La historia de Hugo, un paciente crónico que vive hace 46 años en el Hospital El Sauce

El hombre de 71 años contó su historia a Unidiversidad. Ingresó en 1976 por una crisis que ya superó, por lo que su problemática es social y habitacional. Dice que en julio se mudará con una familia amiga. Su pasión por las películas, el dibujo y el canto.

La historia de Hugo, un paciente crónico que vive hace 46 años en el Hospital El Sauce

Hugo Soto dice que, por el momento, el enorme predio ubicado en El Bermejo, Guaymallén, es su casa. Foto: Unidiversidad

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Verónica Gordillo

Publicado el 28 DE JUNIO DE 2022

Hugo Héctor Soto tiene 71 años y hace 46 que vive en el Hospital El Sauce, aunque no padece una enfermedad mental, sino que es un paciente crónico con una problemática social y habitacional. Él dice que –por el momento– el enorme predio ubicado en El Bermejo, Guaymallén, es su casa, y adelanta que en julio se mudará con una familia que lo invitó a su hogar.

Hugo acepta contar su historia a Unidiversidad y posar para las fotos. Esa fue la única condición que pusieron las autoridades del hospital: “Le preguntamos a él, lo que él acepte está bien”, fue la respuesta, simplemente porque es una persona con plena capacidad para decidir qué quiere hacer y qué no, qué quiere contar y qué no. Siguiendo esa lógica, la entrevista se realiza a solas; nadie interfiere ni interrumpe su relato.

La vida de Hugo es una muestra de que las estadísticas ayudan a dimensionar una realidad, pero no cuentan la historia. Aquí, las cifras y la historia se juntan. Hugo es uno de 12 mil pacientes crónicos que viven en las 162 instituciones monovalentes del país (solo con especialidad psiquiátrica), según el Primer Censo Nacional de Personas Internadas por Motivos de Salud Mental, que se realizó en 2009 y determinó un promedio de permanencia de 8,2 años. A ese grupo se refirió el presidente Alberto Fernández cuando, el 26 de abril de 2022, anunció un paquete de medidas en materia de salud mental y subrayó el objetivo de lograr su externación. No es fácil: lo intentaron con Hugo, buscaron un lugar adecuado a sus necesidades, lo acompañaron, él estuvo de acuerdo, pero, después de unos días, se descompensó físicamente y pidió volver.

La vida de Hugo es también una muestra de la importancia de contar con leyes que se cumplan, que no sean una letra muerta, sino que modifiquen prácticas en beneficio de las personas. Desde 2010, está vigente en Argentina la Ley de Salud Mental, que encuadra la atención y los tratamientos psiquiátricos en el respeto por los derechos humanos, con base en tratados internacionales y en el Código Civil y Comercial. Entre muchos aspectos, contempla la posibilidad de la internación voluntaria e involuntaria de quien atraviesa una crisis, pero ahora, esa necesidad la determina un equipo de salud –no personal policial, ni judicial, ni un único o única psiquiatra–, establece plazos y un control de legalidad que está en manos de la Justicia. Esa norma impide, entre otros aspectos, que a futuro exista un nuevo grupo de pacientes crónicos que ya no necesita internación, pero que vive en un hospital psiquiátrico porque no tiene familia, o no puede o no sabe cuidar a su ser querido, o no tiene casa, o no tiene trabajo, o no existe un mecanismo alternativo donde pueda vivir, o ya no se puede ir porque está institucionalizado. Todos esos "no" son los que unen a este grupo de personas que hace tiempo superaron su padecimiento, pero continúan internadas.

Una de las pasiones de Hugo es dibujar. Muestra una de sus obras expuestas en el dormitorio. Foto: Unidiversidad

 

Hugo por Hugo

Es miércoles por la mañana, día pactado para la entrevista, y Hugo se hace esperar. Pese al frío, apenas se asomó el sol, salió a hacer las compras, una actividad que forma parte de su rutina diaria. Un rato después, ingresa de saco azul y pantalón de jean al edificio de la Sección A, donde comparte sus días con un grupo de pacientes y profesionales. Con la bolsa de las compras en una mano y unas hojas con dibujos en la otra, saluda y le pregunta a la fotógrafa si la máquina graba, se desilusiona un poco cuando ella le contesta que no, que solo saca fotos. Después, se acomoda y se apresta a contar su historia.

Es flaco, de mediana estatura, con una sonrisa explosiva; tira un chiste y espera la reacción. En su relato, incluye alusiones a películas, a historietas, a novelas, a tangos, y repite de memoria diálogos de personajes de Antonio Gasalla, uno de sus actores preferidos. Cuando no quiere contestar una pregunta, cambia de tema, hace un chiste, recurre al cine o a la televisión.

Cuenta que nació en Mendoza el 23 de marzo de 1951, que vio dos veces a María, su mamá biológica, que estuvo en el Patronato de Menores y que desde los siete años lo crio Luisa Frey de Jaime, a quien llama mamá. “Esta señora tenía un almacén en Villa Jovita, del hipódromo más arriba, y ahí había Reyes Magos, Día del Niño, cumpleaños. Ahí cambió la vida, empezó a verse el ámbito que Dios pone. Ahí tenía mi familia, hermanastras; la Nely, que me enseñó a dibujar, se recibió de enfermera y se fue a trabajar a Connecticut, una parte de Norteamérica; doña Carmela, que falleció de cáncer; la Celia, la Delia, y doña Luisa, que vive en Buenos Aires”. Dice que no las vio más.

Con su mamá –explica Hugo– vivió hasta los 18 años, y luego se fue a trabajar a una finca en Media Agua, San Juan, donde hizo distintas labores durante un año. Después volvió a Mendoza, donde hizo changas, desde pelar cañas hasta trabajos de albañilería; una situación que cambió a los 20 años, cuando le tocó el servicio militar.

Hugo con Celeste, su amiga que trabaja en el Laboratorio del hospital. Foto: Unidiversidad

Hugo recuerda su ingreso al hospital y las razones. “Antes no llevaba una vida ordenada, no era tan constante, no enfocaba bien, y me junté con unos muchachos del barrio que sacaban los cobres de las baterías y los burros de arranque, y uno de ellos me daba el cobre para venderlo. Me usaban. Los cazaron por hurto calificado; gracias a Dios, yo no fui. Me citó el juez por una caja de herramientas, me trajeron acá porque el subcomisario dijo: 'Lo han estado usando a este', y fue así. Yo hice el servicio militar a los 20 años en el Hospital Militar, donde hay un cuartel que creo que todavía está. Estuve dos meses y me dieron de baja por el sistema nervioso y, me empecé a juntar con estos  muchachos. Me trajeron acá para una recapacitación, para que me adhiera a la sociedad”.

El hombre explica que con el tratamiento médico se aclaró su mente y que hace mucho no toma remedios. “Yo ahora no tomo remedios psiquiátricos, solo una pastilla amarga que me da el doctor Herrera porque tuve neumonía catorce años atrás por el cigarro, y un jarabe en la noche. No tengo nada al corazón, pero por la edad, tomo una pastilla para controlar las vías urinarias. Es todo lo que tomo”, detalla.

Hugo muestra dos obras en proceso. Su hermanastra Nely le enseñó a dibujar, y un enfermero, a sombrear mejor. Foto: Unidiversidad

Hugo repasa rápido como un rayo, sus 46 años en el hospital, sin dar detalles. Dice que cuando ingresó gobernaba “el mafia del viejo Videla”, que siempre lo trataron bien, y al segundo aclara que nunca dio motivos para otra cosa, que nunca se metió con nadie, que siempre fue respetuoso y que buscó colaborar, hacer tareas como pasar el lampazo o servir la comida. Con otra explicación rápida –otro rayo–, repasa su rutina: se levanta, desayuna, apenas sale el sol hace las compras, dibuja, visita a las personas amigas, cuida las gallinas, toma la media tarde, dibuja, camina, hace artesanías, mira películas, va al vivero, canta, cena. 

Cuando habla de la pasión por el dibujo que le transmitió su hermanastra Nely, la rapidez desaparece. Mientras muestra las hojas que tiene en la mano, se explaya, dice que le gusta calcar figuras, que pueden ser autos, aviones, flores, que solo las sombrea, porque le parece que quedan mejor que coloreadas, que una chica de administración le imprime los dibujos y que un enfermero le enseñó algunos trucos para que el sombreado se vea mejor. Sus obras están presentes en los lugares que transita a diario, en el dormitorio, en el comedor.

A Hugo también le gusta cantar, en especial, tangos de Carlos Gardel. Cuenta que, de tanto escucharlos cuando era niño, memorizó letras y entonaciones. "Por ejemplo...", dice, y ahí nomás se larga con la interpretación de "Amores de estudiante", con música del Zorzal Criollo. Al final, recibe aplausos y agradece (escuchá el audio al final de la nota).

Hugo enseña el predio del vivero, donde también crían gallinas. Es usual que él compre el maíz para alimentarlas. Foto: Unidiversidad

Hugo, por el equipo de salud

De acuerdo a los registros del hospital, Hugo asistió a la primera consulta en 1974 e ingresó en forma definitiva en 1976, a raíz de una crisis que atravesó mientras cumplía el servicio militar. Es decir que, de acuerdo a los datos aportados por Verónica Obon, licenciada en Trabajo Social que se desempeña en el Servicio A, hace 46 años que el hombre vive en el centro sanitario.

La directora del hospital, Marcela Prado, explica que en 1998 comenzaron con experiencias de externación y que en 2004 iniciaron un proceso de evaluación de pacientes crónicos. Así determinaron que, de 150 personas internadas, 80 no tenían una enfermedad que tratar, sino una problemática socio-habitacional. Luego de analizar caso por caso, trasladaron –con su consentimiento– a 75 pacientes a cuatro hogares contratados por el centro sanitario.

A Hugo le gusta cantar tangos, en especial de Carlos Gardel, que escuchaba cuando era niño. Foto: Unidiversidad

Cuando en 2010 se aprobó la Ley de Salud Mental –explica la psiquiatra–, comenzaron a adecuar los procedimientos a esa norma, a separar las internaciones voluntarias de las involuntarias y a cumplir con los requisitos y controles establecidos en la ley. Hoy, hay 61 pacientes internados –12 en forma voluntaria y 49 en forma involuntaria– y el promedio de permanencia en los casos involuntarios es de 20 días, ya que, una vez superada la crisis, continúan en tratamiento ambulatorio o pueden extender la internación, si así lo sugiere el equipo de salud, pero, en ese caso, deben dar su consentimiento.

La historia de Hugo –comenta la psiquiatra– es especial porque desde niño vivió períodos en condición de institucionalizado y está muy integrado a la vida del hospital, al que siente como su casa. Por esta razón, buscaron una residencia cercana, le enseñaron a usar la tarjeta del micro para que pudiera volver cuando quería, le mostraron el lugar, le gustó y aceptó trasladarse; sin embargo, después de unos días, se descompensó físicamente y pidió regresar.

“Es una situación de mucha ambivalencia; por un lado, quiere irse, pero, por otro lado, le cuesta dejar esto porque está la enfermera que conoce, el paciente que conoce, siente que es su casa. Ahora, él solo está buscando un lugar para irse porque hay una persona, una familia que vive cerca, que le ofreció una habitación para que viva con ellos. Esa es una salida, pero nosotros no vamos a insistir para que se vaya porque se descompensa”, asegura la profesional.

Hugo junto a Estela Vargas y Claudia Ocampo, dos de las profesionales de la salud que lo acompañan en forma diaria. Foto: Unidiversidad

Esa integración estrecha de Hugo con la rutina del hospital y las personas que lo habitan es un aspecto que también resalta Malvina Acosta, licenciada en Enfermería y jefa de la Sección A. Lo describe como una persona tranquila, colaboradora, que enseña a los y las jóvenes a utilizar la máquina para hacer las bolsas de consorcio con las que cuentan, que se encarga de comprar maíz para hacer pororó los viernes de cine, al que le gustan las películas, dibujar, cantar y hacer artesanías, para lo que siempre busca material nuevo.

“Es uno de los pacientes más queridos, más antiguos. Conoce a nuestras familias, a nuestros niños, nos vio embarazadas. Siempre nos trae un regalito porque tiene muy presentes los cumpleaños de nuestros niños. Es familia”, resume la profesional, que hace 19 años se desempeña en el centro sanitario.

 

El proyecto de Hugo

Hugo acepta hacer de guía. Primero, enseña el espacio que habita a diario, la Sección A, la habitación con doce camas, el comedor, la enfermería, el consultorio, el taller. Después, en el exterior, guía por los senderos donde hay construcciones diseminadas en el enorme predio, un proyecto que ideó el médico sanitarista y primer ministro de Salud de la Nación, Ramón Carrillo, con la certeza de que el contacto con la naturaleza era un factor clave para la recuperación de las personas, que no necesitan estar acostadas para mejorarse. “Esta, por el momento, es mi casa”, dice.

Hugo cuenta que en julio se trasladará a la casa de Alejandra, que lo invitó a vivir con su familia. Foto: Unidiversidad

Mientras camina, Hugo recuerda la época de pandemia y anuncia que va a contar una especie de leyenda, con la esperanza de que sirva a las personas. Y la cuenta: “Lo importante es que nunca el pueblo pierda el optimismo, porque la vida se valora mientras estamos, y después, esos telones, esos teatros se cierran. Como en la pandemia, que cuando salí, era un pueblo de 'cowboys', no había nadie en las calles, faltaban los yuyos y el caballo, como en las películas. Hay que agradecer, gracias a Dios vinieron las vacunas. No tenía miedo porque siempre pedía a Jesús que vinieran las vacunas”.

Durante el recorrido, queda claro que Hugo no es un desconocido para nadie: lo saludan, le preguntan cómo está, se interesan por sus nuevos dibujos, lo invitan a que los visite. Él dice que tiene algunas amistades y las nombra: Celeste, que trabaja en el Laboratorio, que en varias oportunidades lo llevó a tomar el té, a pasear, y Carolina, de Administración, que le convida café y a veces imprime sus dibujos. Ahora espera que pasen los fríos para disfrutar de nuevo de esas salidas. 

Cuando concluye el recorrido, Hugo cuenta que en julio se irá a vivir con Alejandra, una señora de la cooperadora que lo invitó a quedarse con su familia. Dice que es cerca del hospital, que a veces va los fines de semana, que ya le compraron la cama y que ahora, con su pensión, tiene que comprar sábanas verdes o amarillas, porque no le gusta el blanco. “A mí me gusta estar con la Alejandra, me gusta tener un hogar donde no haya pacientes ni viejos. Yo soy optimista”, resume, mientras ingresa al edificio que, por el momento, y desde hace 46 años, es su casa.

  • Amores de estudiante por Hugo.

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