Aída, una profeta en su tierra

La flamante Doctora Honoris Causa de la UNCUYO, Aída Kemelmajer, se mostró visiblemente emocionada tras el reconocimiento que premia tantos años de trabajo en el Derecho.

Aída, una profeta en su tierra

Foto: Archivo/Axel Lloret

Sociedad

Unidiversidad

Natalia Bulacio

Publicado el 25 DE AGOSTO DE 2015

Ante el salón Fader del Hotel Sheraton repleto de asistentes, la UNCUYO reconoció con el título de Doctor Honoris Causa a los juristas Aída Kemelmajer, Elena Highton de Nolasco y Ricardo Lorenzetti, la máxima distinción académica que otorga el Consejo Superior. “Es un altísimo honor. Cuando a una le dan el Doctorado Honoris Causa en su propia provincia, una se siente muy emocionada. Desde nuestra cultura judeo-cristiana viene aquello de que nadie es profeta en su tierra... Por eso, sentir el reconocimiento, especialmente el cariño de todos los que han sido mis alumnos, realmente es muy conmovedor”, aseguró quien estuvo 26 años como magistrada de la Corte local.  

Aída Rosa Kemelmajer es doctora en Derecho y miembro de las academias nacionales de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de Córdoba, y de la Academia Argentina de Ética en Medicina. También es Académica Honoraria de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid, miembro de honor de la Unión Nacional de Juristas de Cuba y fue ministra de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza.

Formó parte de la comisión de juristas encargados de la elaboración del proyecto del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación. Publicó varias obras y artículos monográficos vinculados con el mundo del Derecho y ha dictado clases en todo el mundo.

Kemelmajer dijo no entender por qué ella era galardonada, y desarrolló su discurso –que llevaba escrito– con una sonrisa en los labios y la voz apretada. La emoción se hizo presente en varios parajes de su texto.

Comienzos. “¿Cuando fue que empezó a cruzarse mi historia individual con la de esta institución? Ingresé a dar Introducción al Derecho II en el colegio Martín Zapata en marzo del 79, cátedra que dejé para integrar la Corte Suprema de Mendoza. En 1984 ingresé a la cátedra de Derecho Civil I en la Facultad de Ciencias Económicas, pasando luego a la cátedra de Derecho Privado. Ese fue un período importante de mi formación. Tomé conciencia de que el Derecho debe ser aprendido no sólo por los operadores del Derecho sino por la comunidad a la que está destinado. Tenía la obligación de hablar claro para que todos entendieran. Buscar la sencillez y la lucidez es un deber moral de todos los intelectuales”.

Derecho. ”El mundo gira en varios sentidos, no sólo en la juridicidad. La interdisciplina resulta fundamental para entender mi propia ciencia. La vida universitaria no se termina en el Derecho sino que se complementa con una esfera llamada ‘arte’, sin  cuya existencia mi propia vida no sería posible o simplemente sería triste”.

Relación con los estudiantes de la UNCUYO. “Buscaba que los alumnos pudieran comprender cuánto ayudaba el Derecho a nuestra vida cotidiana. A la Facultad de Derecho llegué como profesora en 1998, en la Cátedra de Familia, y fomenté la investigación”.

Dejar las aulas. “En 2015, que la Facultad cumple 30 años, y con la existencia de un nuevo Código Civil y Comercial en marcha, dejaré mi catedra porque así me lo sugiere el estatuto universitario. Lo hago con la alegría de saber que hay un grupo preparado para esa tarea y que les puedo pasar la posta”.

Nuevo Código. "Grandes maestros han cimentado sus saberes sobre el Derecho. Por eso, como siempre decimos con Ricardo (Lorenzetti), este no es el Código de nadie en particular sino el Código de todos”.

Esfuerzo. “El genio es 10 % de ingenio y 90 % de transpiración. Hay que terminar con el facilismo y la mediocridad, y valorar los deliciosos sobresaltos del aprendizaje. Hay que arriesgarse. Jugar con fuego es lo que hemos hecho los mortales desde Prometeo y asimismo hay que asumir las consecuencias. Es como dice mi querida Susan Sontag: 'Hay personas que viven sus vidas y otras, en cambio, que se limitan a habitarlas'".

Aprendizaje. “Aprendí que es inútil querer salvar al mundo, que hay que conformarse con hacer lo que se puede desde su lugar y a favor de cada persona. Aprendí mucho de mis maestros pero nunca tuve miedo de aprender de los jóvenes”.

Enseñar en libertad. “Enseñar  no es entregar la 'verdad'. Es no dejar que la energía de la mente se duerma, es cuestionar aunque parezca definitivo. Hay que rescatar la libertad. Y como dice el personaje de Herejes, la novela de Leonardo Padura, sólo vale militar en la tribu que cada uno ha elegido libremente, poque lo único que nos pertenece es la libertad de elección. Para pertenecer o dejar de pertenecer, para creer o no creer… Incluso para vivir o para morir”.
 

Aida Kemelmajer no pudo terminar su discurso. La emoción de la lágrima y ochocientas personas aplaudiéndola de pie precipitaron el final. Se quedó con las palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano: "Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de Justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.

El aplauso se hizo eterno para Kemelmajer. Sus alumnos y amigos se acercaron a saludarla y se tomaron fotos mientras relataban anécdotas. Todos coincidieron en que la exministra de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza –hoy Doctora Honoris Causa–  obtenía su justo reconocimiento por sus aportes en materia jurídica, pero también se reconocía la palabra amable, la mirada humilde y la sonrisa en los labios de Aída, la profeta en su tierra.

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