, su avance fue escalonado, aunque abrupto en términos comparativos. Primero enfrentó al “cipayismo” venezolano (leyó con entusiasmo a Abelardo Ramos), ampliamente incorporado en la clase política que lo precedía. Luego colaboró en la dura pelea que tuvieron que dar otros dirigentes latinoamericanos al enfrentarse con las fuerzas reaccionarias de sus propios países. Cuestionó duramente, por ejemplo, a las patronales agroexportadoras, al llamado “campo”, que pusieron en vilo alimenticio y de suministros a la Argentina durante 2008. Tampoco ahorró críticas contra las facciones separatistas de la aristocracia de la media luna boliviana. Colaboró en cuanto pudo con los hermanos cubanos, sentidos por cinco décadas de bloqueo. 

No sólo bregó por su pueblo venezolano y latinoamericano; sus acciones se identificaron con la lucha contra la injusticia genérica que azota a distintas partes del mundo. Reconoció como hermanas a todas las naciones oprimidas. Colaboró firmemente con los pueblos invadidos de Medio Oriente, denunciando sin reservas las aberraciones imperialistas de Occidente. Cuestionó severamente los genocidios perpetrados por Estados Unidos en Afganistán e Irak. También criticó los crímenes del gobierno israelí sobre el pueblo palestino. Su causa, no debería ser para nadie de otra manera, fue mundial. 

Su radicalidad no fue en vano, la revolución de la cual fue portavoz continuará. 

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